La montaña (no) es amiga
'Viaje a Surtsey' narra la historia de dos colegas que vuelven a las caminatas para recuperar su relación
Para un experto, tal vez no suponga ningún problema. Pero, para un aficionado, escalar hasta la cima una montaña de casi 3.000 metros no es asunto baladí. Nieve, frío, viento y demás caprichos de la naturaleza dificultan una subida que además precisa de las herramientas adecuadas. De ahí que contar con un guía puede ser la única fuente de tranquilidad y esperanza. Pero si este, una vez arriba, pone cara de preocupado y suelta “puede que esté llegando una tormenta; tenemos que irnos corriendo. Yo me voy a bajar, vosotros haced lo que queráis”, entonces toda certeza se desmorona. Y no queda más remedio que hacerle caso. De prisa.
Así lo hicieron Javier Asenjo y Miguel Ángel Pérez en lo alto del pico Otal, en el pirineo navarro. Allí se encontraban los co-directores para rodar su película Viaje a Surtsey, que se estrena hoy en España. Con ellos, una quincena de miembros del equipo y los dos protagonistas del filme, Raúl Fernández de Pablo y Lucas Fuica. “La subida al pico fue lo primero que grabamos. Nos pasamos cuatro días montando un campamento base con las tiendas en medio de la nieve y subiendo cada mañana a rodar”, recuerda Fernández de Pablo.
En el fondo, precisamente la montaña es uno de los pilares de la película. El otro es la amistad. Así que sumando los dos fundamentos se obtiene la sencilla estructura de Viaje a Surtsey: en el resumen de Javier Asenjo, “la película va de todo lo que siempre quisimos hacer y nunca hicimos”. Traducido, entre largos planos de valles y picos, dos amigos se reencuentran tras tres años y vuelven a las caminatas juntos para regresar, de paso, a lo que en su día fue su relación. Aunque las cosas han cambiado, ellos también y, por si no bastara, sus hijos adolescentes los acompañan en la escapada.
Sin grandes efectos especiales ni dramones que desarrollar, Viaje a Surtsey apuesta por la sencillez, según sus protagonistas. “Es una historia que le puede pasar a cualquiera, con la que todos se pueden identificar”, asegura Miguel Ángel Pérez, creador de Karma Films (la distribuidora de la película), a su primera experiencia detrás de la cámara. De hecho, él mismo y su compañero de dirección tienen algo en común con los personajes. Asenjo reconoce que ha ido perdiendo el contacto con los colegas de toda la vida y que el “peterpanismo” de uno de los protagonistas le gusta mucho. Y Pérez se guarda cada año 15 días para irse de vacaciones con uno de sus mejores amigos.
Otro colega de Pérez, en cambio, encendió la chispa de la película. Hace unos 20 años, el hombre en cuestión, geólogo, le habló de una isla volcánica llamada Surstey y surgida en medio del Atlántico, cerca de Islandia. Gracias a esa charla remota, el filme ganó un final (nada de spoiler, no se preocupen) y también un título probablemente más intrigante que los anteriores dos barajados: En el campo se ven mejor las estrellas y 3.000 metros.
Faltaban, eso sí, un rodaje entre pozas, cuestas y una mula rebelde que se cansó de llevar el equipo y optó por reventarlo, un presupuesto de 700.000 euros y unas cuantas experiencias significativas para el reparto. Fuica, por ejemplo, logró engordar 20 kilos para su papel gracias a los consejos de Antonio de la Torre: “Come mucha pasta y mucho pan, en gran cantidad”. Elisa Drabben (la joven que interpreta a la hija de uno de los protagonistas) sostiene que siguió el recorrido opuesto: “De tanto bajar, subir y caminar debí de adelgazar un montón”. Y todos, actores, directores y demás trabajadores se toparon con una suerte de cementerio de árboles. “Había un sitio con muchísimos troncos quemados. Así que preguntamos a la gente de la zona a qué se debía”, relata Pérez. Recibieron esta respuesta: “Es el lugar de España donde más gente muere a causa de los rayos”. Esperanzador. Como un guía que te avisa de una tormenta.
Babelia
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