“Sin el humor yo no habría salido adelante”
El escritor y periodista escribe sobre el otro lado de la vida en su nuevo libro
Este hombre ha sufrido un ictus, ha estado en el otro lado de la vida y lo cuenta como un superviviente que no ha perdido ni la ilusión ni las palabras.
Es Jorge Martínez Reverte, nació en Madrid en 1948 y hace un año recibió la amarga visita del peligro final. Ahora publica Inútilmente guapo. Mi batalla contra el ictus (La Esfera de los Libros). Sigue siendo Jorge, el escritor que inventó al personaje Gálvez de sus novelas negras de acción y de humor, y el Reverte que ha narrado el avatar español en libros como La batalla de Madrid o La batalla del Ebro. Es, también, el periodista Jorge M. Reverte que escribió Perro come perro y que escribe las columnas que se leen en EL PAÍS, donde publicó el texto que da origen a este libro.
A esta hora de la tarde, en su casa de la plaza de San Ildefonso, es todos esos a la vez. De broma dice que sigue siendo "el mismo broncas", pero como ni él mismo se lo cree añade luego: "Pero buena persona". Con él, su mujer ("la novia de Reverte", como la llama él, Mercedes Fonseca) y su hijo Mario, sus ángeles desde el día en que sufrió el ictus. Si la risa tiene un sitio es en esta casa, cuando él comienza a hablar de este drama que ha contado con el sentido del humor que crece en toda su escritura y que a él lo ha salvado.
Pregunta. Usted va en una ambulancia, hacia el Clínico. Y describe todos los edificios que ve. ¿Cómo puede usted, en medio de ese drama, mirar tanto?
Respuesta. Es que no había otra cosa que hacer. Era un mundo absurdo: estaba tumbado en un coche, sólo veía trozos de cielo y balcones. Todo era absurdo y yo tenía un ictus.
P. Era como el Quijote, esos edificios le parecerían molinos gigantes.
R. Qué va. Sólo que no me tomaba en cuenta el conductor. Quería fijar la vista, pero él no hacía caso. No sabe lo que quiero, así que va a toda velocidad. Era ilógico, todo era ilógico.
‘Inútilmente guapo’ narra el ictus que sufrió su autor y sus consecuencias
P. ¿Qué hay de lógico?
R. Yo intentaba que hubiera algo lógico. Iba hacia el camino de la recuperación, pero al mismo tiempo pensaba que estaba gastando demasiado tiempo para la poca vida que me quedaba… Hice una broma con los médicos: ¡a ver si me curo antes de morirme!
P. ¿Y qué decían los médicos?
R. Tuve con ellos una experiencia muy positiva. Todo el personal sanitario: en las situaciones peores me ayudaron a mantenerme… En mi libro hablo de los logros de la democracia en este país. Ahí hay un logro: esta gente bien formada, técnicamente, humanamente.
P. ¿Qué aprendió que no supiera, Jorge?
R. He aprendido a querer más a las personas de las que estoy rodeado; y ahora, cada vez que veo que alguien lo pasa mal, considero que esa persona debe ser juzgada con más benevolencia. ¡Y no es que sea más bueno yo, eh!
P. Es la crónica de su propio drama; pero usted lo cuenta como si fuera un enviado especial a otra historia…
R. ¡Es que soy un periodista! Aunque parezca algo grandilocuente, parece que he investigado la vida. Pero, aunque parezca más grandilocuente aún: he investigado la muerte.
P. En cada caso, con humor.
R. El germen de la vida es el humor. Sin humor yo no habría salido adelante.
P. Humor, y valor.
R. No sabes que lo tienes: el valor te lo adjudican… Ahora soy, como decía, un broncas con unas enorme ganas de vivir. Pero sin miedo a la muerte. Mucho menos que antes.
P. Aquí está la vida. ¿La realidad es una pesadilla?
R. Me la tomo con más mala leche.
P. ¿Cómo ve, desde esa perspectiva, uno de los temas que trata, el de la posibilidad de que Cataluña se separe de España?
Cada vez soy menos dramático y menos solemne, y estoy más con la vida
R. A los catalanes independentistas los veo como a los locos de la Irlanda de 1916. Europa no los va a dejar ser héroes. Pobrecitos.
P. ¿Y cómo ve el país que nos ampara?
R. Es un país con algunas virtudes. Por ejemplo, está empezando a dar la talla con los inmigrantes. Europa es mejor que todos nosotros… Vemos atisbos de insolidaridad: los húngaros se comportan como policías nazis, pero los bávaros están dando de comer a los niños en las estaciones de tren. ¡Y pensábamos que los nazis eran los bávaros!
P. Ha sufrido una grave dolencia. La cuenta con un ritmo frenético. ¿Cómo ha preservado ese tono?
R. Estás harto de ti mismo y descubres una cosa de la que no te acordabas. Recordé que lo que más me gusta después del vino es leer y escribir. Y me puse a escribir, con ese ritmo. Cuando estaba peor sólo pensaba en cómo escribir. ¡Ya leí más de lo que puedo digerir, a lo largo de mi vida! Pero necesitaba escribir. Había leído a Oliver Sacks, antes de este episodio que he padecido, y a Christopher Hitchens, que como yo han escrito sobre este vértigo. Escribieron como yo: para valorar la vida, también en sus términos más escatológicos: comer, beber, amar. Y ves que esos hombres, Sacks, Hitchens, hicieron eso. Y estás seguro de que eso les ha servido para ser felices. O un poco más felices.
P. ¿De qué se ríe ahora?
R. De mí mismo, sobre todo de mí mismo. Cada vez soy menos dramático o solemne. Cada vez estoy más con la vida. Eso te permite reírte de todo. Por eso me atrevo a poner ese título. Inútilmente guapo.
P. ¿Es inútilmente guapo?
R. ¡Soy guapo, ja ja!... Sí, eso me decían cuando me venían a ver: "Estás guapo". Y yo les decía: "Inútilmente guapo...". Este libro me ha hecho buscar cómplices. Más que ningún otro. Y el libro mismo es un cómplice. El proceso de hacerlo, de veras, ha sido fundamental para poder vivir.
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