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FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Denzel bien vale una misa

El actor ha presentado 'El protector', fuera de concurso, en el Festival de San Sebastián

Carlos Boyero
San Sebastián -
El actor Denzel Washington caminando junto a la playa de La Zurriola, en San Sebastián.
El actor Denzel Washington caminando junto a la playa de La Zurriola, en San Sebastián.Juan Naharro Gimenez (Wirelmage)

Habiendo desertado este año de la ancestral costumbre de acudir a los festivales de Berlín y de Venecia, por razones de hastío, edad provecta para andar perdiendo el tiempo y nula vocación masoquista, y teniendo que abandonar a la mitad Cannes por el inaplazable aullido de mis machacadas arterias, venía a San Sebastián con la vieja y grata sensación de encontrarme con un festival que posee un tono familiar, cómodo para trabajar, en el que además de ver películas y escribir de ellas queda tiempo para perderte en la hipnosis que provoca el mar, observar los colores del cielo en el atardecer de La Concha, pasear sin rumbo por esta hermosa ciudad sabiendo que casi todo es digno de mirar, compartir risas con los amigos y degustar otros placeres relacionados con el paladar. Si además de eso, el festival reunía unas cuantas películas conmocionantes, la fiesta era completa.

Pero al revisar el catálogo de esta edición descubro con un ligero escalofrío que son 21 las películas de la Sección Oficial. O sea, de visión obligatoria. Suponen tal jaleo para combinar los horarios de esa sobredosis de cine competitivo y encontrar tiempo para escribir de él, que la antigua certidumbre de que este festival suponía el reencuentro con los ríos de leche y miel se empieza a resquebrajar. Y, por supuesto, tampoco quedará tiempo para ver nada en las secciones paralelas, algunas de las cuales, como Perlas o Zabaltegi, reúnen frecuentemente un interés superior que el cine a concurso. Y sabes del amor que siente mi amigo José Luis Rebordinos, director de este festival, hacia el público de su ciudad que abarrota las salas. E imaginas que ellos se sentirán tan contentos de poder elegir en medio de tanta abundancia. O verlo todo. También debe de ser gozoso para los cinéfilos foráneos que dedican ritualmente sus vacaciones a venir al festival, a algo tan envidiable como ver las películas que les dé la gana y a jugar con sus genitales. Pero si vienes a currar, la asfixia te puede poner muy nervioso.

Veré y les informaré de lo que pueda, sin el menor riesgo de infarto. Sigo rumiando esta obsesión con causa cuando me encuentro con el entrañable Rebordinos y su desarmante abrazo de oso. Quiero tanto a este tío que casi me olvido de darle la bronca por su extenuante programación, por hacerle la competencia a algunos tarados y sádicos directores de festivales empeñados en que los periodistas ni comieran ni cenaran, todo el día con la lengua fuera y tragándose su abusiva y casi siempre insoportable oferta. Rebordinos me da una respuesta que me deja sin argumentos: “Nos gustaban tanto las 21 películas que hemos seleccionado, que nos daba pena y nos parecía injusto dejar alguna fuera”. Sé que es sincero. Ojalá que la calidad percibida por los organizadores, sea también transparente para nosotros, los futuros espectadores. A cambio de tantas películas maravillosas, mi ánimo está dispuesto a prescindir de cosas tan prosaicas y convencionales como comer y dormir.

No recuerdo el nombre del pragmático monarca o político que exclamó: “París bien vale una misa”. En el Festival de San Sebastián, han deducido con lógica que cualquier pretexto es válido para que un atractivo señor y actor legendario llamado Denzel Washington se dé una vuelta por aquí, exhiba su sonrisa cool, reparta saludos y autógrafos, derroche simpatía y profesionalidad, para recibir el Premio Donostia. La aparatosa excusa se titula El protector. Y confieso que durante los veinte minutos iniciales mi desconcierto ha sido notable. Me explico. La dirige Antoine Fuqua, señor especializado en cine de truenos y videoclips, vocación que no le impidió crear una película tan desasosegante y perversa como Día de entrenamiento, con Washington creando magistralmente a un modélico hijo puta, a uno de los maderos más corruptos, histriónicos, retorcidos y peligrosos de la historia del cine. Aquella brillantez no perduró. Sabes que la asociación creativa entre Fuqua y Washington, como la que el segundo mantuvo con el suicida Tony Scott, forzosamente estará habitada por toneladas de disparos, bombazos y letales combates cuerpo a cuerpo.

Pero, repito, después de un metraje notable. La historia de El protector obedece mosqueantemente al intimismo con toque lírico. El encargado jefe de una ferretería, cuya mirada describe alguien no ya como triste, sino perdida y vacía, lo que no le impide ser encantador con sus subordinados, distrae su insomnio leyendo cien libros en una cafetería que permanece abierta toda la noche, copiada descaradamente del impresionante cuadro de Edward Hopper Night hawks y que intenta reproducir su atmósfera y el sentimiento de soledad de la gente silenciosa que habita ese bar, ese presumible refugio de los sueños rotos. El ferretero, al que intuyes roto por alguna perdida, con desesperación controlada y asumida, establece conversación con otra alma en pena, una cría con peluca, aire punk y gesto amargo que tiene la ilusión de ser cantante. Hasta el momento es puta. Explotada por la mafia rusa. El enigmático ferretero habla de la novela de Hemingway El viejo y el mar, de El Quijote, citan una frase inolvidable de Mark Twain. Y a los veinte minutos yo me pregunto en medio de tanta poética del desamparo, de los extraños que se tantean en la noche, de tanto sicologismo trágico: ¿Pero cuándo van a empezar las hostias? Y por supuesto, que no me equivocaba. El misterioso ferretero va a desatar el infierno terrenal para defender a la acorralada, nada era lo que parecía y demás riada de tópico. A partir de ese momento cada secuencia es tan previsible como gratuita, el gran villano es un disparate, los efectos especiales se adueñan de la historia, todo es más de lo mismo. Y lamento que Washington desperdicie su talento en guiones tan convencionales, en cine realizado por computadora, aunque estoy seguro de que sus cuentas bancarias bendicen tal decisión. Es un actor muy bueno. También en las películas malas. También es una estrella, posee esa cosa especial, pagas por verle y oírle. Últimamente le he disfrutado un montón encarnando a personajes torturados y con alma como los de American gangster y El vuelo. Pero me satura el Washington del cansino “pim, pam, pum, fuego”.

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