Yva Las Vegass: Sexo, drogas & joropo
Formó parte de Sweet 75, que colideró junto al bajista de Nirvana, Krist Novoselic, pero la cantautora venezolana establecida en EE UU, comenzó un viaje a la música de su país, de la que aprendió sus misterios. Su último disco, editado en 2012, lo confirma
Como no soy ambiciosa, hago lo que quiero”, advierte Yva Las Vegass, al otro lado del teléfono, desde Los Ángeles, megalópolis a la que se mudó, tras una breve estadía en Nueva York, para acompañar a su novia. “Puedo cantar donde sea, no es un problema para mí”. Y es que la emisaria queer del folclore venezolano sólo necesita a su confidente, amén de camarada de mil y una batallas, el cuatro, para revolver las emociones más extremas en la audiencia: desde esa fascinación a un tris de la sensiblería hasta la aversión homofóbica. Más aún en esta época, en la que promociona su nuevo álbum solista, el exquisito I Was Born in a Place of Sunshine and the Smell of Ripe Mangoes (2012), que, aparte de compilar su primer repertorio propio, la revela como una gran ejecutora de un instrumento que tiene entre sus principales referentes a Jacinto Pérez, Fredy Reyna, Cheo Hurtado y Hernán Gamboa. “No tengo formación académica. Todo lo que toco es de lo que me acuerdo. Uno de los integrantes del grupo venezolano Toberías me explicó que mis canciones tienen partes de géneros musicales locales como el joropo tuyero, las tonadas y el merengue criollo”.
No obstante, antes de dedicarse de lleno a la exploración del acervo sonoro venezolano, la cantautora oriunda de la ciudad de Puerto La Cruz se dio a conocer en todo el mundo, pero en calidad de riot grrrl, al formar parte del grupo Sweet 75, en el que hizo tándem con Krist Novoselic, bajista de Nirvana. “Hoy el rock me parece aburrido, no es lo mismo”, afirma la artífice de 50 años. “Si bien desde que era muchachita tuve bandas, en la actualidad me presento como artista de música tradicional venezolana. Siempre fue mi alma”. Aunque aclara. “Pese a que éste es mi presente, mi ética y mi estilo siguen siendo punks. De hecho, mi más reciente álbum lo lancé con un sello punk de Chicago, Moniker Records. Firmé con ellos luego de que en 2009, en Tennessee, conociera a un escritor que me compró en un show mi material anterior, You’re So Lucky to Hear This (2003), que se lo pasó a la disquera. Este trabajo me llevó mucho tiempo hacerlo porque no tengo apuro, aparte de que en el medio sufrí dos ACV. No estoy con lo de las súper producciones, pues mi idea es repetir en la tarima lo mismo que está en el disco”.
A pesar de que vio poco y nada a Novoselic tras la disolución de la agrupación en 2000, con la que además editó un álbum homónimo en 1997, Yva recuerda con amargura sus warholianos 15 minutos de fama. “No pensé que esa experiencia saldría tan mal”, se apena la otrora bajista y vocalista del grupo. “Aún circula esa leyenda horrible de pobre rico de que conocí a Krist después de que su esposa me viera tocar en la calle o incluso de que me recogieron. La verdad es que entramos en contacto a través de una amiga fotógrafa que teníamos en común. Luego de Kurt Cobain se mató, ella le organizó una fiesta de cumpleaños sorpresa, y quiso llevarle a un artista que no fuera del ambiente del rock para que le ofreciera un pequeño show. Así que sugirieron mi nombre, porque hacía música venezolana”. Ese encuentro fue el puntapié inicial para la confección de Sweet 75. “Él quería un remedio para su dolor, necesitaba ser líder de un grupo. Si me convocó, fue porque se dio cuenta de que tenía talento. Yo escribí todas las canciones de ese disco, en el que él no tuvo nada que ver. Pero se llevó los elogios, hasta las guitarras que toqué. A la gente le gusta más ese material ahora que antes, aunque fue insostenible seguir adelante”.
