La luz de una poetisa
Desde el primer al impresionante último plano, el trabajo de los directores en la fotografía es deslumbrante
Bronislawa Wajs, también llamada Papusza (1910-1987), fue la primera poetisa gitana polaca que vio publicados sus escritos, lo que le valió el reconocimiento literario, aunque también el repudio de la mayoría de su propio pueblo, entonces con demasiados prejuicios con la cultura (de cría había aprendido a leer a escondidas), más allá de la música, sobre todo si en sus escritos se reflexionaba sobre la naturaleza de la etnia, sus arraigadas costumbres y su carácter. Acusada de revelar los secretos de su pueblo, la mujer protagonizó una historia de rebelión y sacrificio que el matrimonio formado por Joanna Kos-Krauze y Krzysztof Krauze (fallecido el año pasado de un cáncer) filmó en 2013 casi como un espectáculo visual, tan pictórico como cinematográfico.
Papusza
Dirección: Joanna Kos-Krauze, Krzysztof Krauze.
Intérpretes: Jowita Budnik, Zbigniew Walerys, Antoni Pawlicki, Sebastian Wesolowski.
Género: drama. Polonia, 2013.
Duración: 131 minutos.
Desde el primer al impresionante último plano, el trabajo de los directores, con encuadres y composiciones cercanas al romanticismo pictórico alemán, y de Krzysztof Ptak como director de fotografía es deslumbrante; una belleza que, por cercanía en el tiempo y en el espacio, sería fácil comparar con la de Lukasz Zal y Ryszard Lenczenwski para Ida, candidata al Oscar, pero que por su tonalidad de alto contraste quizá esté más cerca de la de Fred Kelemen para El caballo de Turín (Béla Tarr, 2011). La imagen, en realidad, es más de media película, porque en lo narrativo la pareja de directores cuenta su relato a través de secuencias muy cortas que intercalan momentos en desorden cronológico entre 1910 y la década de los 70, apenas pinceladas alejadas de la narrativa convencional que no acaban de atrapar la emoción de fondo de la existencia de Papusza. De hecho, las escenas más expositivas sobre la formación del mito de la poeta son las más rancias, lo que lleva a que sean sus secuencias sin texto, exteriores, con sus cielos nublados al acecho de las almas, las absolutamente perdurables de una película desigual con un portentoso trabajo de luz y textura.
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