El escultor británico Anthony Caro muere a los 89 años
El artista, considerado uno de los mejores de su generación, fallece de un ataque del corazón
Si hubiera que destacar una palabra ligada a la vida de Anthony Caro, la elegida sería el hierro. Este ha sido el material preferido para construir la mayor parte de las esculturas que le han convertido en un artista esencial de la segunda mitad del siglo XX. De hierro ha sido siempre su voluntad de crear aislado, de espaldas a las modas del mercado y de con hierro parecía hecha su convencimiento de que el arte era pura investigación. Sir Anthony Caro, fallecido el miércoles en su Surrey natal a los 89 años, trabajó hasta el ultimo momento en sus famosas esculturas metálicas de piezas engarzadas que se conservan en los grandes museos y colecciones de todo el mundo.
Con poco más de veinte años y la carrera de ingeniería terminada, decidió estudiar escultura en la Royal Academy of Arts de Londres. Poco después tuvo la suerte de aprender los rudimentos del oficio con otro grande de la escultura británica, Henry Moore, con el que compartió el amor por las piezas de gran formato y por los materiales ingobernables. Pero su crecimiento como artista, se produjo en Estados Unidos, junto a David Smith, con el que descubrió la fascinación por la abstracción y las composiciones con cubos metálicos. A su vuelta a Londres, en su estudio de Canden Tawn trabajó ininterrumpidamente durante seis décadas. Poco a poco, y sin abandonar nunca el hierro, fue incluyendo materiales mucho más livianos como el bronce, la cerámica e incluso el papel.
La nueva concepción plástica de Caro incluía la supresión de los pedestales de las esculturas porque creía que estas tenían que mirar directamente al espectador.
Una gran parte de su obra ha podido ser vista en España en diferentes exposiciones. Además de la restrospectiva que le dedicó el IVAM , una de sus piezas más famosas y representativas de su obra, El juicio final, se expuso en el Museo de Bellas Artes de Bilbao en septiembre de 2000. La pieza, expuesta por primera vez en la Bienal de Venecia de 1999, es una instalación con la que el artista rompía con la exaltación de la vida que hasta entonces había sido su trabajo. “Era una reflexión”, explicó entonces Caro, “ sobre la conducta política y social. La historia de Europa está plagada de horrores y mi Juicio final es una respuesta a las atrocidades de nuestra época”. Comparado por algunos críticos al Guernica de Picasso en cuanto a intención, 25 esculturas formaban tres pasillos que recreaban el interior de una basílica. El manejo de la luz y el retorcimiento de las piezas, daba una visión apocalíptica del siglo XX, el sentimiento de tristeza con el que él contemplaba los sucesivos horrores perpetrados por el hombre.
Escéptico y poco amigo de gremialismos, Caro rechazaba cualquier etiqueta que le vinculara a grupos o tendencias y de ninguna manera permitía ser calificado de maestro de nadie. Pese a ser uno de los artistas más cotizados desde hacía décadas y de no trabajar por encargo, restaba importancia a la fama. “Porque puede haber mucho de moda y ocurrir que lo mejor esté fuera del mercado", declaró en una entrevista con El País, “a veces es difícil distinguir cuándo una obra es producto del talento de su creador o de la inteligencia mercantil del artista.”
Aunque rechazaba el papel de maestro iluminado, sí consideraba enriquecedora e imprescindible la relación con otros artistas. Junto a Robert Loden creó en 1982, el Triangle , un experimento por el que anualmente y durante dos semanas 30 artistas de diferentes partes del mundo (10 escultores y, 20 pintores) se reunían en una ciudad.
Simpático, elegante y ocurrente, su última exposición en España fue en la galería madrileña Álvaro Alcázar, en 2011. Allí mostró ocho obras realizadas con fragmentos de chatarra, maderas desechadas y recortes de alfarería unos materiales de derribo que en sus manos alcanzaban destellos de genialidad.
Babelia
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