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Reportaje:

Genio en acero

Contemporáneo de Chillida y de Tàpies y discípulo de Henry Moore, el escultor británico Anthony Caro vive su año mágico. Acaba de celebrar su 81º cumpleaños, y dos grandes retrospectivas, en Londres y ahora en Valencia, festejan las cinco décadas del artista de las grandes planchas en metal.

"Me interesa el presente mucho más que el ayer. Quiero probar todo tipo de cosas y empujar la escultura allá donde pueda conducirnos. Desde que yo era joven, hemos abierto en gran medida la escultura, pero aún quedan muchas posibilidades". Experimentar, descubrir, avanzar por nuevos caminos es ley de vida para sir Anthony Caro, escultor británico, artista renovador y uno de los más influyentes maestros internacionales desde mediados del siglo XX. El pasado marzo cumplió 81 años, y la Tate Britain, de Londres, le homenajeó con una amplia retrospectiva que a partir de junio llega al Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM). "Quiero que estas grandes exposiciones salgan bien y las preparo a conciencia, pero realmente no me pertenecen. No me siento cercano a esos trabajos. Ha pasado tanto tiempo", dice.

Ligeramente encorvado por el peso de los años y con una expresión risueña que se ilumina al hablar de nuevos retos, sir Anthony recorre a paso rápido una serie de edificios que conforman su estudio del norte de Londres, situado en las concurridas calles de Camden Town y su famoso mercadillo. En el patio central asoma una escultura abstracta de acero, y en una esquina se acumulan piezas de maquinaria pesada con las que piensa construir nuevas composiciones artísticas. Oficinas, un comedor-biblioteca y, a un lado, el hangar donde trabaja su esposa, la pintora Sheila Girling.

En el taller de soldadura, Caro da instrucciones a un par de ayudantes y sube después a un altillo con estanterías repletas de modelos en miniatura de su obra, presente y pasada. Resalta una maqueta del interior de la Tate Britain, con su gran pasillo longitudinal. En su estudio guarda también las maquetas de todas sus obras. Medio centenar de esculturas que dan fe de cinco décadas de creación y renovación artística. "Las obras son como los hijos, emprenden su propio camino. Las cuidas al nacer, pero luego crecen, envejecen y tienen vida propia. Yo, mientras tanto, sigo avanzando hacia la siguiente etapa. Va en mi carácter. Siempre quiero enfrentarme a nuevos retos, alejarme de lo que conozco y hacer cosas cada vez más difíciles. No busco en ello publicidad ni pretendo alardear de inteligencia, sino que me mueve el afán de aventura, la satisfacción que produce el descubrir algo nuevo", explica.

En su antológica para la Tate, Caro exhibió un conjunto escultórico, creado específicamente para la ocasión y titulado Millbank Steps. El nombre hace referencia al barrio donde está situado el museo y, en estos gigantescos escalones de acero, su creador quiso indagar en la relación entre escultura y arquitectura y la disposición de la obra en el espacio. "Hay mucho interés ahora por las esculturas monumentales, pero ése no es mi mundo. Yo no quiero construir conjuntos gigantescos. Me siento más cómodo trabajando a una escala en la que puedo ver y casi tocar la obra, siempre en relación con la escala humana. Necesito ver el modelo y el producto final". Caro comenta que una vez clausurada la muestra existe un proyecto para trasladarla a los jardines Victoria de Westminster, frente a las casas del Parlamento. "Ojalá salga adelante la idea y repose allí unos años. Cuando haces trabajos a esta escala hay que buscarles una morada", añade.

'Millbank Steps' no viajará a Valencia. La logística lo impide. Pero el IVAM acogerá piezas de una serie de 16 esculturas creadas entre 2003 y 2004, y sólo exhibidas el verano pasado en Kenwood House, la noble mansión-museo del parque Hampstead Heath, al norte de Londres, cerca de donde vive el escultor. La serie incluye collages escultóricos en acero, terracota y madera, en los que sir Anthony da una vuelta de tuerca a sus estructuras horizontales, sus sorprendentes mesas. Hay también composiciones verticales en las que, sin renunciar a la abstracción, surge abiertamente la figura humana. "Vivimos tiempos menos sutiles, menos puros. Antes buscábamos la perfección en el arte, y no creo que sea esto lo que ahora perseguimos. Queremos algo muy real, cercano a nuestras vidas, a la realidad del día a día. Uno no puede ir en contra de los tiempos. Puede quejarse de la pérdida de pureza, pero no puede retornar al pasado. Debe vivir el momento presente".

"Son tiempos confusos, y esa confusión se refleja en las esculturas narrativas. Incluso en las abstractas. Al concluir Prairie, en 1967, quise profundizar más en la abstracción. Ser más y más abstracto. Pero no ha sido posible. Los tiempos que vivimos no lo permiten. Sentí que no deseaba seguir en esa senda y que quería poner carne en mi arte". "Las últimas obras", continúa, "tienen un poquito que ver con el presente: las guerras, el genocidio, los conflictos, la superpoblación… Vivimos en Londres, una ciudad horrible, donde todo el mundo intenta ir más y más rápido. Uno reacciona contra todo esto o, al menos, yo lo hago. Antes, no. Pensaba entonces sólo en escultura. Ahora lo sigo haciendo, pero de una forma menos pura. Es una lástima".

