La ciudad de los poemas al viento
Más de 60 poetas de 45 países han tomado Medellín durante una semana para recitar poemas y cantar por la paz Millares de personas asisten a los 150 escenarios
La mujer tras el micrófono se llama Nguyen Phan Que Mai. Es de Vietnam. He debido leer la programación para poder transcribir su nombre. Creo que soy incapaz de pronunciarlo correctamente. Ella acaba de leer uno de sus poemas en un inglés perfecto y ahora recita otro en vietnamita. No lee, canta. Canta con un algo muy sentido. Como desde dentro, ¿entienden? Tiene un vestido tradicional de su país en color naranja. Y cierra los ojos. Y creo que se ve hermosa.
En el otro extremo del escenario, una colombiana lee la traducción del poema. Nguyen canta un fragmento y la colombiana lee la traducción. Así trabajan. A veces, la colombiana canta también. Intenta replicar el efecto a su manera.
El poema de Nguyen tiene que ver con los vendedores de la calle. Antes, tuvo tiempo de recorrer el centro de Medellín y ahora que está en el escenario quiere dedicar el poema a los vendedores callejeros de Colombia y Vietnam.
Todo el teatro está en silencio. Pero es un silencio bonito. Como de maravilla por el efecto que producen esas dos voces alternándose, ¿ya? Como de esa tristeza que provocan las cosas demasiado bellas.
Ana está a mi lado. Diré su nombre completo para que la conozcan un poco más: Ana Carmona está a mi lado. Es una amiga.
Vimos cómo el teatro se fue poblando poco a poco. A las cuatro de la tarde, estaba al máximo de su capacidad: 3.800 espectadores
Llegamos al teatro al aire libre Carlos Vieco dos horas antes de que el evento comenzara. Entonces nos fuimos a caminar por el cerro Nutibara y luego el sol nos agotó y luego volvimos al teatro y nos sentamos bajo la sombra de un árbol. Vimos cómo el teatro se fue poblando poco a poco. A las cuatro de la tarde, estaba al máximo de su capacidad: 3.800 espectadores. Y ahora, ya caída la noche, Ana y yo oímos los poemas de Nguyen.
—Qué bonito —dice Ana—. ¿No?
Conozco poco a Medellín. Llegué a estudiar hace unos cuantos años y aún no me animo a conocer la ciudad del todo. Sabía del Festival Internacional de Poesía, pero, para mí, era algo que pasaba en otro lado, en lugares con los que tenía poca relación. Sin embargo, en 2006, por puro accidente, terminé asistiendo a uno de sus recitales. El festival tiene eventos en tantos lugares de la ciudad y el departamento —este año son 150, con poetas de 45 países— que dar con uno por accidente no es una cosa extraña. Recuerdo que el poeta leyó algo sobre la invasión estadounidense a Irak y que el público le aplaudió de pie. Aquello me impresionó mucho, porque tenía una falsa idea de que una lectura de poemas debía ser algo tremendamente aburrido y, debido a la euforia del público, el hombre en el escenario parecía más bien una estrella de rock.
En cambio, Ana asiste al festival desde que estaba en el colegio. En la versión de 2001 o 2002 o 2003 —no recuerda el año exacto—, oyó el poema más bonito que haya oído nunca —dice—. En el poema, alguien le habla a otro alguien que se ha salvado del alcohol. Y lo lamenta. Dice que, como ya no es un borracho, le es imposible amarlo. Algo así. A Ana el poema la tocó profundo porque le recordó a su padre. Le recordó que tenía un alcohólico como padre al que, pese a todo, consideraba el amor de su vida.
El festival, aunque tiene un riguroso registro en texto y video, es esencialmente oral, y tengo el presentimiento de que ahí radica buena parte de su fuerza
Sin embargo, Ana no recuerda un solo verso. Nada. Sólo que el poema lo leyó una mujer. Y que quizá era asiática. Ha esculcado en las memorias del festival desde el 2001 hasta el 2005, pero no ha podido hallar el poema que ha olvidado.
Dentro de dos días, Cristina Torres, alguien que asiste desde hace ocho años al festival, me contará una historia similar. En uno de los tantos festivales oyó a un poeta que le encantó pero cuyo nombre no recuerda. Y el poeta recitaba tan bien los poemas en su lengua extraña, que Cristina pensó que la mujer que leía las traducciones los arruinaba sistemáticamente con cada sílaba pronunciada en español. Así mismo, Elkin Naranjo, otro asistente, me hablará en especial sobre un surafricano y una cubana que hicieron una gran presentación con instrumentos musicales y que… Bueno, nada más.
Me pregunto si algo parecido me pasará con Nguyen Phan Que Mai. Con este recital que ha logrado conmoverme.
Cada año —esta es la versión 23 del festival de poesía—, en Medellín los poetas llaman a masas de entusiastas. Se habla de público más que de lectores.
El festival, aunque tiene un riguroso registro en texto y video, es esencialmente oral, y tengo el presentimiento de que ahí radica buena parte de su fuerza. Le devuelve al poema su naturaleza primigenia, oral, cercana al mito. El poeta colombiano Álvaro Marín dirá, en una charla que aún no sucede, que “el conocimiento entra por la boca”, que la poesía es una paráfrasis del mito, y que en las urbes modernas la conciencia mítica aparece cuando algo, de repente, adquiere cierto extrañamiento.
Pues bien, el poema, fuera del libro, en este festival, tiene calor, latido y, al mismo tiempo, cierta cualidad extraña, es efímero.
Hoy el teatro al aire libre Carlos Vieco ha obtenido una asombrosa similitud con los antiguos teatros griegos.
Nguyen Phan Que Mai ha acabado su presentación. El público ha roto su silencio y ha estallado en un aplauso.
Ana quiere comprar unas palomitas de maíz.
Babelia
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