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CRÍTICA: 'THÉRÈSE D.'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Manifiesto póstumo

De ritmo plúmbeo, la película, ambientada en los años veinte, enlaza buena parte de sus secuencias a través de fundidos a negro que le dan un fatigoso aspecto episódico

Javier Ocaña

Impulsado por José Luis Dibildos, y representado por Antonio Drove, José Luis Garci y Jaime de Armiñán, la Tercera Vía fue un movimiento del cine español de los primeros setenta que propugnó, alejándose de la españolada por un lado, y de la experimentación distanciada del gran público por otro, un cine comercial que tuviera pretensiones sociales, políticas y, en cierto sentido, artísticas. Unas intenciones sorprendentemente parecidas a las del Club de los 13, radicado en Francia, que incluso firmó un manifiesto en el año 2008 a favor de lo que se bautizó como “los directores de en medio”, entre los que se situó el veterano Claude Miller, creador de Thérèse D., adaptación de la novela Thérèse Desqueiroux, de François Mauriac, premio Nobel en 1952.

THÉRÈSE D.

Dirección: Claude Miller.

Intérpretes: Audrey Tautou, Gilles Lellouche, Anaïs Demoustier, Catherine Arditi, Stanley Weber.

Género: drama. Francia, 2012.

Duración: 110 minutos.

Sin embargo, entre las teorías expuestas en un papel y la práctica de la pantalla suele haber un trecho complicado: el de la creación pura y dura, el de la inspiración, el del genio. Miller, fallecido poco después de culminarla, habla en Thérèse D. de temas mayores, el imperio de la conveniencia, la raigambre social provinciana por encima del progreso, las sociedades patriarcales, el machismo como norma imperativa, la dificultad de la mujer para la expresión de pensamientos y comportamientos propios, el amor juvenil y la familia como juez aún más duro que el magistrado profesional, pero lo hace con un lenguaje cinematográfico más relamido que brillante, más académico que clásico, más añejo que poderoso.

De ritmo plúmbeo, la película, ambientada en los años veinte, enlaza buena parte de sus secuencias a través de fundidos a negro que le dan un fatigoso aspecto episódico. Y aunque la emocionante media hora final se eleva muy por encima del desarrollo anterior, cuando comienza a entenderse que los extraños comportamientos de la protagonista no tienen explicación y la piedad del marido se apodera del relato, Thérèse D. no parece una película para espectadores “de en medio”.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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