El largo y lamentable ocaso del cine de Paul Schrader
El cineasta continúa su obsesión por el sexo, pero sus películas poseen un aire entre el telefilms osado y la serie B con pretensiones Con 'The Canyons' se repite
Como guionista y como director el universo de Paul Schrader siempre ha estado poblado por gente que se lleva muy mal con su vida, por infiernos terrenales y necesidad de redención, por el lado oscuro y situaciones al límite, por la violencia con causa o sin ella. Durante bastantes películas fue poderoso y reconocible el sello que imprimía este autor a sus duras y arriesgadas historias. Su brillantez tenía continuidad e incluso logró algún gran éxito comercial como el de American Gigolo. Ese turbio talento y esa inspiración fueron transparentes hasta los años 90, en los que rueda las auténticamente inquietantes El placer de los extraños, Posibilidad de escape y Aflicción. Y desde entonces Schrader no ha vuelto a levantar cabeza. Continúa su obsesión por el sexo y la fatalidad, pero sus películas poseen un aire entre el telefilme osado y la serie B con pretensiones. Parecen una involuntaria caricatura de lo que alguna vez fue su cine.
Paul Schrader ha presentado en la Mostra su última película, titulada The Canyons y esa lamentable sensación se repite. Extrañamente en alguien que casi siempre escribe el guion de sus obras, esta vez no le pertenece. Lo firma el novelista Bret Easton Ellis, otro hombre que comenzó briosamente su obra literaria con la muy estimable novela Menos que cero, alcanzó ventas espectaculares y esa cosa tan banal de ponerse de moda con la execrable American Psycho y después parece haberse diluido a perpetuidad.
Ese guion, ambientado en el mundo del cine en Los Ángeles y habitado por engaños, neurosis, paranoia, compraventa de todo, es comprensible que Schrader lo haya sentido cercano a su mundo, pero su forma de contarlo en imágenes es rutinaria y plana. Lo único que sientes hacia los odiosos personajes son las ganas de que desaparezcan cuanto antes. El protagonista es un productor joven, de esos que van hablando todo el rato por el móvil y llevando auriculares, o jugueteando con él no ya en reuniones y almuerzos sino también en su propia casa. Utiliza el pretexto de que va a hacer una película para manipular a la gente que va a trabajar en ella. También se dedica intensamente a compartir con su mujer putas, chaperos, gigolos, otras parejas, todo lo que sea sexo entre más de dos personas. Todo el personal anda asquerosamente desquiciado, pero el problema es que ninguno de esos personajes, ni lo que hacen ni lo que dicen, reúne el menor interés para que te enganchen sus movidas y estés preocupado por su suerte. También aparece Lindsay Lohan, esa actriz que es mucho más popular por sus follones, detenciones, intoxicaciones y rehabilitaciones que por su arte. Posee una atractiva voz gutural y cierto morbo, pero no es suficiente para que te compense de pasar dos horas en compañía de esta indigesta fauna. Los malos tiempos se prolongan demasiado en el cine de Paul Schrader.
Joe, dirigida por David Gordon Green, tiene la factura y el tono que caracteriza al cine independiente, en el que por otra parte existe lo bueno, lo previsible, lo pretencioso, lo malo y lo peor, pero todos sus practicantes parecen sentirse muy orgullosos de la prestigiosa etiqueta. Imagino que pensando en la taquilla el director ha convencido a una estrella como Nicolas Cage de que la protagonice. Cage lleva dos décadas especializado en un cine de acción tan aparatoso como tonto y habrá deducido que le conviene huir de él. Interpreta a un hombre acosado por los traumas de la infancia y que pasa su existencia agarrado permanentemente a una botella. Como Cage logró el Oscar interpretando a un borracho suicida en Leaving Las Vegas, pensará que este papel de alcohólico le servirá para redimirse de tantas películas bochornosas y volver a ganar premios. Su actuación es tan intensa como olvidable. Sospecho que va a tener que seguir haciéndose multimillonario a base de dar cabriolas y pelearse con monstruos. Joe se hace muy pesada aunque pretenda ser lírica y bronca.
La película alemana La mujer del policía dura tres horas, pero como a la hora y media de padecer este insufrible retrato de la vida cotidiana de un policía, su esposa y su niña no había ocurrido absolutamente nada que despertara mi atención decidí irresponsablemente privarme de la conclusión de la historia. Sospecho que el risueño policía también puede maltratar psicológicamente a su mujer, pero eso tampoco me anima a seguir en la sala hasta el final.
Babelia
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