María Victoria Atencia recibe el homenaje de los jóvenes poetas
La escritora recoge en Madrid el Reina Sofía de Poesía
“Llegué cuando una luz muriente declinaba”. De la mano de María Victoria Atencia con su caligrafía esbelta y angulosa —y clara, a lo lejos, y hermética, de cerca— han surgido algunos de los poemas más íntimos y entrañables y, a la vez, poco conocidos de la literatura española. Los ha escrito y los escribe en cualquier momento, cuando llegan, y con lo que tenga a mano. En esas anda desde 1955, creando y cazando versos y sonetos que dialogan con lo clásico, tradicional y moderno desde la cotidianidad de la vida, las emociones y los sueños hechos de una belleza tersa y conmovedora. De palabras que se estiran para atisbar el futuro.
Es la ayuda de “una presencia invisible”, como le dijera Vicente Aleixandre, que ayer se hizo muy visible al recibir el XXIII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, convocado por Patrimonio Nacional y la Universidad de Salamanca y que le entregó la madre de Felipe VI. Es la primera española en ser galardonada y la cuarta mujer. Es uno de los galardones más prestigiosos en su género que recae en Atencia (Málaga, 1931), poetisa de la Generación de los 50 (pero alejada de la poesía social) y vista con simpatía por los Novísimos, por ser, según el jurado, “una voz muy singularizada, que es más religiosa que mística, y que nos hace ver matices absolutamente insospechados. Nos renueva la visión de la realidad y, al mismo tiempo, dota al lenguaje de una precisión extraordinaria”.
El ruido altera el silencio y la discreción que la rodean. Jaspea la belleza a su alrededor. Forma y fondo que en su genuino estado se escenificaron el jueves por la noche en Casa del Lector, de Madrid, donde sonrió cuando se recordó que había sido piloto de avión. Ella, rodeada de tres poetas jóvenes. Ellos leen sus poemas, los sienten. Ella responde con su sonrisa tímida, guarda silencio durante una media hora en que otras voces recitan o cantan sus palabras…
La autora es la cuarta mujer en ser distinguida con el galardón
“Si la belleza debe ceder en su frescura / no dejes que se extinga en mí su poderío...”
Es la voz de su paisano Alejandro Simón Partal en ese poema de hace 35 años.
Atencia mira al frente. Está en una mesa junto a los poetas jóvenes. Están delante de un público sentado en sillas amarillas, verdes, naranjas… Llega el turno de Ana Gorría:
“...Me asomo a las umbrías de cuanto en esta hora / dispongo y pueda darme su reposo: también / este mundo es el mío: entreabro la puerta...”.
Christian Law Palacín abrirá poco después una, la de ella como lectora y su mirada sobre Shakespeare de cuya Ofelia de Hamlet escribe:
“Recorreré los bosques, escucharé el reclamo / en celo de la alondra, me llegaré a los ríos / y escogeré las piedras que blanquean sus cauces...”.
María Victoria Atencia se levanta. Entre tímida y orgullosa, el cabello recogido, los ojos azules tras las gafas. Su voz ligeramente emocionada da las gracias: “Me siento fuera de lugar... Oír mis poemas en sus voces… estoy estremecida”. Luego lee sus poemas:
“Mi amor no te acrecienta. Tú me llevas y acreces / y rompes de colmada. Solo soy: / tu ensueño cuando cierras los ojos...”.
Hasta llegar al poema final, el número 11:
“Que alguien pase mis páginas, pues que debo perderme / en la oscura raíz de mi arboleda. Puedo / escuchar el gemido del silencio, y ya soy / sólo un roce en sus labios, aunque el escribidor / de versos sólo sea alguien que habla de cosas que no entiende…”.
Con el premio se ha editado una antología titulada El fruto de mi voz, con edición y selección de Juan Antonio González Iglesias y publicada por la Universidad de Salamanca y Patrimonio Nacional. Está dividido en cuatro apartados que crean su autorretrato poético: Serena, clásica, espiritual y viajera. En palabras de González Iglesias, ella “presenta sus asuntos con una comprensión prodigiosa: el paso del tiempo, los otros daños que nadie puede reparar, la belleza, la relación con lo divino y con lo material”.
María Victoria Atencia no sabe decir qué se ha quedado o ido en sus 60 años de poetisa: “Lo tienen que decir los críticos. Los lectores. Yo soy la misma, escribo, escribo…”. Ya en su primer poema de 1955, Sazón, estaba el presente:
“...y el fruto de mi voz se crece al viento”.
Como regalo, la vida hizo que ese “Gran Detallista que se esconde bajo el nombre de ‘Azar” le hiciera coincidir ayer su cumpleaños. Así lo contó hace tiempo en un verso alejandrino: “28 de noviembre, calle del Ángel, 1”.
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