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El retorno del Leviatán imperial

El hallazgo del acorazado 'Musashi' hace emerger de las sombras de la historia la poderosa silueta de la flota imperial japonesa

Jacinto Antón
Rueda de válcula del buque de guerra japonés Musashi.
Rueda de válcula del buque de guerra japonés Musashi.REUTERS

Comparable por su impacto para todos los amantes de las leyendas náuticas con la localización del Bismarck en 1989 por Robert Ballard, el hallazgo del Musashi hace emerger de las sombras de la historia la poderosa silueta del Leviatán de la flota imperial japonesa. Gemelo del más conocido Yamato (inmortalizado por las populares maquetas de Tamiya) y, con él, cenit mundial de la construcción de acorazados en cuanto a tamaño, las dos bestias marinas no tuvieron una vida operativa exitosa a la altura de su poder, pero vaya si causaron susto.

En eso su papel fue parecido al de otros dos gemelos acorazados míticos de otra potencia, Alemania, que lucho también su guerra naval de superficie contra un rival superior. El Bismarck y su hermano el Tirpitz metieron el miedo en el cuerpo a los Aliados en el Atlántico como los gemelos japoneses en el Pacífico (el Bismarck hizo algo más: hundió al Hood).

Los bombarderos en picado y los torpederos enemigos le endosaron nada menos que 17 bombas y 19 torpedos

Con todo su poderío, los dos grandes acorazados de Hitler palidecían ante las moles niponas, que montaban cañones de 46 centímetros, el mayor calibre jamás embarcado, en vez de los de 38 alemanes. La entrada en el agua del Musashi en su botadura provocó un pequeño tsunami en el puerto, hundiendo varios pesqueros. Había nacido un coloso. Su carrera, decíamos, fue sin embargo decepcionante, incluso más que la de su gemelo. Si el Yamato disparó una vez sus cañones en Leyte contra las fuerzas navales de EE UU, el Musashi nunca llegó a hacerlo. Su carrera está llena de ocasiones perdidas y decepciones (para alivio del enemigo). En realidad, los dos acorazados de la clase Yamato –debían ser cinco pero solo se construyeron tres y el tercero, el Shinano, fue reconvertido sobre la marcha en portaviones-, presentaban varios talones de Aquiles.

El principal, su escasa capacidad de defensa frente a ataques aéreos. Se trató de solucionar instalando progresivamente nuevos radares y equipos antiaéreos en el Musashi, pero siempre fueron los japoneses por detrás de los EE UU en ese vital aspecto. El Musashi presentaba asimismo algunos espesores de acero paradójicamente débiles en zonas del casco. No fue un barco afortunado. Fue torpedeado por submarinos dos veces, se abatió un tifón sobre él, jamás consiguió establecer contacto con fuerzas navales enemigas… No resultaría precisamente animoso haber servido de capilla funeraria para las cenizas de su antiguo comandante, el almirante Yamamoto, muerto al derribar los P-38, gracias a un soplo de Inteligencia, el avión en el que viajaba.

En su hora final, en Leyte, integrado en la fuerza naval de Kurita, el Musashi aguantó como un peso pesado castigado hasta el infinito por una nube de pequeños agresores. Oleada tras oleada, despegando de hasta siete portaviones, los bombarderos en picado y los torpederos enemigos le endosaron nada menos que 17 bombas y 19 torpedos. Las grandes bestias marinas tardan en morir. Esta se dirigió a la playa pero se hundió antes de que pudieran embarrancarlo. Su hermano vivió algo más –el tercero, el portaviones ya se había hundido-: lo enviaron a pique en abril de 1945 cuando lideraba una insólita carga naval suicida en la operación Ten-go (convertida, y perdonen la ocurrencia, en ya-no-tengo) en Okinawa. El Yamato –localizado hace años- reposa en dos trozos a 340 metros de profundidad.

La triste (con ojos japoneses) historia del Musahi y el Yamato echó el telón sobre la idea de que la de los acorazados era una cuestión de tamaño. En realidad, los japoneses ya proyectaban una nueva categoría superior, la clase super-Yamato, con cañones de 50 centímetros y hechuras proporcionales. El fin de la guerra impidió que se construyeran esos monstruos. Más allá de la emoción que provoca el hallazgo del Musashi, la aventura puede servir para arrojar luz sobre algunos aspectos del acorazado, pues los japoneses destruyeron todos los planos antes del final de la guerra.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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