Witness y obras de series anteriores, como Trojan wars (Las guerras troyanas), de 1993-1994, o The Last Judgement (El Juicio Final), de 1995-1999, contienen una fuerte crítica sociopolítica. "Veo mis esculturas figurativas en un plano similar a los Caprichos y Los desastres de la guerra, de Goya. Cuando pienso en Goya me vienen imágenes de bodegones, de retratos y otros magníficos cuadros. Es ahí donde le sitúo, pero luego pienso en esas otras obras que sintió que debía hacer. A mí me sucede algo similar. Estas esculturas no forman parte de mi camino directo, sino de los márgenes".

Anthony Caro nació el 8 de marzo de 1924 en New Malden, Surrey (al sur de Londres). Para contentar a su padre, un corredor de bolsa, que receló del arte como carrera profesional para su hijo, estudió ingeniería en la Universidad de Cambridge. Sirvió en la Marina durante la II Guerra Mundial y, en 1947, pudo finalmente matricularse en bellas artes en las Escuelas de la Royal Academy, en Londres. Allí conoció a la estudiante de pintura Sheila Girling, con quien se casó dos años después. La pareja tiene dos hijos.

Para entonces, Caro ya trabajaba como ayudante de Henry Moore, el primer escultor británico de renombre internacional. "Aprendí mucho con Henry. Fue una experiencia muy buena. Cuando le dejé, en 1953, compró una de mis esculturas para su colección particular. Fue muy generoso. Seguí tratándole hasta la vejez, pero la relación fue muy difícil. Al romper yo con la figura, nunca más se sintió cómodo con mi trabajo. Estaba decepcionado. ¿Por qué iba a sentirse de otra forma? Eran otros tiempos. A Picasso tampoco le hubiera gustado la obra de Jackson Pollock. Así es la esencia de las cosas. Los discípulos emprenden su propio camino. Al principio trabajas bajo la sombra de un maestro hasta que te das cuenta de que él es una figura entre otros artistas; que también existe Picasso, Braque y, finalmente, tú mismo. Intentas abrirte al mundo y descubrir tu propio lenguaje".

Mientras Eduardo Chillida y Antoni Tàpies, contemporáneos y amigos personales de Caro, miraron hacia París como foco de actividad creativa, el escultor londinense se vio empujado hacia Estados Unidos. En Nueva York, en 1959, conoció a David Smith, el escultor que introdujo nuevos conceptos con sus piezas de acero de estilo abstracto. Un año después, Caro dejaba la figura en favor de la abstracción en una serie de obras como Twenty four hours (Veinticuatro horas), hoy en la colección permanente de la Tate. El siguiente paso, las esculturas en acero policromado, en colores intensos y brillantes, consagraría a Caro como un gran escultor.

"En los años sesenta me dije: 'Deja de hacer esculturas que recuerden a las bellas artes y crea esculturas que se sustenten exclusivamente en la forma'. El color fue la vía de disfrazar la forma. Siempre he mantenido una lucha interna entre alcanzar la pureza y absorber aspectos de la vida. En la década de los setenta había que pensar en el mundo real, dejar de soñar y hundir los pies en el suelo. Pienso que las piezas de acero sin color de esa época reflejan ese contacto con la realidad. A esta conclusión he llegado con el paso de los años. En su momento, sin embargo, hubo una razón más práctica: comenzaba a suavizar las formas, con curvas principalmente, y el color hubiera sobrecargado la escultura", recuerda.

A comienzos del siglo pasado, la escultura se consideraba en Inglaterra un arte menor. "No se respetaba tanto como la pintura. Se conocía la obra de Brancusi, de Moore, de Barbara Hepworth… pero aun así se percibía la escultura en un plano similar al de la artesanía. Mientras que con el cubismo la pintura dio un salto enorme en su evolución, la escultura no conseguía desprenderse de la materia sólida central. Hubo que esperar a Picasso, Julio González, David Smith y a mí para abrir todas las posibilidades, tanto en la forma como en los materiales. Y así, en los años sesenta, nos preguntamos si era posible ser directos sin apoyarse en la figura humana. Porque la escultura, como las matemáticas o la música, no necesita ser descriptiva. Desde entonces, yo siempre he aspirado a crear esculturas más reales, más genuinas", razona Caro.

Indagar y experimentar. Reflexión y avance. Caro sigue todavía formulándose estas preguntas. Muchas surgen del contacto con otros creadores. También de la relación con los estudiantes que se apuntaron a sus cursos en Bennington College (EE UU) y en Saint Martin's School, la prestigiosa escuela de arte de Londres. En esta última ejerció como profesor de 1953 a 1979 y, según cuentan sus biógrafos, revolucionó la formación de escultores con sus sesiones de dibujo y la instalación del primer taller de soldadura del centro.

