“Mi discurso en la RAE es uno de los estrenos más difíciles de mi vida”
Hoy ingresa en la casa de las palabras José Luis Gómez, un actor “a secas” Un hombre de teatro que, cargado de proyectos vivos, pretende devolver el poder de la oratoria
A pesar de sus incontestables tablas, es muy probable que el miedo escénico aceche a José Luis Gómez (Huelva, 1940) ante el inminente estreno, hoy por la tarde, de su propio personaje en la Real Academia Española (RAE). El actor ofrecerá en el templo del español su discurso de ingreso, Breviario de teatro para espectadores activos,un canto a su oficio, el de esos cómicos “que han vivido el desamparo y el desprecio” y cuyo papel en la transmisión de la lengua es en su opinión capital. Defenderá, asegura, “la palabra en acción” desde el sillón Z (“de Gómezzz”, bromea él) que dejó vacante su admirado Francisco Ayala y lo hará con la convicción de enarbolar el enigma de una paradoja: las palabras quizá no pertenecen a los actores pero el prodigio de su oficio consiste precisamente en incorporarlas hasta hacerlas también suyas.
“Es un estreno difícil, uno de los más difíciles de mi vida”, asegura Gómez 48 horas antes de la función en su apacible y soleado rincón de la colonia de la Fuente del Berro, ese barrio de viejos chalés y pavos reales capaz de ignorar entre pajarillos y palmeras a su estruendosa vecina la M-30. Sin duda, un buen lugar para desocupar la cabeza y preparase para esa limpieza final que requiere subir a escena, cualquier escena, y no quedarse en blanco. “He hecho muchos solos, Azaña, Informe para una Academia, recitales de Cernuda, Juan Ramón… pero este me preocupa mucho porque en la RAE se ensaya poco. Así que voy con pocos ensayos y con un vestuario al que no estoy muy habituado... el frac”.
La tribu del teatro ya cuenta entre los sillones de la RAE con un dramaturgo, Francisco Nieva, y, hasta su muerte, con un actor, Fernando Fernán Gómez. Pero la obra literaria de Fernán Gómez pesó en su ingreso y por eso es la primera vez que un actor “a secas” entra en la casa —o palacio— de las palabras. “Como diré en mi discurso, quizá se debe a un error o quizá sea una novedad que la Academia decida incluir entre los suyos a un miembro de un oficio antiguo, un oficio tan frágil como resistente, el de los actores, que se supone que se esmeran cada día en el uso de la lengua para transmitir mejor lo que la tinta conservó y postró en las páginas de los libros. Los actores tenemos el deber y la tarea de llevar a la vida esas palabras postradas”.
Es esa figura de “gran mediador” la que quiere potenciar con su presencia Gómez y la que trae a la conversación el recuerdo de un vibrante diálogo público sobre Hamlet entre Orson Welles y Peter O’Toole. “El trabajo del actor, tan sencillo como complejo, es un oficio que solo en ocasiones es arte. Peter O’Toole recordaba en una entrevista que vi hace poco que el 80% de lo que hace un actor es hablar y eso ha sido para mí un trabajo troncal. Yo, por una suma de cosas, pero principalmente por puro instinto, he insistido mucho en forjar ese tronco”.
Cuando lea mi discurso y cuando lea El Mio Cid, Agustín García Calvo estará conmigo. Él fue mi maestro de prosodia"
En el desarrollo de esa columna vertebral se encuentran los estudios de oratoria y retórica, “que estaban en los planes iniciales de la Academia pero que finalmente no se desarrollaron. Precisamente, en el alegato en defensa de mi incorporación a la RAE, Emilio Lledó habló de esa oralidad que pudo prescindir durante miles de años de la escritura y a través de la que tenemos un corpus de lengua y sabiduría impresionante. Esto es algo lleno de interés para mí, porque la escritura dramática no puede prescindir de la oralidad. Los escritores se complacen con que su obra sea leída, pero el autor de teatro, disciplina enormemente difícil porque como género está más cerca de la poesía que de la narrativa, nunca estará satisfecho si su obra es leída sino solo si es representada, es decir, vuelta a traer al presente. Esa es la almendra del hecho del teatro: esa vuelta al presente es lo que ha determinado en mi opinión su perdurabilidad”.
Para estimular este campo de, digamos, filología orgánica, entre los grandes proyectos de la RAE estará Los cómicos de la Lengua, suerte de exposición viva que capitanea Gómez y que es heredera de un viejo proyecto de La Abadía, teatro que el actor dirige desde 1994, El taller de la palabra. “Son lecturas en vida”, las define él al hablar de un programa que pondrá en manos de filólogos y actores obras capitales del español: Desde El Cantar del Mio Cid al Libro del Buen Amor, La Celestina o La vida es Sueño, que de la mano de, entre otros, Carlos Hipólito, Carmen Machi, Julia y Emilio Gutiérrez Caba, Israel Elejalde, José Sacristán, Blanca Portillo y el propio Gómez buscarán el milagro de la palabra a través del temblor de grandes intérpretes.
Otro fruto más de ese amor por la lengua que, según recuerda, le ha llevado a llamar a muchas puertas a lo largo de su vida (la de Francisco Ayala, por ejemplo, episodio que será evocado el domingo en su discurso) o la de un hombre que nunca entró en la Academia pero cuyo legado filológico está ahí, en la mochila inmaterial del nuevo académico. “Cuando lea mi discurso y cuando lea El Mio Cid, Agustín García Calvo estará conmigo. Él fue mi maestro de prosodia, trabajó cinco años en nuestro Taller de la palabra dejando una huella muy profunda en nosotros. Nadie ha hecho una incursión práctica en la lengua como él. Sé que en su corazón muchos académicos, aunque otros no tanto, han echado en falta a gente como Agustín. Pero como tantas cosas en la vida, el azar desempeña un papel demasiado importante. En la Academia, también”
Babelia
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