Al igual que los culebrones del terruño de origen de la colíder de Sweet 75, la ruptura del combinado creado en 1995 estuvo salpicada de drama. “Krist (en Sweet 75 cambió el bajo por la guitarra) estaba concentrado en la realización del próximo disco de Nirvana. Entonces no le prestó atención en absoluto a la promoción de nuestro álbum. Por eso, al llegar a Europa para hacer una gira, nadie nos fue a ver. Y eso fue muy duro para él. Una vez que regresamos a Estados Unidos, me dijo que no podía seguir. Así que terminamos. Si bien llevaba adelante varios proyectos a la vez, me sentí muy triste cuando éste se acabó porque me entusiasmaba”, evoca la joropista punk. “No obstante, el mundo da vueltas: me dejó mi compañera, y a él su esposa, y rescatamos el grupo, que tuvo un sonido menos rockero y más trip hop. Mientras empezamos a grabar lo que iba a ser la segunda producción discográfica de la agrupación, Los Fabulosos Cadillacs nos llamaron para hacer un tour junto a ellos, pero estábamos muy metidos en drogas. Un día, cerca de su granja, nos emborrachamos, y peleamos. Me dijo unas cosas racistas muy feas. Ahí decidimos separarnos definitivamente”.
Aunque sostiene una relación de amor y odio con su otrora banda, la artista comprende que esta entrevista no hubiese sido posible sin ese pasado. “De ahí vengo”, se resigna Yva, para luego enfatizar que no fue la única agrupación en la que militó. The Stinky Punk Bitches y Hardcore Exorcismo, así como del colectivo World Beat Children of Revolution, son algunos de los proyectos de los que formó parte esta heroína de los marginados (cuya frontalidad artística, mezcla de militancia de género y redención de la música popular latinoamericana, es afín a la de figuras del calibre de la dominicana Rita Indiana), mientras le iba poniendo fichas a su carrera unipersonal. Y todo esto sucedió en Seattle, la patria del grunge. “Llegué allá, en 1981, luego de que me mandaran a Estados Unidos para estudiar en un internado. Viví más tiempo en Seattle que en Venezuela”, alega. “No te imaginas la cantidad de bandas de la época del grunge que nunca fueron famosas. Yo fui parte de eso, estuve en un montón de formaciones. Me acuerdo cuando los de Pearl Jam tenían cuatros grupos paralelos o de los inicios de Nirvana, en el que tocaban versiones. Fue un periodo emocionante, pero murió mucha gente”.
Sin embargo, previamente a su incorporación en la repartición de decibeles de existencialismo con olor a espíritu adolescente, la portocruzana acuñó su pasión por el rock en su propio país. “Tenía 13 y 14 años, vivía en Caracas en aquel entonces, y era medio hippie. Mientras escuchaba a Janis Joplin y Led Zeppelin, iba a ver los shows en vivo de agrupaciones como Arkángel (banda pionera del heavy metal en Venezuela). Pero una vez que descubrí a Nina Hagen, lo demás dejó de interesarme”. Además de la reina alemana del punk, quien marcó su impronta performática, en el presente artístico de la cantautora que en su antebrazo derecho lleva tatuado “por las buenas” y en el izquierdo “por las malas” se asoman otros ídolos de su adolescencia: exponentes de la música popular venezolana como Soledad Bravo, María Teresa Chacín, Gualberto Ibarreto y Lilia Vera. Aunque aparecen a manera de destellos en su repertorio, interpretado casi en su totalidad en español, pues su ejecución del cuatro (aprendió a tocarlo a los cinco años) columpia entre la canción de cuna y el abismo experimental, al tiempo que su cantar repara en esa voz lijosa del dolor convertido en universidad.
I Was Born in a Place of Sunshine and the Smell of Ripe Mangoes, amen de que es el primer álbum de Yva Las Vegass amparado por un sello desde I Am a Folk Singer (2003) (el resto de sus trabajos los editó por su cuenta), sintoniza con un momento en el que estrellas del indie como el sueco (de ascendencia argentina) José González o el estadounidense Devendra Banhart (de madre venezolana) se han encargado de presentar la música popular latinoamericana en otro circuito y a una nueva generación de público. “Me encanta que Devendra le esté echando bolas, y le deseo mucha suerte. Espero compartir algún día escenario con él o al menos cocinarle unas arepas”. Si bien la edición de este reciente título podría cauterizar la reinserción de la artista en un circuito musical global, de la mano del pop independiente, y tras años de sostener una carrera reprimida por la inapetencia, la folclorista queer desconfía de la providencia. “De mí han dicho de todo: que soy fea, gorda, lesbiana y que canto mal. Los que pensaron algo bueno, que Dios los bendiga. ¿Sabes qué pasa?: la gente tiene miedo de quien soy”.
Babelia
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