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‘IN MEMORIAM’

Russell P. Sebold, pasión por el siglo XVIII español

Era quizá el último de una gran estirpe de hispanistas extranjeros que cambiaron la visión actual de la literatura del Siglo de las Luces

Pedro Álvarez de Miranda
Russell P. Sebold, con Pío Baroja en 1952.
Russell P. Sebold, con Pío Baroja en 1952.BIBLIOTECA VIRTUAL CERVANTES

El pasado 7 de abril ha fallecido en West Chester, Pensilvania, un hispanista eminente, Russell P. Sebold. Nacido en 1928 en Dayton, Ohio, era catedrático jubilado de la Universidad de Pensilvania (en la que ejerció durante 30 años), miembro correspondiente de la Real Academia Española y de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona e individuo honorario de la Hispanic Society of America. Había recibido un doctorado honoris causa por la Universidad de Alicante y el Premio Internacional Antonio de Nebrija de la de Salamanca. Durante 29 años dirigió la más prestigiosa revista del hispanismo estadounidense, la Hispanic Review.

Con Russell Sebold, Bud para sus muchos amigos, desaparece acaso uno de los últimos representantes de una brillantísima generación de especialistas, de todo el mundo, en el siglo XVIII español. No hace mucho nos han dejado François Lopez y René Andioc en Francia, Rinaldo Froldi en Italia, Nigel Glendinning en Inglaterra... Sin ellos, el conocimiento de nuestro siglo XVIII, una etapa tan desdeñada durante largo tiempo, no sería en absoluto lo que hoy es.

El mismo Sebold ha contado las resistencias que tuvo que vencer en su maestro, nada menos que Américo Castro, cuando en la Universidad de Princeton, en los años cincuenta, el joven aprendiz de hispanista le planteó que quería estudiar en su tesis un tema de la literatura española de aquel olvidado siglo, el Fray Gerundio de Campazas del Padre Isla. A partir de ese momento Sebold se consagró al estudio de obras y autores dieciochescos: además de Isla, Cadalso, Torres Villarroel, Iriarte, Luzán... De ellos nos ha dejado ediciones excelentes. En su libro El rapto de la mente. Poética y poesía dieciochescas (1970) rebatió los prejuicios antineoclásicos que aquejaban a la literatura española. No se encasilló, sin embargo, en el estudio del Siglo de las Luces, sino que tan buen conocedor como de él lo fue de la centuria siguiente, el XIX. Estaba convencido de que el setecientos inauguraba los principales estilos y movimientos que se identificarían con el siglo posterior: el costumbrismo, el romanticismo, el realismo. Y así, clamaba contra los “diecinuevistas” —curioso que no exista la palabra— que no se tomaban la molestia de leer textos anteriores a 1800, o contra los que pretendían explicar la novela realista sin tener en cuenta ninguna obra anterior a La Fontana de Oro (1870). Ahí están, por otro lado, sus fundamentales estudios sobre Bécquer. Espíritu polémico y combativo, Sebold defendió con pasión los orígenes tempranos del romanticismo (bien claramente lo expresa el título de un libro suyo de 1974, Cadalso: el primer romántico ‘europeo’ de España). Quiso demostrar que cuando Meléndez Valdés habla de “el fastidio universal” está dando nombre por vez primera al dolor romántico, al mal du siècle. Estas tesis no fueron siempre, desde luego, aceptadas ni compartidas por sus colegas. Pero incitaron al debate, alimentaron la discusión, removieron lo asentado en las aulas, y eso siempre es saludable.

No hay que decir que a Bud Sebold le encantaba venir a España, y muy particularmente a Madrid. Hasta hace poco lo hacía todas las primaveras, se alojaba en la Residencia de Estudiantes y se soltaba un poco la melena (por ejemplo, aquí fumaba, cosa que no hacía en Estados Unidos). Era un placer quedar con él para conversar en torno a una mesa. Tenía verdadera pasión por los libros, y como venía viajando a España desde los tiempos en que los volúmenes del XVIII y del XIX no eran todavía muy cotizados, pudo reunir una biblioteca espléndida. En un determinado momento, incluso, adquirió la parte dieciochesca de la del crítico y poeta José Luis Cano, cuando supo, por este, que ya no se iba a interesar más por los tiempos del poeta Cienfuegos. A Cano lo conocía, claro, de la famosa tertulia de la revista Ínsula, de la que Bud era asiduo. Durante muchos años colaboró también con artículos de tema literario en el periódico Abc.

Después de la jubilación, e incluso después de que, por la edad, dejara de venir a España, siguió trabajando con denuedo. Tal era la calidad y el interés de la biblioteca reunida en su casa que, sin moverse de ella, podía seguir produciendo trabajos exquisitamente eruditos. Era el único hispanista que conozco que se había propuesto firmemente no escribir en una lengua que no fuera el español. Y así, salvo en sus primeros años, no hay en su inmensa bibliografía trabajos en inglés. Difícil merecer más que él el honor de ser correspondiente de la Academia Española, pues su dominio de nuestra lengua era prodigioso. A veces le decía, en broma: “Escribes demasiado bien, no te van a entender”.

En estos últimos años venía yo echando de menos la charla primaveral con Bud Sebold, en un restaurante o en una librería de viejo. Siguieron llegando, no obstante, sus libros, sus separatas electrónicas, sus correos. Ahora ya la ausencia de todo eso será definitiva.

Pedro Álvarez de Miranda es catedrático de Lengua Española en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de la Real Academia Española.

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