Shakespeare para ‘hipsters’
Whedon fracasa en su tentativa de comedia de aire desenfrenado porque el texto y la acción parecen ir cada una por su lado
Tanto en cine como, sobre todo, en las tablas no son pocos los textos teatrales de época que han sido adaptados manteniendo cada una de sus frases, pero trasladando la acción a la actualidad o a un tiempo distinto del original. Del Hamlet de Michael Almereyda, con el príncipe como heredero capitalista de un reino que no era sino una gran corporación, al “¡mi reino por un caballo!”, de Ian McKellen en un Ricardo III ambientado entre nazis y no rogando por un equino, sino por un tanque, lo único imprescindible de estos ejercicios es que el espíritu de la obra mantenga su vigencia plena y que sus subtextos sigan allí, más allá de la letra, algo que conseguían plenamente películas tan distintas como Ran, Mi Idaho privado o Romeo debe morir. Justo lo que no logra Joss Whedon, autor de Los vengadores y La cabaña en el bosque, al trasladar la ligereza amorosa, los engaños del corazón y la lucha de sexos de Mucho ruido y pocas nueces, de Shakespeare, a una casona de Los Ángeles habitada por hipsters y metrosexuales.
Whedon fracasa en su tentativa de comedia de enredo de aire desenfrenado porque el texto, en prosa y en verso, y la acción parecen ir cada una por su lado. El acartonamiento y la frescura tienen poco que ver con el ropaje y sí mucho con la esencia, el ritmo y la verdadera entidad dramática y cómica del asunto, así que por muchas corbatas y piscinas que nos quiera endilgar Whedon, la versión de Kenneth Branagh era más insolente y rabiosa que este aspirante a producto alternativo e intelectual, al que quizá le sobre orgullo de sí mismo.
Babelia
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