‘Doce años de esclavitud’, vistos desde Brasil
En un país de descendientes de esclavos, las escenas de castigos corporales perturban por recordar las cicatrices de una herencia maldita aún presente en la sociedad brasileña
Aunque nominado al Oscar como mejor actor por la película 12 Años de Esclavitud, el actor británico Chiwetel Ejiofor actúa como un mero comparsa. No transmite un gramo de emoción dando vida a un destino tan dramático como el de Solomon Northup, un hombre libre que es secuestrado para ser esclavizado en Estados Unidos. Caí en la cuenta de eso cuando repasaba mentalmente, por segunda vez, todas las cosas que tenía que comprar en el supermercado al día siguiente. Boring, en inglés, es lo menos que se puede decir para resumir su interpretación.
Pero, 12 Años de Esclavitud merece ser vista pues la película es inolvidable. Y emociona fuertemente cuando aparece la secundaria Lupita Nyong’o, una de las actrices más bonitas que he visto en el cine. Ella sí vale la película, y no por su belleza, que tal vez ni sea la que yo tengo en la memoria de mi retina ahora. Puede ser que su actuación, asombrosamente densa y real, la haya tornado aun más linda de lo que es. Con ella logré conectarme afectivamente a la película, y sentir una incomodidad profunda. Lupita interpreta una esclava sometida a todo tipo de abusos, por un latifundista que no esconde su pasión por ella. Fácil identificarse en el inconsciente femenino, pero esa es solo una minúscula faceta de su personaje. Lupita es llevada a los extremos de su salud mental, entre estar viva y morir. Es ella quien efectivamente transporta el espectador a la esclavitud que da título a la película.
Una de las escenas más crueles es cuando ella está recibiendo latigazos del patrón, enojado porque abandonó la hacienda sin avisar. Las heridas en su espalda sangran, y forman cicatrices profundas a lo largo de la película. Eso me remitió a amigos, compañeros y conocidos de Brasil que relatan la vida de sus antepasados. Es natural encontrarse aquí con descendientes de esclavos, que recuerdan las marcas en la espalda que sus abuelas o bisabuelos exhibían de sus tiempos de esclavitud. En un país que solo abolió esta indignidad humana en 1888, tras 350 años en vigor, las cicatrices siguen abiertas.
Sus ecos aun suenan en Brasil, una sociedad donde casi la mitad de sus habitantes es de raza negra, sumándose negros y pardos. La huella de su existencia, y de su influencia, son perceptibles en mínimas sutilezas. “ Estoy en la picota”, o “Estoy en el tronco”, decimos, con un toque de humor, cuando cumplimos jornadas de trabajo extensivas. Sin embargo, en el día a día esas huellas autoritarias que quedaron de la esclavitud no tienen la más mínima gracia. La semana pasada una jubilada, de nombre Davina Castelli, fue condenada por racismo tras insultar a una mujer negra. La llamó “mona”, y dijo que los “negros son inmundos”, a quien quisiera oírla en las tiendas que frecuentaba en un centro comercial en plena Avenida Paulista, corazón de Sao Paulo, la mayor ciudad brasileña.
Desde hace cinco años venía comportándose públicamente como una racista, según testigos, y había sido denunciada varias veces a la policía por ello. Incluso fue tema de un noticiario, como se ve en un vídeo en YouTube de hace dos años. Nadie había hecho nada para ponerla en su lugar. Fue necesario que el asunto llegara a los oídos del gobernador del Estado para que la pasividad del centro comercial, de la policía y de quien estaba cerca cuando ella soltaba esos insultos, fuera interrumpida. Nadie se atrevía a reaccionar tampoco cuando el personaje de Lupita recibía latigazos atada a un tronco.
En un país donde la pobreza es negra, formada por esos descendientes de esclavos, liberados sin el menor apoyo para lograr una reinserción digna en la sociedad de finales del siglo XIX, los latigazos en la espalda de Lupita perturban. La esclavitud en EE UU y Brasil no se vivió de la misma forma. Pero en cualquier lugar del mundo es la sombra que la humanidad deja aparecer de tiempo en tiempo. En Estados Unidos, al menos, el Gobierno se preocupó de entregar un pedacito de tierra a los que fueron liberados en 1863. En Brasil, no. Hoy, pobres y negros aun siguen en la marginalidad, con un pie en el submundo de la violencia. ¿Será su venganza por tantos siglos de un olvido que aun permanece? En 12 años de esclavitud es Lupita quien nos hace reflexionar.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.