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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lúcido conocedor del arte narrativo

Con la polifónica 'Octubre, octubre', concibió su novela total, toda vez que su materia narrativa es sustancialmente el cruce de voces

J. Ernesto Ayala-Dip
El escritor y economista, trabajando en su estudio, en el verano de 1995.
El escritor y economista, trabajando en su estudio, en el verano de 1995.ULY MARTÍN

Entre 1981 y 1990, José Luis Sampedro publica tres novelas que para mí resumen el meollo de su arte poética. En 1981 sale a la luz Octubre, octubre; en 1985, La sonrisa etrusca; cinco años más tarde, La vieja sirena. Novela total, podríamos llamar a Octubre, octubre. O novela polifónica también, toda vez que su materia narrativa es sustancialmente el cruce de voces, las distantes y las más cercanas en el tiempo. Sampedro tardó casi 20 años en darle forma literaria a esa masa de experiencias humanas y místicas de sus personajes. La estructura polifónica, por tanto musical de su novela, acercó probablemente a Sampedro a concebir su personal Cuarteto de Alejandría. Sampedro no rehuyó la estructura compleja cuando un tema (o los temas en una sola novela) lo hacía necesario. No había pose vanguardista ni manierismos injustificados. Sabía, desde su lúcido conocimiento del arte narrativo, el valor de los símbolos y el valor de simbolización de una época lejana para comprender los tiempos actuales. Sobre todo si el uso de ese mecanismo servía para matizar un realismo, en no pocos novelistas españoles, más cerca de la fotografía color sepia que de la verdadera representación.

No menos vigentes siguen siendo La sonrisa etrusca y La vieja sirena. La primera es el compendio perfecto para entender qué quería José Luis Sampedro de la novela: abrazar la vida y reivindicarla. La vida total, sin fronteras de espacio y tiempo. La antigua Etruria que sale en la novela, civilización misteriosa pero que desde su pétreo silencio nos ofrece una sonrisa indescifrable, como suspendida en la eternidad entre los avatares de los hombres de ayer y de hoy, no es un dato histórico para adornar, es la metáfora de un esplendor pasado y lleno de esperanzas hasta su desaparición total de la faz de la Tierra. De la misma manera que en La vieja sirena nos adentra Sampedro en otro pretérito histórico: la Grecia helenística. La crónica social y política de la Grecia del siglo III, el periodo de los poemas vanguardistas de Calímaco y los textos enigmáticos de Licofrón, le sirven para confraternizar (que no confrontar) lo real (histórico) con la fantasía. Su elección de la era helenística no podía ser inocente. Un periodo de crisis, de transición, de incertidumbre en la vida, el arte y las ciencias.

José Luis Sampedro concibió la praxis de la ficción con un sentido humanístico. Mezcló la historia de los hombres con la historia de los usos que esos hombres hicieron de sus cuerpos. Tuvo en su carrera literaria lectores y críticos que agradecieron y valoraron en mucho su obra. Otros pusieron reparos, entre los que me cuento cuando se trató de una obra determinada, La senda del drago (2006). Y sobre todo, como escribió el profesor José María Martínez Cachero, fue un escritor “lento y minucioso y honradamente inseguro a veces de su capacidad narrativa”.

Ernesto Ayala-Dip es crítico de literatura.

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