Mis creencias son órdenes
Federico Luppi se mete en la piel de un exmilitar de la dictadura de Eduardo Viola
Una ficción documental inteligente y plausible, escrita al hilo del atentado con bomba incendiaria que en 1981 destruyó el porteño Teatro del Picadero, cerca de Callao y de Corrientes. Allí, durante la dictadura de Eduardo Viola, un nutrido grupo de autores decidió alzar su voz una octava más alta de lo que la censura permitía, mediante un ciclo de 21 obras cortas en programa triple (el Teatro Abierto), que pusieron de relieve la vitalidad y el ánimo incisivo del gremio teatral argentino.
A través de un exgeneral encarcelado, responsable máximo del organismo censor, Santiago Varela, autor de El reportaje, radiografía el carácter rocoso y el sistema de creencias de las gentes de orden: más que por una ideología, actúan movidas por una fe. Sus convicciones están por encima del prójimo. La convicción sin asomo de culpa con la que el censor militar defiende tanto su acción mutiladora como la represión brutal ejercida por los jerarcas a los que sirvió tan diligentemente, es prima hermana de la convicción con la que muchos dirigentes de regímenes democráticos defienden medidas económicas que extienden la pobreza infantil y la adulta, agudizan las desigualdades hasta lo insufrible y socavan el patrimonio público. Tampoco ellos conocen más razón que la suya. No equiparo los efectos de sus conductas respectivas, ni la intención con la que obran, sino lo impertérrito de su proceder y su ausencia de empatía. Respecto a la censura, se ha vuelto líquida: ahora la ejercen el suprapoder económico, marea invisible que en su flujo y reflujo de capitales orilla las voces críticas, y los índices de audiencia, que condenan al ostracismo a todo aquello que no resulta lo suficientemente cool.
El reportaje
Autor: Santiago Varela. Intérpretes: Federico Luppi, Susana Hornos y Juanjo Andreu. Dirección: Hugo Urquijo. Producción: Teatro Picadero de Buenos Aires. Madrid. Teatros del Canal, hasta el 22 de febrero.
Varela ha dado con el lenguaje justo del militar nostálgico del antiguo régimen, y Federico Luppi, con su tono y su ademán exactos: ni es brusco, ni alza la voz. Al contrario, sabe ser amable, se siente cómodo en la entrevista a la que le somete una reportera televisiva y dice lo que piensa sin complejos: es un psicópata pulcro y educado, como tantos que puede usted encontrarse ejerciendo su pequeña parcela de poder.
Luppi muestra al hombre sin adjetivarlo, para que el público lo juzgue por lo que dice y por lo que hizo, no por cómo lo caracteriza un actor. Su interpretación es orgánica y coloquial, en grado sumo: a veces no andamos seguros del todo de si quien anda buscando las palabras es el personaje o el propio actor, pero poco importa, porque el resultado de tal búsqueda va en provecho de la naturalidad expresiva del militar y cada frase suya parece fruto del instante. La adaptación española suprime algún pasaje que quizá pudo parecer localista a su autor o a los productores e introduce a cambio datos que al espectador argentino se le ofrecieron en un vídeo previo, y alusiones a literatos peninsulares, que sirven de nuevo banderín de enganche de la atención. Espléndidas, la labor de escucha de Susana Hornos y sus breves réplicas.
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