"Queda todavía tanto por hacer", dice Caro un tanto apenado. "En la relación entre escultura y arquitectura, por ejemplo. Ahora son disciplinas opuestas, cuando deberían trabajar juntas. Se requiere una nueva forma de pensar. Por lo pronto, deben enseñarse juntas, en la misma escuela. La escultura ha de ser un signo de puntuación con su propio sentido. Tiene que encajar en el espacio y debe haber una razón que justifique su ubicación. Espero que, con el tiempo, se haga un uso correcto de la escultura".

Otro proyecto multidisciplinar, el puente peatonal del Milenio, entre la catedral de San Paul y el museo Tate Modern de Londres, en el que Caro trabajó con el arquitecto Norman Foster y el ingeniero Chris Wise, no resultó tan fructífero para el escultor. Su diseño original, con escalones y plataformas en ambos accesos, sufrió tantas modificaciones que apenas se aprecia su huella en la obra final. "La idea era buena, pero al final fueron tres años de discusiones, no entre nosotros, sino entre los políticos. Fue muy frustrante. Por eso tiendo a no aceptar encargos. Hay muchos intereses de por medio, todo el mundo tiene una idea particular, y yo termino siempre frustrado. No sé cómo manejar este tipo de situaciones. No me gustan. Quiero tener libertad para hacer mi trabajo. Ya es suficientemente duro", comenta.

Caro se mueve por intuición. La misma que le impulsa a trabajar con materiales nuevos, con técnicas diferentes. "No sé adónde me dirijo. Nunca lo he sabido. Sólo tengo claro que hay un largo camino por recorrer. Me gusta la idea de la escultura en el paisaje; la idea de introducir una organización arquitectónica en la escultura", comenta.

En los años ochenta, Caro organizó con Robert Loder los Triangle workshop (Talleres triangulares) en Nueva York, para pintores y escultores. "Siempre he trabajado en equipo. Me gusta cooperar, te abre a las ideas e innovaciones de otros. Se madura aprendiendo de los demás. En los talleres pasábamos dos semanas centrados en el arte. Aprendías más que en seis meses encerrado en el estudio", explica. En 1984 regresó a Londres, después de una exposición de su obra en la Fundación Miró, de Barcelona, con la intención de montar un taller internacional en la capital catalana. "Conocí en Barcelona a muchos artistas. La era de Franco había concluido por fin y estaban ansiosos por saber qué pasaba en el resto del mundo. Comprendí su entusiasmo y tomé la decisión de organizar un taller en Barcelona. Fue una experiencia maravillosa. Me sentí renovado, y esa sensación, a mí, me fascina". Esta experiencia la plasmó después el escultor en sus series Barcelona y Cataluña.

"Hay que salir del estudio. Hay que vencer la tentación de quedarse en el taller porque en el contacto con otra gente, en las visitas a lugares distintos, es donde surgen los retos. Ahora me resulta más difícil puesto que no tengo tanta movilidad como antes. Ni mi mujer ni yo queremos emprender así como así un viaje, pero como pensemos que es interesante, allá vamos", dice un animoso Caro dispuesto a hacer las maletas.

En 2004, Anthony Caro viajó a Madrid con un insólito cometido. A propuestas de su viejo amigo Kosme de Barañano, anterior director del IVAM y promotor de la antológica que se expondrá en junio en Valencia, Caro realizó sus primeros pinitos en el arte de la orfebrería. Tanteó materiales preciosos con la misma curiosidad con que, décadas atrás, había ensayado con éxito en papel y barro cocido. A Caro le chispean los ojos de ilusión al recordar su última aventura: "Ahí estaba yo haciendo joyas diminutas. ¿Por qué? Porque Kosme me preguntó si quería probar. 'Vamos a intentarlo', le contesté. De igual forma descubrí la terracota a mediados de los noventa, cuando Chillida y Tàpies me recomendaron que visitara al ceramista Hans Spinner, en el sur de Francia. En Madrid, pasé una mañana en el taller de joyería. Todo era tan raro, tan pequeño y tan nuevo para mí… Unas dimensiones terribles para un escultor. Necesitaba pinzas para manejar el oro. Pero lo intenté y pienso volver a hacerlo. Soy un poco supersticioso y prefiero no hablar de los trabajos incompletos. Pero creo que dos piezas que hice, un anillo y un colgante, resultaron casi buenas".

Caro menciona a Richard Serra como el eslabón que continúa, detrás de él, la cadena de maestros escultores. "Me interesa la gente que piensa en la forma y estoy un poco aburrido de los artistas que sólo piensan en sí mismos. Pero yo soy un viejo carca y sería estúpido opinar del trabajo de los jóvenes. Nuestros mundos son diferentes. Ellos deben descubrir su propio camino. A Monet no le preguntaron qué opinaba del surrealismo, ni a Degas del cubismo. No tiene sentido. Cada cual a lo suyo".

La exposición de Anthony Caro podrá verse en el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) del 2 de junio al 4 de septiembre.

El escultor británico sir Anthony Caro, ante una de sus creaciones.
El escultor británico sir Anthony Caro, ante una de sus creaciones.JOSÉ LASHERAS

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