La primera reencarnación de Darío Jaramillo
El autor colombiano reedita su primera novela y el libro de poemas que lo consagró "No saber quién me voló la pierna me ahorra tener a quien odiar", afirma sobre las conversaciones de paz entre el Gobierno y la guerrilla
“Tengo la sensación de estar en mi primera reencarnación. Ya puedo volver a comenzar”, dice irónico Darío Jaramillo (Santa Rosa de Osos, 1947) en una de sus frecuentes visitas a Madrid. El escritor colombiano habla de una nueva vida porque las editoriales españolas Pre-Textos y Visor reeditan su primera novela –La muerte de Alec (1983)- y su tercer libro de versos, Poemas de amor (1986), un pequeño clásico de la poesía latinoamericana de las últimas décadas. Autor ya de tantas novelas como poemarios, siete, Jaramillo cuenta que nunca hasta los años ochenta se había propuesto escribir ficción. De hecho, la muerte que desembocó en su primera tentativa novelesca se le resistió hasta que dio con la fórmula mágica: narrarla en forma de carta: “Tenía la historia en la cabeza obsesivamente. Necesitaba escribirla, pero nada. Entonces me di cuenta de que lo que yo sabía escribir era cartas. Y eso hice. Siempre digo que como no hay concurso de cartas la gente escribe novelas”. Aunque su segunda novela también fue epistolar -Cartas cruzadas (1993)-, el escritor antioqueño es consciente de que el correo electrónico ha llevado el género al borde de la extinción. “Es un recuerdo arqueológico. En lo que va de siglo, he recibido una sola carta. Hace dos años. Imagina la emoción de ver la dirección manuscrita en el sobre”.
Lo mejor que le puede pasar a un poema es que le sea útil a la gente, que lo usen como se usa un destornillador
Poeta antes que narrador, Darío Jaramillo tiene una particular teoría para explicar el distanciamiento emocional que hay en sus novelas en comparación con la cercanía de sus versos de amor: “Es que en las novelas uno está inventando ser alguien e inventando ser alguien que se enamora. Ya hay ahí dos inventos, mucha distancia. Los poemas de amor los escribí cuando estaba enamorado. Escribí muchos y tiré muchos. La emoción hace que la poesía falle, que sea deleznable. A veces hay que esperar años para recoger los frutos. Como decía otro autor colombiano, el buen poema se come frío”. A todo lo anterior se le añade la dificultad de lidiar con una tradición lírica saturada de palabras de amor: “Haría falta dar con una onda verbal que no existiera, pero es muy difícil meterle carpintería a ese tipo de poemas”.
“Ese otro que también me habita, / acaso propietario, invasor quizás o exiliado en este cuerpo ajeno o/ de ambos, / ese otro a quien temo e ignoro, felino o ángel, / ese otro que está solo siempre que estoy solo, ave o demonio/ esa sombra de piedra que ha crecido en mi adentro y en mi afuera, / eco o palabra, esa voz que responde cuando me preguntan algo, / el dueño de mi embrollo, el pesimista y el melancólico y el/inmotivadamente alegre, / ese otro, / también te ama”. Este poema, que abre el libro ahora reeditado ha circulado de mano en mano en Colombia incluso entre gente que no sabe quién es Darío Jaramillo. “Lo mejor que le puede pasar a un poema”, dice su autor, “es que le sea útil a la gente, que lo usen como se usa un destornillador”. Y así ha sido. Entre muchos casos, recuerda el de un niño que le presentaron. Se llamaba Darío porque su futuro padre envió ese poema a su futura madre atribuyéndoselo. “Me pareció maravilloso”, explica Jaramillo. “El amor es preverbal, puro instinto. Alguien quiere expresarlo, no le alcanzan las palabras y ahí está la poesía”.
Nos hemos impuesto el optimismo casi como una necesidad de supervivencia. Si supiera rezar, rezaría”
Si los lectores se han apropiado sin pudor de los versos de Jaramillo, sus colegas escritores han tenido siempre entre sus favoritos Historia de una pasión, un libro sobre la vocación literaria que su autor ha ido ampliando a medida que pasaban los años hasta completar con tres versiones. “He renunciado a escribir una cuarta porque ya está dicho ahí: para mí escribir no es un oficio sino una necesidad. Ese libro habla de una limitación: soy incapaz de reflexionar con los brazos cruzados, necesito usar los dedos, escribir, que la reflexión se vuelva palabra. Lo que yo soy es un lector. Hace poco me compré una nueva edición de Los caracteres de La Bruyère. Lo abrí, empecé a leer y me dije: ‘Estos son los escritores, no yo”.
Historia de una pasión habla del Jaramillo escritor pero también del Jaramillo ciudadano, el hombre que en febrero de 1989 vio como una bomba le volaba el pie derecho. “Tengo un pie en la tumba”, escribe con ironía. Pasados los años, Jaramillo ha puesto todas las esperanzas en las conversaciones de paz que el Gobierno colombiano y la guerrilla desarrollan desde noviembre de 2012: “Nos hemos impuesto el optimismo casi como una necesidad de supervivencia, como una disciplina. Si supiera rezar, rezaría”. Su esperanza en que “esto salga” le lleva a no reclamar nada especial como víctima. “Perdonar es muy difícil. ¿Que se sepa que pasó? Yo no sé quién me puso la bomba, tampoco me interesa. No saberlo me ahorra tener a quien odiar. Mi planteo es que hay que hacer borrón y cuenta nueva, mirar hacia adelante. Pero tengo muchas dudas: esto solo me sirve a mí, no digo que tenga que ser global”.
Babelia
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