“La amistad es amor sin sexo”
El actor francés Louis Garrel presenta en Cannes su debut como director, ‘Les deux amis'
Lejos del estruendo de la sección oficial, de sus aplausos hiperbólicos y decepciones desmedidas, las secciones paralelas del Festival de Cannes siguen funcionando de escaparate para pequeñas y gratas sorpresas. Una de ellas ha sido Les deux amis, el primer largometraje que dirige el actor Louis Garrel (París, 1983), presentada en la Semana de la Crítica, sección consagrada a las primeras y segundas películas que ha revelado, en sus 54 años de historia, a nombres como Chris Marker, Ken Loach, Víctor Erice, Otar Iosselliani, Wong Kar-Wai o Leos Carax. Sin contar con su propio padre, ese mito viviente del cine de autor francés que responde al nombre de Philippe Garrel. “Es la sección donde me apetecía estar, porque aquí debutó Bertolucci”, afirmaba Garrel pocos días antes del estreno, encadenando cigarrillos en una terraza de Saint-Germain, meca de la intelectualidad parisina, donde conoce el nombre de pila de los camareros y varios transeúntes le saludan como si fuera de la familia. Entre ellos, el insigne director Jonas Mekas, que se detendrá unos segundos para filmar al actor con una minúscula cámara digital.
Fue Bertolucci quien lanzó la carrera de Garrel en el cine en 2003 al escogerle como uno de los tres protagonistas de Los soñadores, cuando era solo un estudiante de conservatorio teatral. Desde entonces, todo ha sido gloria para este joven de pelo cuidadosamente alborotado y silueta de poeta romántico, convertido en una especie de sex symbol de barricada revolucionaria, a la vez que en homme fatale susceptible de vender perfumes de lujo (es imagen de Valentino tras haberlo sido de Armani). En esta mañana primaveral, Garrel padece eso que los franceses llaman “le trac”, concepto casi intraducible que designa el pánico escénico que se siente antes de empezar la función. No es para menos: ha venido a Cannes por partida triple. Además de presentar su debut como director, Garrel interpreta un papel secundario en Mon roi, la (denostada) película de Maïwenn que concursa por la Palma de Oro y ejerce de narrador de L’ombre des femmes, la nueva cinta de su padre, que abrió la Quincena de los Realizadores.
Como su título indica, Les deux amis habla de ese extraño vínculo al que llamamos amistad. La protagoniza el propio Garrel en el papel de Abel, un apuesto y cínico aspirante a escritor que debe conformarse con un trabajo de vigilante de aparcamiento. A su lado figura Clément, figurante sin frase en varios rodajes cinematográficos, al que le une una larga amistad. Cuando llega a sus vidas Mona, una chica que vende bocadillos en una estación de tren y esconde un insospechado secreto, la devoción que sienten el uno por el otro se transformará en algo parecido a la rivalidad. Garrel no ha dudado en describir la amistad como una variante del amor y como una institución similar al matrimonio, que también se puede romper de tanto usarlo. “La amistad es amor sin sexo. Lo único que las distingue es la falta de pulsión sexual. Por el resto, ambas cosas están marcadas por patrones parecidos, como la admiración, la seducción y la posesividad. Igual que en el amor, existen amistades nobles y nocivas. Algunas son duraderas y otras terminan en ruptura”, afirma Garrel.
A sus dos protagonistas, dobles parisienses de Laurel y Hardy –o eso dice el director, apuntando que siempre le pareció extraño que no tuvieran “vida conyugal”–, les une una relación ambigua. “La amistad masculina se suele representar mal en el cine, con hombres que solo hablan de acostarse con mujeres o, al contrario, excesivamente pudorosos, que ni se tocan. Yo he querido retratarla con más ternura, porque así son las relaciones que he vivido con otros hombres”, explica Garrel. “En el instituto escogí la opción literaria, donde hay tantos hombres como en un curso de cerámica. Solo éramos dos chicos. Si los hombres de mi película son tan femeninos, es porque aprendí qué era la amistad con las mujeres. La camaradería entre hombres es algo que, por suerte, nunca he conocido. El clásico grupo de amigos adolescentes me parece terrible, lo peor del mundo. Alguien tendría que contar la homosexualidad latente en esas bandas de hombres. Esa sí sería una película interesante”, sonríe. Su película está marcada por cierta ambigüedad al respecto. “Es algo natural para mí. He crecido entre homosexuales. Que un gay me meta mano no me parece un ataque a mi integridad física”, asegura.
