Cuando Hitler mandó en Hollywood
El libro ‘The collaboration’ desentraña la íntima relación entre las ‘majors’ y el Tercer Reich
“Hitler se levantaba sobre la una del mediodía y después de comer siempre le apetecía ver una película. Su secretario llevaba una libreta de críticas, o algo parecido, y anotaba las opiniones del Führer sobre cada proyección. Al principio pensé en hacer un libro sobre las críticas de Hitler, en un tono humorístico, hasta que encontré aquella nota de la Metro-Goldywn-Mayer, MGM, que acababa con un ‘Heil, Hitler!’. De repente, creí que podía hacer un libro más relevante”. Lo cuenta Ben Urwand, un hombre que se ha pasado el último lustro investigando las oscuras relaciones entre los grandes estudios de Hollywood y el Tercer Reich, desde principios de los años treinta hasta los años cuarenta, en un alud de revelaciones que casi se lo lleva a él por delante: “No esperaba la reacción tan virulenta de algunas personas relacionadas con Hollywood, de algunos críticos e incluso de algunos directores”.
Urwand, habla —sin citarlo— de Quentin Tarantino y de la polvareda que levantaron algunas de las afirmaciones del escritor en las que hablaba de la complicidad del propio Jack Warner con el nazismo, argumentando que si bien es cierto que su estudio fue el único que plantó cara a la influencia germana, no es menos cierto que el gran capataz de Warner Brothers se paseó al final de la guerra con el yate de Hitler en una visita a Alemania, además de “boicotear ciertas producciones como La vida de Emil Zola, obligando a quitar del guion la palabra ‘judío”. Tarantino descalificaba el libro al decir que los grandes mandamases se vieron obligados a seguir la corriente por la importancia del mercado alemán (“Un mercado que influencia a toda Europa”, añadía) y defendía la figura de Warner. “Cogió el dinero porque todo el mundo cogía el dinero. Así es cómo era: de la misma manera que ahora todo el mundo hace negocios con China”, decía el director al Jewish Journal al mismo tiempo que —paradójicamente— reconocía no haber leído el libro.
La cuestión es que The collaboration (título del libro, editado por Belknap Harvard) se ha convertido en una de las grandes polémicas del año en Estados Unidos, donde, por supuesto, lo de explayarse sobre las complicidades entre uno de los regímenes más sanguinarios de la historia de la humanidad y la industria cinematográfica más poderosa del planeta no ha sentado bien: “Hay millares de documentos que certifican lo que pasó. No solo el documento de MGM con el membrete de la compañía y el ‘Heil, Hitler!’, sino actas de las reuniones entre el cónsul alemán en Los Ángeles y los grandes estudios donde este decidía qué era aceptable para el régimen y lo que no”, cuenta Urwand vía telefónica desde Nueva York. “El problema es que hasta ahora todo se había intentado estudiar desde el lado estadounidense y los grandes archivos sobre esta relación están en Alemania: es imposible sacar nada en claro desde aquí”.
Al dictador alemán le gustaba Mickey Mouse y odiaba a Ernst Lubitsch
“A Hitler le gustaba Mickey Mouse, le encantaban el Gordo y el Flaco y le repugnaban Ernst Lubitsch (ordenó parar la proyección en sus aposentos de La octava mujer de Barbazul) y King Kong”, cuenta Urwand. Esta última por la insinuación de un romance entre un gorila y una mujer blanca, que el Führer consideraba un ataque directo a la raza aria y una (despreciable) metáfora del multiculturalismo. Pero, sobre todo, odiaba la muy eficaz maquinaria del estadounidense que fue capaz de parir Sin novedad en el frente. El filme de 1930 dirigido por Lewis Milestone molestó tanto al dictador que ordenó a sus tropas de asalto que boicotearan la première en Berlín, con el mismísimo Goebbels, secretario de propaganda del régimen. Más de 200 cachorros de las SA compraron entradas para el estreno, interrumpieron la proyección y ya con las luces encendidas Goebbels soltó un incendiario discurso sobre los males del capitalismo. “La afición de Hitler por el cine era muy particular, y Sin novedad en el frente era un compendio de todo lo que el dictador odiaba. Cuando la vio ya advirtió de que era muy peligrosa para la moral alemana: lo teatral de la intervención ligaba mucho con el sentido del espectáculo que tenían los nazis. Para ellos el cine podía ser un aliado muy ventajoso y la taquilla seguía siendo muy importante para Hollywood. El pacto fue una cosa lógica, para ambas partes”.
Babelia
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