Condición de sublime
La película es bellísima en su tratamiento de la luz y del sonido
Pocos artistas se atreven a partir en busca de lo sublime y no sólo de lo bello; de lo duradero, de lo complejo, de lo trascendente; de la conmoción, pero amparada siempre en la sencillez. Pocos artistas se atreven y aún menos lo logran. El turco Nuri Bilge Ceylan, cineasta físico, cineasta moral, fotógrafo del paisaje interior del ser humano, de su estado de ánimo, tras apuntar con Lejano, Los climas, Tres monos y Érase una vez en Anatolia, todas ellas galardonadas en Cannes, lo ha logrado con la inmensa Winter Sleep, Palma de Oro, premio mayor. Eso sí, como decía Kant, “las sensaciones de lo sublime tensan más las fuerzas del alma y por eso fatigan antes”, y la película, siempre muy arriba, exige compromiso por la otra parte, por la nuestra, en tres horas y cuarto de intensidad temática, ética y emocional, de diálogos entre dos personas de hasta 25 minutos sin pausa; apasionantes en la calma que esconde el tormento, interesantes como categoría entre la ética y la estética, pero complejos, al fin. Bendita complejidad.
Winter Sleep
Dirección: Nuri Bilge Ceylan.
Intérpretes: Haluk Bilginer, Melisa Sözen, Demet Akbag, Ayberk Pekcan, Serhat Mustafa.
Género: drama. Turquía, 2014.
Duración: 195 minutos.
La niebla que envuelve a las personas en un velo estaba considerada en la pintura del siglo XVIII símbolo tanto de la lejanía de Dios y de la tentación, como de la melancolía. El plano con el que Ceylan abre la película remite a aquella pintura, a su sublimación, a Friedrich y su Caminante sobre un mar de nubes: el protagonista, un ex actor, hotelero y columnista de prensa, un ilustrado entre ciudadanos a pie de calle, un orgulloso con sentido de la intelectualidad que degenera en la soberbia, a la manera de los personajes de Bergman, va a sufrir una catarsis a partir de un hecho aparentemente inocuo: la pedrada de niño a su coche en marcha. Un incidente que remite a Dostoievski y a Los hermanos Karamazov, a su indagación de los extraños caminos que separan el bien del mal, con el que el director acaba reflexionando sobre asuntos tan profundos como el arrepentimiento, el orgullo, la vergüenza, la ira, la humillación y la espiritualidad. Y, desde luego, no en su superficie, sino apuntando a la esencia de todos ellos. Y así, el trono de nuestro protagonista (“mi reino es pequeño, pero al menos soy el rey”), asentado en la confianza en sí mismo, se resquebraja. Bellísima en su tratamiento de la luz y del sonido (esa lluvia que puntea ciertas conversaciones), Winter sleep es una obra mayor que, como lo sublime, apunta a la eternidad y a la infinitud.
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