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domingo

Los muros del exilio

Un nuevo estudio reconstruye la trayectoria por Latinoamérica y Europa de los 49 arquitectos españoles que, con desigual fortuna, abandonaron el país tras la guerra

Andrea Aguilar
Josep Lluis Sert y Antonio Lacasa en una visita de obra al pabellón de la República de la Exposición Internacional de París de 1937.
Josep Lluis Sert y Antonio Lacasa en una visita de obra al pabellón de la República de la Exposición Internacional de París de 1937. Archivo de la meoria Histórica, Salamanca.

En 1937, Luis Lacasa (Ribadesella, 1899-Moscú, 1966), uno de los arquitectos más brillantes del primer tercio del siglo XX en España, había recibido por parte de la República el encargo del pabellón de París, que albergaría el Guernicade Picasso. Trabajó como arquitecto jefe junto a José Luis Sert, y con Antonio Bonet como asistente. Pero desde su salida, al final de la guerra, a pie por los Pirineos, hasta su muerte, Lacasa nunca más volvió a construir, y tampoco logró publicar estudio alguno. "Tuve en contra al talmudista de Trapiesnikov, profesor rojo que se formó en una escuela marxista, pero que de urbanismo no tenía la menor noción. Venía a ser una especie de comisario político del Instituto de Urbanismo, lleno de recetas y de citas del Bigotes [Stalin], pero vacío de sensibilidad artística, de cultura general y de conocimientos de la especialidad. En el sentido de hacer una disertación o publicar un libro, mis años de permanencia en la Academia de Arquitectura han sido tirados por la ventana...”, escribió en Moscú.

Este amargo y estéril exilio de Lacasa nada tuvo que ver con la exitosa carrera de su compañero Sert en Estados Unidos, ni con la fuerza modernizadora que Antonio Bonet impulsó a través del grupo Austral en Argentina. Y sin embargo, apenas unas páginas separan tan dispares trayectorias en Arquitectura española del exilio (Lampreave, 2014).

Si Arturo Saénz de la Calzada —arquitecto que colaboró con Lorca en La Barraca y con Buñuel en México— fue fundamental en la difusión del trabajo de los exiliados, y más adelante la exposición Arquitecturas desplazadas en Madrid en 2008 rindió homenaje a su obra, este nuevo trabajo trata de reflexionar, conocer y presentar las contradicciones de estas historias. El nuevo volumen —coordinado por el profesor de la Universidad Central de Venezuela, Juan José Martín Frechilla y el catedrático de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, Carlos Sambricio— analiza la memoria fragmentada y dispersa de los 49 arquitectos que abandonaron España tras la guerra civil, y se instalaron en Cuba, México, Chile, Argentina, Colombia, Estados Unidos, Rusia y Polonia. Un último capítulo está dedicado al exilio interior, que padecieron quienes no marcharon tras la aprobación de las Normas de Depuración de los arquitectos en julio de 1939, y la consiguiente revocación de sus títulos.

El amargo y estéril exilio de Lacasa nada tuvo que ver con la exitosa carrera de su compañero

Entre los 140 arquitectos depurados figuraba Fernando Chueca Goitia, que perdió su licencia durante una década, o Secundino Zuazo, autor de la Casa de las Flores de Madrid, que fue forzado a instalarse en Canarias. "El exilio fue una castración para todos", afirmó Sambricio en la presentación del libro en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Su trabajo —como coordinador y autor de varios de los ensayos reunidos en esta obra— trata de romper, por un lado, con el aura mítica que durante la dictadura rodeaba a los arquitectos exiliados a ojos de los jóvenes universitarios; y por otro, con el olvido y la falta de información que ha rodeado la trayectoria de muchos de los que se fueron. "La simple mención a los arquitectos que en 1939 marcharon fuera del país era un guiño de complicidad, al margen de que supiéramos poco o nada de su trabajo profesional", recuerda en la introducción. Pero la realidad del exilio fue mucho más compleja de lo que imaginaban en la España franquista aquellos jóvenes progresistas, que identificaban de forma casi automática el compromiso político con pertenencia a la vanguardia arquitectónica.

