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La estrella de ‘Er Rovi’

El pasado año fue el suyo. Y este sigue siendo su momento, sin ninguna duda

Isabel Valdés
Dani Rovira.
Dani Rovira.

Ni un segundo. Cero. Nada. Es imposible hablar —ni de tú a tú, ni por teléfono— con ese tipo sencillo que engalana el tópico de andaluz salao. Daniel Rovira de Rivas. Dani Rovira. Er Rovi. El pasado año fue el suyo. Y este sigue siendo su momento, sin ninguna duda. Tanto es así que, desde hace tres semanas, viste hábito de clausura (metafóricamente, se entiende) para preparar la gala de los Premios Goya. La prensa y el público lo saben desde el pasado octubre; cuando la Academia se lo comunicó, puso el nombre de "susti-gusti" a la sensación de ser el maestro de ceremonias de los premios del cine español.

Dani Rovira en 'Ocho apellidos vascos'.
Dani Rovira en 'Ocho apellidos vascos'.

“Soy un inconsciente y en cuanto me lo propusieron dije que sí… Ahora tengo más gusti que susti pero supongo que cuando llegue la gala tendré más susti que gusti”. Era 14 de octubre cuando pronunció esas palabras. Ahora, bajo la presión de los espectadores en la calle, de los medios taladrando el teléfono de sus representantes de prensa y de la responsabilidad de poner voz a una puesta de largo que el año pasado tuvo su peor audiencia desde 2009 (3,5 millones de espectadores y un 19,8% de cuota de pantalla) debemos suponer que el susti ha tomado la delantera al gusti.

A su favor tiene la predisposición del público, de los medios y de la crítica; últimos dos que, inevitablemente, tuvieron que rendirse ante las cifras de lo que ya es el fenómeno de 2014 en el cine (sobrepasó los 60 días en lo más alto del ránking de taquilla, superó los 10 millones de espectadores y 56 millones de euros recaudados). Más allá de las ventajas de ser reconocido y ovacionado, existe el respeto —que no miedo— escénico de encabezar las horas de cierre de un año que se ha debatido entre el éxito y las turbulencias creadas por el Gobierno en cuestión de IVA, exenciones fiscales y promesas incumplidas.

Algo de eso habrá en la gala, que desde el pasado 7 de enero —cuando se hicieron públicos los nominados— es la niña mimada de los días de Dani Rovira, acompañado de Juan Luis Iborra, el director de la ceremonia, y Emiliano Otegui, el productor ejecutivo. Atrás, pero no muy lejos, queda el rodaje de Ocho apellidos vascos, la presentación, la promoción, las entrevistas, las sesiones de fotos que llegaron a abrumarlo y a causarle cierta psicosis. Los flases de los teléfonos móviles saltaban en cualquier parte: en una esquina, en un avión, saliendo del baño en un bar o en el supermercado.

Esa vuelta, casi de repente, que Ocho apellidos vascos dio a su vida, venía precedido de kilómetros y kilómetros de asfalto de punta a punta de España en un Peugeot 306, un 206 y un Citroën Picasso. Nadie le puso en ningún momento una alfombra roja bajo los pies, esta será la primera vez. A golpe de bolos, de actuaciones suspendidas sin aviso previo o hechas para un par de personas, Er Rovi, como lo llaman quienes mejor le conocen, forjó tablas. Desesperanzas. Y esperanzas. Si no, no hubiera llegado hasta aquí. Hasta hoy. O, mejor dicho, hasta el año pasado, cuando empezó la transformación de la rutina del actor, que echa de menos la normalidad inherente a su propia normalidad.

Algo que se acabó, por el momento. Juan Luis Iborra le ha adjudicado el apodo de “hombre del año”; Miguel Rojo, su amigo y director teatral, le atribuye “estrella”, e Iñaki Urrutia, “magia”; las directoras de casting que lo empujaron a la pantalla grande, Yolanda Serrano y Eva Leira, dicen que conecta por el público porque tiene mucho corazón.

Ahora tengo más gusti que susti pero supongo que cuando llegue la gala tendré más susti que gusti

Todos deben llevar algo de razón porque es difícil encontrar a alguien que pronuncie algún adjetivo negativo de Rovira; salvo que es un poco cabezón, como cualquier hijo de vecino, que es lo que es él y lo que reivindica desde que la fama se empeña en cubrirlo: “Yo no soy el que ha cambiado, es el mundo el que ha cambiado respecto a mí”, dijo cuando estalló el fenómeno de la historia de amor entre la vasca y el sevillano. Él, que nació en el barrio de La Paz de Málaga en 1980; estudió INEF en Granada; hizo las maletas para ser Erasmus en Oporto; para llegar hasta Argentina por amor (y para volver porque se había acabado); que tiene tres hermanos y siempre fue portero porque era malo en el fútbol. A él, al Rovi, un tío normal, buena gente, que corre por el parque de Madrid Río y adora los postres, nadie le avisó de que, con el guion de Perdiendo el Norte (título que iba a tener Ocho apellidos vascos), venía todo lo que ha venido. Incluido el miedo, precisamente, a perderlo y a perderse por el éxito. Pero no, no tiene pinta de que eso vaya a ocurrir.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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