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Columna
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El irlandés loco

Peter O’Toole, con el Oscar a su carrera, recibe el abrazo de Meryl Streep en 2003.
Peter O’Toole, con el Oscar a su carrera, recibe el abrazo de Meryl Streep en 2003.timothy a. clary (afp)

Cuando Peter O’Toole visitó el festival de San Sebastián en 1990 parecía un hombre cansado. Quizá no lo estuviera pero su extrema delgadez daba a su rostro un aspecto casi cadavérico que, sin embargo, no hacía mella en su sonrisa algo tímida ni en la cordialidad con que atendía a los innumerables fans que le solicitaban.

Fue a Donostia a presentar una copia restaurada de Lawrence de Arabia en el gigantesco velódromo de Anoeta, donde fue aclamado por un público emocionado al ver de cerca a uno de los mitos más celebrados del cine y no solo por su extraordinario trabajo en aquella película.

O’Toole correspondió a la emoción de los espectadores aguantando a duras penas sus propias lágrimas mientras veía de nuevo las imágenes de la película que le había catapultado a la fama. ¿Por qué lloraba? Quizá le estuvieran asaltando los recuerdos de cómo fue elegido a última hora, reemplazando a Marlon Brando, para interpretar a un personaje tan enigmático y complejo como el de T. E. Lawrence con el que finalmente O’Toole acabaría confundiéndose, formando con él casi una sola persona.

Así lo comentaba el equipo durante el rodaje de la película. O’Toole era igualmente misterioso y ambiguo, alegre con frecuencia pero ingobernable en ocasiones, incluso intratable, como el propio Lawrence, haciendo honor al apodo de irlandés loco con que se le conocía ya en el mundo del teatro.

En él había comenzado su carrera destacando en obras de Shakespeare, y en él continuaba trabajando cuando fue seleccionado para encarnar a Lawrence de Arabia. Tras el gran éxito personal que obtuvo con esta película fue lógico que el cine le reclamara de nuevo y que se le confiaran personajes igualmente oscuros o atormentados. Lord Jim (1964), sobre la novela de Conrad, Becket, que le unió a otro monstruo del teatro, Richard Burton, El león en invierno, junto a la no menos admirable Katharine Hepburn, o en el musical El hombre de La Mancha, junto a Sofía Loren, fueron algunas de sus siguientes apariciones en la gran pantalla, todas de gran éxito.

O’Toole era igualmente misterioso y ambiguo, alegre con frecuencia pero ingobernable en ocasiones, incluso intratable, como el propio Lawrence

No dejó por ello de seguir siendo un actor problemático, especialmente por una desmedida afición al alcohol que le ocasionó problemas en su carrera y en su vida personal. Puede que ello influyera en sus colegas de la Academia de Cine que en ocho ocasiones le negaron el Oscar tras haberle nominado. Y no fue hasta 2003 cuando se le concedió una estatuilla honorífica, lo que a él le ofendió aunque reaccionando con buen humor y solicitando más tiempo para merecerla por alguno de sus trabajos futuros.

Nueve años más tarde anunció su retirada del cine y el teatro en una carta abierta, en la que dedicaba a la profesión un adiós profundamente agradecido, “y con los ojos secos”. Trece años atrás había llorado en San Sebastián viéndose en la pantalla, joven, esbelto, con sus expresivos ojos azules y una voz profunda, que le habían hecho merecedor de ser elegido por la revista Empire como uno de los hombres más atractivos de la historia del cine.

En ocasiones su propia personalidad parecía inspirar a los personajes. En Profesión: el especialista (1980) daba vida a un excéntrico director de cine, en Mi año favorito (1982) encarnaba a un alcohólico recalcitrante, y en Venus (2006), cuyo rodaje interrumpió durante tres semanas, pero por la que fue nominado de nuevo al Oscar, era un viejo actor olvidado por casi todos. Algo que a Peter O’Toole no le ocurrirá.

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