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Bailarines y músicos valencianos se unen en Sagunto

El Festival de Verano se abre a lo grande con ‘El pájaro de fuego’ Arranca una nueva y promisoria etapa para el Ballet de la Generalitat

Un momento de la representación de 'El pájaro de fuego' en el festival de verano de Sagunto.
Un momento de la representación de 'El pájaro de fuego' en el festival de verano de Sagunto.

En medio de la tempestad de un ERE, recortes y otros escollos burocráticos, la compañía oficial de danza de la Generalitat valenciana (Ballet de la Generalitat: BG) ha conseguido lo que ninguna otra agrupación pública española, es decir, adherirse orgánicamente y en residencia a un ente lírico: el Palau de les Arts, tercera en importancia del estado español; el BG ya participa en las producciones de ópera. Esto siempre había sido una aspiración y una quimera de los ballets nacionales y de otras compañías que se quedaron en el duro andar del ballet local en cualquiera de sus géneros, ramas y estilos. Haciendo historia, lo intentaron en su momento Víctor Ullate, María de Ávila (se llamaba Ballet Nacional Clásico, entre otras denominaciones efímeras posteriores); Nacho Duato con su bautizada Compañía Nacional de Danza lo soñó y pidió también: ellos aspiraban, con toda lógica, al Teatro Real de Madrid (un derecho que, por su parte, también asiste al Ballet Nacional de España); Ángel Corella lo mismo al Gran Teatre del Liceu de Barcelona. Tampoco ninguna compañía española ha tenido en su estructuración una orquesta con la que disponer y planificar un trabajo perspectivo decente. Estas necesidades básicas se vuelven verdades de Perogrullo que aparecen una y otra vez siempre que se habla de crisis en la danza española. El asunto viene de antiguo y es parte de la gran deuda con la estabilización y recursos de la especialidad.

Ahora los Ballets se han mudado al Palau de les Arts (el centro Coreográfico de Burjassot sigue sus actividades en el remodelado teatro Rialto, en el centro de la ciudad) y han hecho una primera colaboración a lo grande con la Joven Orquesta de la Generalitat en el festival de verano de Sagunto, dirigida por Manuel Galduf. El trajinado espacio monumental acogió los días 27 y 28 un programa ambicioso (que se repetirá a principios de temporada en el Teatro Principal) y en cierto sentido tan sinfónico como comprometido, compuesto por una versión escénica libre de Invitación a la danza de Carl Maria von Weber (en el ensoñador arreglo orquestal de Hector Berlioz) y El pájaro de fuego de Igor Stravinski en su versión íntegra de 1910, la que dio lugar a la pieza de danza homónima, uno de los emblemas de los Ballets Russes de Serguéi Diáguilev. El pájaro de fuego ha seducido a muchos coreógrafos modernos, entre ellos a Maurice Béjart. Para el BG, el joven coreógrafo francés Davy Brun (que había hecho fundamentalmente su carrera de bailarín en el Ballet de la Ópera de Lyon) ideó una visión actual y también comprometida con la realidad y el momento; es como si la obra musical, en uno de sus valores imperecederos, obligara al coreógrafo a plantearse un reto no sólo estético, sino moral.

La joven orquesta (con caras que francamente rozan aún la pubertad) estuvo con un notable empaste, superando un cierto nerviosismo inicial. Galduf les entra en vereda y ya es un mérito verles en formación sinfónica, todos formalmente de etiqueta a pesar del tórrido verano, una delicia promisoria. La pieza de Weber se mostró también en su versión amplia (no en la reducida habitual de los conciertos y que coreografió Fokin para Vaslav Nijinski bajo el título de El espectro de la rosa) y los bailarines Laura Bruña y Milos Patiño aparecieron a la griega como la musa Terpsícore y Apolo. El dios con su lira en oro y la musa, con una réplica muy de orla neoclásica, en blanco. Las dos liras, como un símbolo de la música eterna y la que se realiza cada día, quedaron en el sugerido y sintético promontorio escenográfico que simulaba la roca mitológica del héroe dominante. Una danza a dúo que pincelaba sobre frases referentes a Espectro de la rosa en una hábil imbricación con la frase musical, citaba la historia sin repetirla, perfumaba la escena contemporánea de una pictórica referencial que está en la retina de todos los espectadores de ballet. Milos posee un físico dotado que ilustra el papel con su línea y condiciones, aunque su juventud a veces se la juegue.

Una imagen de 'El pájaro de fuego' en el festival de Sagunto.
Una imagen de 'El pájaro de fuego' en el festival de Sagunto.R. SALAS

Davy Brun plantea la libertad individual como punto de partida, y cita sutilmente tanto el argumento como sus símbolos (la manzana de oro es aquí la de la iniciación primigenia: se muerde). La obra se convierte al final en un dúo, y debía ser coral, como pide esa partitura solemne y victoriosa en los metales. El pájaro es apresado y la acción desgarra hacia una explosión de búsqueda y de defensa de las pasiones. Rubén Darío Bañol (como el maléfico Katchei) y Yaiza Davilla (como la princesa) destacaron claramente.

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