“La industria de defensa es de ofensa”
Leslie Robertson fue el ingeniero jefe de la construcción de las Torres Gemelas
Pregunta. Usted que es un técnico de grandes dimensiones, ¿cómo se forma un ingeniero en la medida justa de las cosas?
Respuesta. He tenido suerte con los proyectos, pero también al formarme con estudios que nos proporcionaban una sensibilidad hacia el humanismo. Hoy en día echo en falta eso en la formación de los jóvenes ingenieros, es demasiado técnico todo, demasiado centrado en las computadoras.
P. ¿Murió la artesanía?
Perfil
Cuando a Leslie Robertson (1928) le propusieron encargarse como ingeniero jefe de la construcción de las Torres Gemelas era, dice él, un joven atrevido de 32 años. Cuando se hundieron no podía creer aquella locura. Ha vivido el siglo a fondo, desde la Segunda Guerra Mundial hasta hoy, comprometido radicalmente con el pacifismo. Pasó por Madrid para recibir el premio José Entrecanales.
R. Cuando iba al colegio, aprendí a transmitir lo que moldeaba en mi cabeza hacia la mano y de esta al papel. Eso ya no se hace. Una pena. Y creo que existen grandes talentos capaces de volcar en una escala humana su trabajo, pero falla la perspectiva imperfecta del dibujo sobre el papel.
P. ¿Trabaja con la mano?
R. ¡Claro! Y la informática ha aportado grandes cosas a la profesión pero yo nunca dejo de dibujar. Cuando me reúno con mis clientes no llevo un ordenador, llevo un lápiz y eso es mucho mejor.
P. ¿Y da más gusto?
R. Mucho más. Hay un placer en ello. Yo estoy enganchado a mi trabajo. La ingeniería estructural es mi pasión, pero ser capaz de verlo, de moldearlo a mano antes de que exista, es fantástico.
P. Estuvo en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial, ¿también eso fue fantástico?
R. Bueno, me alisté con 16, mentí sobre mi edad, estaba harto del instituto, era un estudiante terrible, así que me enrolé. Fue un error, hubiese sido más feliz en mi vida si no lo hubiera hecho, aunque no fui al frente. Hoy, mi mujer y yo pagamos autobuses enteros para marchas por la paz.
P. Después volvió a estudiar, ¿escarmentado?
R. Bueno, me metí en arquitectura y tuve como profesor a Frank Lloyd Wright.
P. Ese hombre sí que tenía una medida humana de las cosas.
R. Sí, pero era tan egocéntrico que no se puede creer. No iba conmigo: yo, yo, yo. Y eso que me ofreció trabajar con él. Entonces, yo era un niño en muchos sentidos, pero un hombre en otros tantos y le dije: su trabajo es fantástico, quiero ser como usted. Pero finalmente no lo hice.
P. ¿Qué quisieron demostrar al construir las Torres Gemelas?
R. Era más complejo de lo que puedo entender. Una mezcla de símbolo y lugar práctico a la vez. Querían revitalizar el Lower Manhattan. Estaba muerta aquella zona. Por eso un grupo de ricos, entre los que destacaban los Rockefellers, decidieron construir allí el World Trade Center. Tenía que ser grande —primero 100 pisos, que luego subieron a 110 porque al arquitecto, Yamasaki, no le parecían suficientes—, ser bello y estar allí.
P. Yamasaki, todo un personaje entonces y usted, desconocido en Nueva York, joven, 32 años… Cuando todo empezó a principios de los sesenta, ¿cómo se llevaron?
R. Cuando le diagnosticaron cáncer y estuvo un año en el hospital le visité cada día. No sé si eso se llama amistad, pero aprendimos a estar juntos constantemente hablando de arquitectura e ingeniería… Un ingeniero mayor no se hubiera llevado tan bien con él, había que estar un poco loco.
Me siento especialmente responsable por esas muertes, si hubiera reforzado las torres, quizás...
P. Cuando se hundieron, ¿qué sensación le recorrió el cuerpo?
R. Ya habíamos sufrido un atentado. En ese primer acto, salí a la prensa, muy convencido, y les dije que los edificios eran seguros. En este caso, ni fui, no sabía qué decir, estuve meses en silencio. Me enteré en Hong Kong, hoy incluso se me hace difícil hablar de ello. Incluso en el caso de que se estrellara un avión contra las torres un día de niebla, lo habíamos previsto. Pero, ¿quién iba a pensar que a alguien se le ocurriría eso como un ataque?
P. Desde luego.
R. Lo que las hundió fue la resistencia al fuego de los materiales, llamas, gasolina, era mucho más de lo que podían aguantar. Si las hubiéramos diseñado para ser más resistentes, quizás no habría ocurrido, son previsiones sin lógica, la decisión del punto de resistencia fue mía, de nadie más… Y me siento especialmente responsable por esas muertes, si las hubiera reforzado, quizás… Pero lo mío va incluso más allá. ¿Hubiese iniciado Bush una escalada militar en Oriente Medio si no se hubieran hundido? Quizás, no.
P. ¿Hasta ese punto se siente responsable?
R. No, lo que creo es que debemos de calibrar muchas cosas, y que no queremos construir fortalezas que contengan el impacto de un Airbus, sino lugares donde la gente trabaje y disfrute. Es imposible adoptar decisiones racionales sobre límites.
Babelia
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