“Quería un perro que fuera como Jack Nicholson”
Kornél Mundruczó pone a los canes a actuar sin ayuda del ordenador en ‘White God’
Fue un proceso largo, hasta dos meses de búsqueda. Pero la elección del protagonista no podía fallar. “Quería un Dr. Jekyll y Mr Hide, alguien como Jack Nicholson, capaz de ser amable y agresivo a la vez, blanco y negro”, relata el cineasta Kornél Mundruczó. Finalmente lo encontró en EE UU, en un barrio pobre perdido por Arizona. Como los buenos actores, a Hagen le bastó un solo vídeo para convencer a su director: podía rodar secuencias de acción o dramáticas, con una mirada sabía aterrar o enamorar. Era perfecto, salvo por un problema: si no firmaban enseguida, al día siguiente acabaría entre rejas. Así que Mundruczó se apresuró a decir que sí: que nadie se llevara a su estrella a un refugio canino, Hagen era justo el perro que buscaba.
Con él –y con su gemelo, que hace de doble-, Mundruczó fichó a varios colegas más, todos sacados de perreras. Así juntó la mayoría del reparto de White God, que se estrena hoy en España tras ganar el premio al mejor filme de Una cierta mirada en Cannes 2014. Una fábula agridulce sobre la discriminación y el amor entre una niña y su mejor amigo. Todo ello, en un mundo donde los canes de raza impura son castigados hasta que deciden rebelarse; donde el más amable de los animales puede volverse máquina de matar por culpa de los hombres.
Los mismos seres humanos lograron, eso sí, una película impresionante por dos hechos. Primero: hay decenas de perros actuando a la vez en la pantalla. Segundo: ni un solo instante de sus performances cuenta con la ayuda del ordenador. Todo tan animal como real. Los perros pelean, lloriquean, corren, saltan, interactúan con los otros actores y hasta se sientan ante la televisión para ver un dibujo animado de gatos –Tom y Jerry, en The Cat Concerto-. ¿Cómo lo consiguió Mundruczó? “Necesitas un método, es muy difícil. Hace falta prepararlos durante meses para que interpreten esos personajes. Quería que el público los percibiera como el perro de su casa, de su familia, no como un entrenamiento”, relata el cineasta.
Al fin y al cabo, Mundruczó perseguía compartir lo que le había dejado impactado dos años antes. “Fui a una perrera, miré a los ojos a los perros y me impresionó. Como ser humano, al verlos detrás de las vallas, sentí vergüenza”, recuerda el cineasta. De hecho, desde entonces y cada vez más gracias al rodaje, el cineasta se ha vuelto activista: “Querría vivir en una sociedad donde los animales tengan derechos”.
A la caza de la sensación que había experimentado, el creador húngaro renunció a toda ayuda tecnológica: “Quería rodar las emociones reales de los animales”. Pero, claro, imaginen plantear esta frase -o una secuencia donde cientos de perros persiguen a una niña en bicicleta- en una reunión con posibles financiadores. “Nadie entendía cómo podríamos hacer este filme sin ordenador. Decían que estábamos locos”, recuerda Mundruczó. Ni tampoco comprendían su empeño en mezclar géneros. Cuanto más el cineasta explicaba que White God era un filme para familias, pero también de horror y de acción, más huían sus adinerados interlocutores.
Él, sin embargo, se mantuvo firme en su misión. El habitual cine de secuelas y deja vu de hoy en día no parece interesar a Mundruczó. “En los últimos 10 años las películas se han vuelto más conservadoras. Hacer algo distinto supone muchos riesgos. Pero jamás querría vivir en un mundo donde cada día comas lo mismo”, defiende el director.
Su currículo cinematográfico confirma sus palabras. Entre una Juana de Arco drogadicta (Joanna) y un Frankestein joven y presa de la soledad (Semilla de maldad), Mundruczó disfruta con llevar planteamientos peculiares a la pantalla. En White God, las influencias van del flautista de Hamelin a Coetzee, pasando por Parque Jurásico. “Los cuentos de hadas dicen más sobre la realidad que el propio realismo. Creo en buscar nuestros mitos comunes para encontrar algo más cercano a la realidad. El arte es lírica, poética, no es periodismo”, agrega Mundruczó.
Además, en este caso el cineasta se ha visto obligado a buscar algo todavía más original. No solo la historia, sino también su estilo tenía que ser nuevo: “Europa del Este ya no es una región de países lentos, melancólicos, sin tiempo. Ahora es lo contrario: capitalista, agresiva, intolerante. Si el mundo ha cambiado necesito encontrar un lenguaje cinematográfico que pueda contarlo”. Entre esos países hoy tan distintos está también su Hungría natal. De hecho, el país es también coproductor del filme, a través del Fondo Nacional para el cine: “Funciona bastante bien, tiene un dinero aceptable y no ejerce un control político, lo que sí ocurre con todas las demás artes. El problema es que es la única ventana para hacer películas. Si no consigues dinero de ellos, no tienes ninguna alternativa”.
Así se pierden por el camino muchos filmes. White God sin embargo se rodó y ahora gira por el mundo. Un final feliz como el de sus protagonistas: ningún can del filme volvió jamás a su perrera, hoy todos tienen una familia. “Y han cambiado mucho respecto a cuando empezamos”, dice el director. Claro, ya son estrellas.
Babelia
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