El gol de nuestras vidas
Daniel Sánchez Arévalo confirma su buen ojo y oído para captar el lenguaje, el humor y la ternura de las conversaciones adolescentes
La hasta hace unos años inverosímil duda metódica de todo futbolero se hizo realidad: ¿y si el día en que a España por fin le da por llegar a la final de un Mundial hay algo ineludible que hacer? Identificación, sorna, locura, costumbrismo. La tragicomedia de la vida. Todo unido en una reacción tan ilógica y maravillosa como tener un orgasmo vital gracias a un golpeo de balón. Daniel Sánchez Arévalo ha hecho suyo este sentimiento en La gran familia española, película que quizá venía apuntándose desde su primer corto, ¡Gol! (2002), el relato de otro éxtasis entre la amistad y el amor a través del fútbol: “Illa, illa, illa, Juanito…”.
LA GRAN FAMILIA ESPAÑOLA
Dirección: Daniel Sánchez Arévalo.
Intérpretes: Quim Gutiérrez, Verónica Echegui, Antonio de la Torre, Miquel Fernández.
Género: comedia. España, 2013.
Duración: 105 minutos.
Por partes. La película arranca mal; a la secuencia de apertura le sobra melindre, y aunque parezca imprescindible para la resolución del conflicto nupcial, surgen las dudas de si, incluso, no se podrían haber cortado (o resuelto en guion sin visualizarlas) las secuencias infantiles. Sin embargo, las virtudes de Sánchez Arévalo se van imponiendo. Poco a poco. Porque aún hay que sobrellevar una secuencia de baile, homenaje a Siete novias para siete hermanos, hilo conductor junto al fútbol, que puede producir sonrojo, y unos guiños al slapstick clásico y al camarero de El guateque que no hacen diana. Hasta aquí, lo más negativo.
En sus cortos y en Azuloscurocasinegro, Arévalo había demostrado ojo y oído para captar el lenguaje, el humor y la ternura de las conversaciones entre adolescentes, sus motivaciones vitales, entre lo trascendente y lo simplemente estúpido tan propio de la edad. Aquí, se supera. Como también lo hace con la energía que despliega con su segunda gran virtud: las dudas amorosas, familiares, laborales y existenciales que desembocan en una suerte de locura cotidiana, de neurosis sentimental triste y jocosa, dulce y dolorosa. Mejor cuanto más intimista, con esa risa cruel que a veces otorga la angustia, la película está tan influida por cierto indie americano (las canciones de Josh Rouse la acercan aún más) que hasta surgen recelos con esos momentos tan inspirados en Wes Anderson: que un director brillante te influya no es malo, solo te hace menos genuino.
Por eso, junto a los excelentes montaje y diseño de sonido que acompañan al instante del gol de nuestras vidas, y al montaje paralelo de la desternillante secuencia de la doble explicación de los novios, perfecta en sus réplicas y contrarréplicas, los mejores momentos están en las conversaciones entre los hermanos, guiadas por sus grandes intérpretes. De modo que, entre la pena y la risa, la ilusión y la fidelidad, La gran familia…, pese a sus dudas, acaba contagiando su espíritu popular: el de un gol que nos dejó con cara de no saber si reír o llorar.
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