Garrel ha contado con dos actores que le resultan cercanos: Vincent Macaigne, a quien conoce desde los 16 años, peculiar nueva estrella del cine de autor francés, donde sus personajes de patán desaliñado hacen furor, y Golshifteh Farahani, actriz iraní perseguida en su país por haber mostrado su espalda en una película con Leonardo Di Caprio (en esta enseña bastante más, sin que los ayatolás se hayan pronunciado todavía), que fue pareja de Garrel hasta hace pocos meses. Los tres constituyen un triángulo amoroso marcado por la geometría variable de sus relaciones, que Garrel sabe describir con ojo atinado y sensible. “Mientras los ingleses idolatran a Shakespeare, nosotros tenemos a autores como Musset, Molière o Marivaux, que se distinguieron por su descripción precisa de la naturaleza de los sentimientos. He querido inscribirme en esa tradición”, afirma el actor, que se inspiró en una obra del primero, Los caprichos de Marianne, trasladándola a los tiempos modernos.
Su película no renuncia a retratar la precariedad de nuestra era: sus personajes son treintañeros que se comportan como adolescentes, sin trabajos serios ni grandes proyectos vitales por delante, mostrándose únicamente obsesionados por sus afectos y pequeñas miserias. “Fue la manera que encontré para anclar la película en el presente. Cuando uno rueda una historia sentimental, corre el peligro de que le traten de frívolo o superficial. Sobre todo a mí, que solo he participado en proyectos de este tipo, encarnando siempre a hombres atormentados por el amor”, explica Garrel. ¿Ha sido así por casualidad, porque no le ofrecían nada mejor, por elección consciente? Más bien eso último: “Esas son las películas que me gustan y me interesan. Para mí, el amor es la peor tragedia. Es lo que más nos puede devastar en la vida, más que un edificio que se viene abajo”.
Existió un tiempo, ya lejano, en que Louis Garrel quiso convertirse en veterinario. No tardó en cambiar de opinión. ¿Cómo dedicarse a otro oficio cuando tu padre es un cineasta mítico (y tu madre, una gran actriz como Brigitte Sy), cuando uno estudia en el mismo colegio que François Truffaut y cuando su padrino no es otro que el alter ego de ese director, Jean-Pierre Léaud? Garrel debutó en el cine a los 5 años en una película de su padre, Les baisers de secours. A su progenitor, le llama “Philippe” y no “papá”. Como si fuera, precisamente, un amigo. “Existe entre nosotros una comunicación constante a nivel creativo”, afirma Garrel. Durante el rodaje, se descubrió repitiendo instrucciones técnicas que le había enseñado su padre, especialista de las relaciones sentimentales, las separaciones y posteriores recomposiciones. Pero no cree que haya sido una auténtica influencia. “No me molesta que me busquen parecidos con él, pero en esta película no creo que haya muchos. Mi película tiene una parte de artificialidad, incluso de falsedad, que las películas de Philippe no soportarían”, sostiene.
Sin embargo, no ha dudado en incluir una secuencia ambientada durante un un rodaje que reconstruye el Mayo del 68, del que su padre fue una especie de figura ejemplar y al que él mismo parece vinculado por su filmografía (ha encarnado a jóvenes del 68 en dos ocasiones, con Bertolucci y también con su padre en Les amants réguliers). “Tal vez haya querido ir allá donde los demás no quieren que vaya”, sonríe. Pese a las apariencias, Garrel tampoco ve nada en la película de la Nouvelle Vague. “Aquel fue un cine describía una realidad más suave y más feliz, la de los sesenta. Nuestro tiempo está mucho más angustiado. No quería parecer amnésico al retratar nuestra época, por eso escogí a tres personajes precarios, marginales y desequilibrados”, responde. ¿Ni siquiera hay algo de Truffaut en la película? “Sí, es verdad, pero solo por su pudor. Yo no sabría filmar el sexo. No sé si sería capaz”, admite el actor, que ve su película como un cruce entre Jacques Doillon y Claude Pinoteau, director de cine que rodó La boum, mítica película adolescente que lanzó la carrera de Sophie Marceau. “He querido que fuera una película de cámara, pero a ritmo acelerado”, concluye Garrel.
A quienes le tratan de hijo de –o incluso de nieto de: su abuelo fue el gran actor teatral Maurice Garrel, Garrel les suele responder lo siguiente: “Es algo que no me molesta y que puedo entender, porque yo también he tenido ese sentimiento respecto a otros”, admite. “Esa fascinación por los clanes y las filiaciones me pone nervioso. Tal vez por eso adopté a mi hija, porque esas historias de transmisión genética me parecen deprimentes”, afirma. Habla de Céline, la niña que adoptó en 2011 junto a su ex pareja, la actriz Valeria Bruni-Tedeschi. Una relación que convirtió a este reconocido votante de la Liga Comunista Revolucionaria en concuñado de… Nicolas Sarkozy. Pero esa ya es otra historia, y no necesariamente de amistad.
Babelia
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