El feliz retorno de las carabelas
El escritorio de Emilio Lledó se encuentra, atiborrado de papeles y de libros, en una de las áreas, la más lejana a la puerta de acceso, de la biblioteca de la Real Academia Española. En tan prodigioso espacio, que la imaginación de Borges hubiera deseado para la eternidad, este hombre lúcido y jovial, que el 5 de noviembre pasado cumplió 87 años de edad, se ha pasado los últimos tiempos cumpliendo tesoneramente las tareas propias de la elemental condición alfabetizada de su persona: leer y escribir.
Huyó muy joven del hambre del estómago y del espíritu que se cernió sobre la España de la posguerra y, sin hablar apenas alemán, se inscribió en la Universidad de Heidelberg, donde estudió filosofía con Gadamer y se dedicó a la filología clásica, impulsado por Otto Regenbogen.
Traductor de Platón, estudioso de las relaciones íntimas e interdependientes entre el pensamiento y el lenguaje y sus correlaciones con el silencio y la escritura, expositor del concepto poiesis en la filosofía griega, amante de los libros y de las múltiples habitaciones que ofrece su soporte de papel, educador para la democracia, Emilio Lledó pasa con pies ligeros de la tradición clásica al mundo contemporáneo. Es autor de un breve ensayo, Elogio de la infelicidad, que da nombre al libro que lo recoge y que cobra tanto en México como en España, en estos días de zozobra e indignación ante la violencia y la corrupción, una actualidad feroz: “Es imposible la felicidad —dice— si la mirada descubre, alrededor de la vida individual, la enfermedad social y la corrupción que destroza la vida colectiva. A no ser que esa corrupción haya alcanzado nuestra mente, y el ansia de tener, sobre todo en la sociedad de consumo, haya acabado consumiendo la propia existencia del consumidor y haya insensibilizado su mirada”.
Ojalá que la luminosidad de su mirada se prodigue entre nosotros y que la infelicidad, proveniente de la violencia y la estupidez que destrozan la urdimbre de la vida social, nos orienten hacia la felicidad personal, que no puede obtenerse sin la de los demás: “Una utopía paradójicamente a mano, y que sólo puede alcanzarse en el reconocimiento y aceptación de la insalvable finitud de nuestra generosa infelicidad”.
Que el Premio Internacional de Ensayo Pedro Henríquez Ureña que otorga la Academia Mexicana de la Lengua haya recaído, en su primera edición, en Emilio Lledó, es un feliz retorno de las carabelas, cargadas con la sabiduría del escritor hispanoamericano procedente de la República Dominicana, que encuentra resonancia en el pensamiento universal e hispánico de Emilio Lledó.
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