Traficantes de tesoros
Para los buscadores de tesoros, lo único importante es entrar por esa ventana al pasado, forzándola si es necesario, coger el botín y venderlo al mejor precio
La noticia del hallazgo de un conjunto de unas 50 monedas de oro de la flota española de 1715 por parte de la compañía Treasure Fleet Queen’s Jewels aparece cuando aún no nos hemos recuperado del impacto del expolio, juicio y sentencia de la fragata Mercedes; ni del reciente caso de reparto de monedas del galeón español San José, en Panamá; ni de las mentiras de quienes dicen haber encontrado la Santa Maríade Colón para lograr financiación; ni de las noticias de países como Colombia que han decidido volver al reparto de piezas históricas como si fueran el botín del pirata Drake.
Y es que un barco hundido es un tipo de yacimiento arqueológico extremadamente delicado, básicamente, por estar compuesto por restos de madera y otros materiales como huesos, cuero, esparto o tejidos… Todos ellos fáciles de destruir y que, sin embargo, el fango y la arena del fondo, conservan durante siglos. Además, bajo el agua, los metales y las cerámicas crean una serie de concreciones que se comportan como una protección inmejorable. Y ahí está la historia de nuestros antepasados, que no llegaron a su destino, que tuvieron la desgracia de terminar su viaje hundiéndose en el mar, pero de los que quedan suficientes restos como para saber quiénes eran, de dónde venían, adónde iban, qué transportaban, cómo navegaban, cómo se defendían o cómo construían sus barcos. Haciendo las preguntas adecuadas con metodología arqueológica podemos obtener miles de respuestas.
Esto es lo verdaderamente importante del patrimonio arqueológico, sumergido o no. Saber que estamos ante una ventana al pasado por la que nos podemos asomar y tocar la historia con nuestras propias manos. Y es nuestra historia común, el patrimonio de toda la humanidad, no el beneficio empresarial de unos traficantes que cotizan en bolsa.
Por eso es una desgracia que la conocida y buscada Flota española de 1715, compuesta por once barcos y destruida por un temporal el 31 de julio, esté bajo el manejo de un grupo de traficantes de tesoros a los que nada importa el conocimiento histórico y arqueológico que un naufragio puede proporcionar. Para los buscadores de tesoros, y he conocido a más de una decena en 15 años de trabajos arqueológicos en distintos países, lo único importante es entrar por esa ventana al pasado, forzándola si es necesario, coger el botín y venderlo al mejor precio. Quiero creer que los casos ganados por España en situaciones similares como el Juno, la Galga o la Mercedes, servirán para inclinar la balanza en favor de la Arqueología que no del simple tráfico de bienes culturales.
Carlos León Amores es arqueólogo subacuático y fue el director técnicos de la exposición sobre la fragata ‘Mercedes’.
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