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Jim Jarmusch se apunta al cine de vampiros en su nueva película

El cineasta ha necesitado siete años para producir ‘Solo los amantes sobreviven’

Gregorio Belinchón
El cineasta estadounidense Jim Jarmusch, retratado en Nueva York.
El cineasta estadounidense Jim Jarmusch, retratado en Nueva York.roger kisby (getty images)

Amante de la noche, de la gente diferente, creador de alguno de los tipos más solitarios del cine estadounidense, parecía lógico que en algún momento Jim Jarmusch (Akron, Ohio, 1953) se planteara una película de terror, al menos una protagonizada por monstruos. Solo los amantes sobreviven no es de terror —en un momento de la entrevista el cineasta confiesa que tiene otro guion con zombis y “tampoco lo calificaría de terror”— pero está protagonizada por vampiros, en concreto por una pareja, Adam y Eve —“Mi guiño a Los diarios de Adán y Eva, de Mark Twain”—, y la historia, noctámbula, transcurre en las calles de un decrépito y en bancarrota Detroit y un contradictoriamente hastiado y vital Tánger. El filme, bellísimo, esconde una historia de amor, un homenaje a todos los héroes de Jarmusch, tres actores en plenitud (Tilda Swinton, John Hurt y el nuevo gran rostro británico, Tom Hiddleston)... y cierta socarronería. Porque, para ser alguien tan estadounidense, es curioso cómo Jarmusch encaja con un adjetivo tan castellano: socarrón.

Sus filmes

Extraños en el paraíso (1984).

Bajo el peso de la ley (1986).

Mystery train (1989).

Noche en la tierra (1991).

Dead man (1995).

El año del caballo (1997).

Ghost dog: el camino del samurái (1999).

Coffee and cigarettes (2003).

Flores rotas (2005).

Los límites del control (2009).

La entrevista tiene lugar en la presentación del filme en Cannes. Jarmusch pisa La Croisette de negro impoluto y palidez facial, a pesar de la calorina. Huyamos de la obvia comparación con los chupasangres. Se quita las gafas de sol y su voz gutural inunda la estancia. “Yo pensé que este guion era una buena idea, y sin embargo he tardado siete años en encontrar la financiación. Los posibles productores me decían que si faltaba acción, que si era demasiado caro... Y de verdad, no creo que sea tan diferente a anteriores películas mías. No sé que ocurrió. En fin, el mundo ha cambiado, la financiación del cine ha cambiado y yo nunca fui un director muy comercial. Pero de ahí a estos sufrimientos...”. ¡Si los vampiros están de moda en el cine! “Eso me decían —yo solo he visto Déjame entrar en la versión original sueca—, y nada”. ¿Desde cuándo le interesan los vampiros? “De siempre, porque siempre me han fascinado los géneros en el cine —y sé mucho sobre géneros cinematográficos, créame—. Los vampiros son extraños, outsiders, tienen su propia historia, son más complejos que una banal definición como monstruo o demoníaco. En el cine casi aparecen desde el inicio del celuloide. Nosferatu, Vampyr, el Drácula de Tod Browning... muchos títulos interesantes. El ansia me gustó, aunque la que de verdad me fascina es Nosferatu. La primera vez que se muestran colmillos es en una película mexicana de los años cincuenta, El vampiro. Los ajos, las estacas de madera, la cruz... todo son aportaciones que van calando desde el cine. Y los vampiros nacen en la literatura inglesa con los escritores románticos, que no eran la corriente mayoritaria de la época. Siempre han estado al margen”.

Su película huye —aspira a ello— de los estereotipos. “Estoy muy orgulloso de haberles puesto guantes, por ejemplo, y eso les haga parecer más cool. A la vez son vulnerables; reflexioné mucho sobre ello, sobre los problemas que tendrían para obtener hoy en día algo de sangre decente. A veces se nos olvida que viven cientos de años pero que no son inmortales y sí frágiles”.

Me considero un diletante, y no puedo estudiar algo sin obsesionarme”

De esa fragilidad nace la cadena que une en la película a los vampiros con los artistas y los científicos, dos pasiones de Jarmusch. Su Adam parece el hijo bastardo de Kurt Cobain y Lord Byron, encerrado en una casa en Detroit con viejos instrumentos musicales y un muro repleto de nombres míticos... a pesar de que diga que no tiene héroes. Jarmusch pone, entre otros, al músico Jack White, a su amado inventor Nikola Tesla —“¡qué oportunidad perdida por la Humanidad no haber seguido sus avances científicos en la electricidad! Todo sea por los beneficios crematísticos, ¿verdad?”— en ese panteón, y a Eve le coloca de mentor a un vampírico Christopher Marlowe, el dramaturgo que algunos aseguran (como confirma el filme) escribió las obras de Shakespeare: “¿De verdad aún te crees que William Shakespeare escribió su teatro? Es todo mentira, un fraude, cuando murió no poseía ni un libro, no ha sobrevivido nada suyo, y sin embargo de sus coetáneos hay un montón de objetos, manuscritos y rastros”.

A ese Marlowe, John Hurt lo encarna con ecos a William Burroughs y a Paul Bowles: “Claro, porque por Tánger ha pasado un montón de gente interesante, la ciudad ha sido violada por todo tipo de culturas, aún así se mantiene pura y allí han vivido multitud de creadores. Es una ciudad fascinante. No hay cultura del alcohol —yo también la aborrezco— y sí del cannabis, y eso cambia las noches. Solo he encontrado en España un ambiente similar”. ¿Y Detroit? “Cuando era pequeño y mis padres me decían que íbamos a Detroit sonaba a como ir a Nueva York. Me parecía la capital mundial. Musicalmente lo era [Jarmusch dedica 10 minutos al recorrido musical]. Ahora se ha hundido. Sus habitantes están cansados de la ruin porn, de esa manía actual europea de ir allí y fotografiar los edificios y las factorías devastadas, en ruinas. A la vez son lugares bellísimos”. ¿Por eso vive ahí su Adam? “Es un buen sitio para huir de la gente. Él no está en su mejor momento, pero todo vampiro y por ende todo ser humano está más vivo cuanto más abierto esté al asombro y a la curiosidad. Mira, los vampiros de mi película son una metáfora de los humanos. Yo me considero como un diletante, y no puedo estudiar una cosa sin obsesionarme. Hip-hop, pájaros, telescopios, neurocirugía... Una vida da para muy poco tiempo de disfrute”.

Mi trabajo es expresar mi parte artística. Y no pararé”

Solo los amantes sobreviven, que se estrena en España el próximo viernes, ha acabado pagándose con dinero alemán y griego —ahí queda eso—. El proceso se alargó tanto que entre medias Michael Fassbender abandonó el proyecto (le suple Hiddleston), Jarmusch dirigió en España Los límites del control, y al cineasta le ha dado tiempo de rodar su banda de rock experimental SQÜRL, que se ha encargado de la mayor parte de los temas que se escuchan en la película. “No sé si me retiraré del cine como Soderbergh, pero cada vez me cuesta más levantar un proyecto. Mi amigo Béla Tarr también se ha jubilado. No sé que haré yo. Mi trabajo es expresar mi parte artística. Será con películas cada vez más pequeñas, o escribiendo, o con la música que cada vez me da más alegrías. No pararé. Me gusta demasiado el cine como para plantearme dejarlo. No me importa ganar dinero, ni las críticas. Mira cómo pusieron mi concierto en tu Barcelona [lo dice en castellano] en el Primavera Sound. Eso está bien, de todo aprendes”.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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