Cuando Franco dictó guiones a Hollywood
Las presiones de los diplomáticos de la dictadura lograron censurar el texto de Hemingway en dos películas
Era un desdén mutuo. Pero Franco llegó tan lejos en su disgusto por Ernest Hemingway que hasta consiguió que su servicio exterior lograra variar el guion de la película que hizo Hollywood sobre la novela más española del escritor norteamericano, Por quién doblan las campanas.
Douglas LaPrade es tan alto como Hemingway y trabaja sobre su compatriota y su relación con España desde hace años, en la Universidad de Texas Pan American. El resultado de sus pesquisas figura en algunos libros (Hemingway prohibido en España, Hemingway and Franco, o La censura de Hemingway en España, que fue su tesis doctoral en 1988), que han sido publicados, fundamentalmente, en la biblioteca de Estudios Norteamericanos que lleva el nombre de Javier Coy, uno de los grandes especialistas españoles en literatura anglosajona. LaPrade ha venido a actualizar en Madrid el resultado de su investigación en los archivos franquistas, sobre lo que pronunció una conferencia en la Casa del Lector.
Los censores usaron a los embajadores y cónsules españoles en Estados Unidos. No se contentaron con interferir en Por quién doblan las campanas, sino que arremetieron también contra lo que Hemingway escribía “de peligroso para la consideración que de sí mismo tenía el franquismo” en Las nieves del Kilimanjaro. “Sobre todo insistieron en la cuestión semántica; no querían que se escuchara la palabra ‘falangista’ o ‘fascista”. En lugar de ello, lograron que se dijera ‘nacionalista’. “Y donde Hemingway hablaba de ‘leales republicanos’ los delegados de Franco lograron que se dijera ‘rojos”.
“Se nota que en los estudios de Hollywood tenían ganas de complacer a Franco”. De hecho, en Estados Unidos, señala LaPrade, “muchos lo apoyaban; no querían un enemigo más en Europa. Tenga en cuenta que ya estaba en marcha la guerra contra Hitler y Mussolini y no querían abrir otro frente”. Eso fue en 1942. Diez años más tarde los misioneros de la caza de brujas del senador McCarthy arremetieron contra la versión cinematográfica de Las nieves de Kilimanjaro, “y volvieron a mutilar, según los deseos diplomáticos franquistas, lo que de republicano hubiera en esa nueva adaptación”. El cónsul Pérez del Arco le dijo al embajador Lequerica: “Habiendo observado que el citado guion mantiene, como era de esperar, la vieja terminología de ‘leales’ y ‘rebeldes’, y presenta la zona roja española del modo tradicionalmente tergiversado, como ha sido presentada por múltiples novelas y películas de este país, he hecho al citado guion una serie de correcciones, a fin de centrarlo en su verdad histórica”. Con el mismo propósito, y con el mismo éxito, había arremetido contra Por quién doblan las campanas, responsable máxima, según el censor, de la “tergiversación de los hechos históricos” de la Guerra Civil.
Como los extremos se tocan, Por quién doblan las campanas halló oposición en la Unión Soviética porque el libro no le había gustado ni a la Pasionaria ni a Enrique Líster, que hicieron lo posible porque no lo leyeran los rusos. En España circularon versiones piratas.
¿Distorsionó Franco la relación del lector o del espectador español con las obras de Hemingway? “Al contrario. El fruto prohibido tenía más atractivo. Circularon ediciones americanas, se leyeron ávidamente; quizá no descubrieron lo mucho que de Sorolla, Goya y Cervantes hay en Por quién doblan las campanas, porque circuló el tópico de las borracheras y los toros en relación con Hemingway. Pero la novela está en realidad por encima de los tópicos”.
Es, dice LaPrade, una trasposición novelística de Numancia, la pieza de Cervantes que Rafael Alberti y María Teresa León montaron durante la guerra. “Ellos debieron encontrarse en el exilio, en La Habana, y debieron hablar de eso. La novela se puede leer ahora, en ciertos momentos, como homenajes privados a aquella representación de Alberti, porque Por quién doblan las campanas es también la crónica novelada de un asedio”.
A Hemingway no le inquietó que Franco persiguiera sus guiones. “Le daba igual. ¡Había ganado tanto dinero, era tan famoso!”, señala LaPrade, un tejano que llegó a Salamanca hace más de 30 años para estudiar el Renacimiento. “Allí me encontré con Javier Coy, a través de él comprobé el interés que aquí había sobre las letras norteamericanas y cambié el sentido de mi trabajo por complejo. Fue él quien me condujo luego a escribir sobre Hemingway y sobre la censura a la que Franco lo sometió”.
Babelia
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