“Me inspiré en las historias de mis lectoras”
El escritor Éric Reinhardt novela la vida de una Madame Bovary contemporánea en ‘El amor y los bosques’, uno de los éxitos del año en Francia
Bénédicte Ombredanne es una mujer corriente de provincias. Un día, se pone en contacto con el autor del libro que ha cambiado su vida, con la intención de rogarle que la convierta en su próximo personaje literario. Le confiará entonces sus secretos más íntimos, como la tórrida historia de amor que vivía con un hombre que conoció en una página de contactos, antídoto a la tormentosa relación con un marido que la humilla y ningunea. Así nació El amor y los bosques (Alfaguara), la nueva novela del escritor Éric Reinhardt (Nancy, 1965), una de las voces más destacadas de la generación literaria aparecida a inicios de la década pasada en Francia.
El autor se inspiró en distintas historias de desamor y maltrato que le transmitieron algunas de sus lectoras. Una lo hizo al cruzárselo, por casualidad, dentro de un tren. Otra le pidió cita en un café de París para comunicarle su desdicha. Una tercera, amiga suya, le confió el relato de una de sus relaciones más difíciles. “Me inspiré en las historias de todas ellas. Al escucharlas, me dije que tenía que dejarlas por escrito”, confiesa Reinhardt, en el peor día de la canícula estival, sentado en un café de su barrio, al norte de París.
De ese cruce de historias ajenas surgió, en la mente de quien sostenía la pluma, el personaje de Bénédicte, una heroína que parece salida de un tiempo pretérito, maniatada por la vida familiar y soñando con un mañana mejor ante una cotidianidad teñida de spleen romántico. No es extraño que muchos hayan visto en ella a una doble contemporánea de Emma Bovary. “La verdad es que no pensé en Flaubert al escribir el libro, tal vez porque partía de historias reales”, afirma Reinhardt. Puede que el personaje esté tan enraizado en el imaginario colectivo que emergiera sin que el autor se diera cuenta de ello. “Lo que es cierto es que Bénédicte tiene un alma antigua. Tiene gustos de otra época, se expresa de forma anticuada y es extremadamente idealista. Es una mujer algo anacrónica, que también se nutre de literatura, identificándose más con las heroínas decimonónicas de Villiers de L’Isle-Adam que con una mujer como Rihanna”.
El paralelismo, sin embargo, termina ahí. “Lo que no me gusta en esa comparación es que implica que Bénédicte tiene exigencias desmedidas, como las tenía Bovary. En realidad, mi personaje solo exige un mínimo respeto: el afecto de su marido, la escucha de los demás y cierta consideración respecto a quién es y qué desea. Bovary aspira a una vida imposible alimentada por las novelas románticas. Mi personaje, no”, zanja el autor.
Ensalzada por críticos y libreros, la novela se convirtió en uno de los fenómenos de la pasada temporada literaria en Francia, donde lleva cerca de 150.000 ejemplares vendidos. Para Reinhardt, autor prestigioso y reconocido desde hace una década pero no acostumbrado a figurar en la lista de superventas, fue una sorpresa. “Muchos lectores han acudido a este libro a causa del tema y del personaje. Bénédicte simboliza lo que viven muchas mujeres de hoy. Todo el mundo puede reconocerse en ella”, afirma Reinhardt, responsable de novelas como El sistema Victoria, protagonizada por una directora de recursos humanos que le servía para abordar la brutalidad del sistema financiero. “Esta vez, he escrito sobre una mujer sencilla de clase media, hija de agricultores y residente en la Lorena francesa. La empatía hacia esta mujer que no se distingue demasiado de cualquier otra, si no es por su riqueza interior, es lo que ha provocado este milagro”, explica.
Pese a las diferencias de argumento, El amor y los bosques trata una preocupación habitual en la trayectoria de Reinhardt, uno de los autores más interesantes de la generación literaria surgida en la década pasada. “En el fondo, siempre hablo de lo mismo: de un individuo enfrentado a un sistema que le impide realizarse. Si en mis libros anteriores era la empresa, aquí es más bien la vida familiar y sentimental”, aclara. Sus diferencias con Flaubert no le impiden experimentar el mismo ardor e identificación que el autor decimonónico sentía por su personaje. “Le ha dado al personaje todo lo que soy, como si fuera un avatar mío en versión femenina. Por eso dejé fluir todo lo femenino que hay en mí al escribirlo”, afirma el autor. “Es un personaje aislado respecto a la ideología dominante, algo así como una heroína divergente”. No se atreve a caer en la soez de explicitarlo, pero Bénédicte Ombredanne, c’est lui.
Babelia
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