El nuevo libro —un trabajo coral de investigación en el que participan nueve autores— reconstruye el contexto social y arquitectónico propio de cada uno de los países en los que desembarcaron los exiliados, y al mismo tiempo ofrece información sobre qué habían hecho los exiliados hasta el momento de su partida.

Cabaret Tropicana en Marinao, La Habana, diseñado por Max Borges y el español Félix Candela.
Cabaret Tropicana en Marinao, La Habana, diseñado por Max Borges y el español Félix Candela.'Arquitectura', número 262, enero 1954.

Los primeros años del siglo XX abrieron dos importantes debates arquitectónicos: por un lado, cómo replantear la gobernabilidad y gestión de las ciudades, que crecían de forma imparable; y por otro, cómo abordar la construcción de vivienda social. En España la bonanza económica de la que disfrutaron los industriales —consecuencia de la neutralidad de la primera guerra mundial— resultó en un encarecimiento de los materiales y desembocó en una desornamentación arquitectónica, en línea con la postura estética que avanzaba en el resto de Europa, aunque desde un punto de partida distinto. "Por un lado se apuesta por normalizar lo vernáculo, por prestar atención a la cultura popular; por otro lado, se aborda el debate del espacio mínimo de vivienda", explica Sambricio en su casa de Madrid.

La acción y el debate en España estaban casi totalmente concentrados en las escuelas de arquitectura de Madrid y Barcelona. El advenimiento de la República, sostiene Sambricio, aunque impulsó obras de calidad, no acabó de cuajar en una gran actuación en temas de vivienda social. Y sin embargo, ahí está la construcción de las cerca de 25.000 escuelas que desde el Gobierno impulsó uno de los arquitectos que más adelante se exilió, Bernardo Giner de los Ríos.

Los planteamientos de vanguardia propuestos por Le Corbusier —que pronunció una conferencia en la Residencia de Estudiantes en 1928— calaron en el grupo GATEPAC de Barcelona, del que formaban parte Sert y Bonet, entre otros, pero no acababan de encajar con la realidad de aquel momento que reclamaba soluciones urgentes, y en la que estaban concentrados algunos de los arquitectos que más adelante se exiliaron, como Lacasa o Bergamín.

Casa Oks, diseñada por Antonio Bonet en Buenos Aires.
Casa Oks, diseñada por Antonio Bonet en Buenos Aires.

Cuando estalló el conflicto arquitectos e ingenieros ayudaron a diseñar trincheras, como Enrique Segarra, Otilio Botella y Félix Candela. Este último firma los puentes del Ebro, definitivos para las tropas de Líster en la batalla. "En el exilio muchos se diluyen, se desligan de la arquitectura social que estaba siendo impulsada en los países de acogida. Después de haber dado un do de pecho tan monstruoso parece que han perdido la fuerza", apuntó Sambricio.

La adaptación fue en la mayor parte de los casos complicada, más aún cuando a pesar del énfasis en la integración que preconizaban gente como José Moreno Villa, muchos de los exiliados imaginaban que su estancia fuera de España sería algo temporal. Así, gran parte de las trayectorias profesionales de los exiliados están marcadas por mudanzas y regresos. Ejercer como arquitecto implicaba contar con la confianza de clientes y administraciones. Tal y como advertía Arturo Sáenz de la Calzada: "Un edificio —a diferencia de un libro, un cuadro, una melodía o un poema— no puede salvar tiempo y distancias para quedar adscrito, más tarde o más temprano, a la cultura original, sino que permanece vinculado, de por vida, al suelo que lo sustenta y pertenece a la historia del pueblo que lo posee".

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Sobre la firma

Andrea Aguilar
Es periodista cultural. Licenciada en Historia y Políticas por la Universidad de Kent, fue becada por el Graduate School of Journalism de la Universidad de Columbia en Nueva York. Su trabajo, con un foco especial en el mundo literario, también ha aparecido en revistas como The Paris Review o The Reading Room Journal.

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