Aquellos años del final del blanco y negro ideológico en España
El libro 'El cine de barrio tardofranquista' analiza las películas rodadas entre 1966 y 1975
Entre 1966 y 1975 se rodaron y estrenaron centenares de películas españoles que superaban fácilmente el millón de entradas vendidas. Allí aparecían José Luis López Vázquez, José Sacristán, Manolo Escobar, Concha Velasco, Alfredo Landa, Paco Martínez Soria, Gracita Morales, Rafaela Aparicio, Lina Morgan, ... Curiosamente muchos llevaban una carrera doble: protagonizaban a la vez estas comedias populares, de guiones hechos a trompicones y nulo riesgo estético (que suponían el 75% de la producción), y películas de autor: en esos años, entre otros adalides de un cine más arriesgado, como José Luis Borau, Basilio Martín Patino, la Escuela de Barcelona (Aranda, Suárez, Portabella, Jordá) o Jaime de Armiñán, Elías Querejeta realizaba sus mejores trabajos como productor y a su vera crecían directores como Carlos Saura, Ricardo Franco, Francisco Regueiro o Víctor Erice. Por supuesto, Juan Antonio Bardem y Luis García Berlanga, con Rafael Azcona, están en su auge.
Mucho de ese cine de barrio popular y taquillero ha sido desprestigiado constantemente por los historiadores, por eso sorprende la aparición de El cine de barrio tardofranquista: reflejo de una sociedad (Editorial Biblioteca Nueva, grupo Siglo veintiuno), coordinado por Miguel Ángel Huerta Floriano y Ernesto Pérez Morán, un libro que analiza 100 películas de esa época, además de poner en perspectiva histórica de la producción cinematográfica.
Y es que esas películas no sirven solo para ver en la pantalla cómo España cambiaba en lo demográfico (con la emigración rural que alimentaba las incipientes grandes ciudades), sociales (con la mujer incorporándose al mercado laboral), el auge del turismo, el incipiente arranque de lo que se convertiría en el gran monstruo de finales del siglo XX: la expansión inmobiliaria, el cambio de relación del españolito de a pie con la religión, sino que detrás de ellas se intuyen las reformas políticas y legislativas. Todo eso está estupendamente explicado en el libro en sus capítulos iniciales, en donde se ahonda en la aparición de los cineclubes y en esa doble vía que el historiador Doménec Font explicaba: "Una política de libre concurrencia que engendraba su propia división en dos: capital monopolista y capital no monopolista. Producción comercial, producción cultural, burguesía dominante y burguesía dominada recurriendo ambas contradictoriamente al Estado para imponer sus no menos contradictorias reivindicaciones". Es justo el inicio de las subvenciones automáticas, las que están ligadas a la taquilla, que aún son fundamentales hoy.
Por supuesto, el grueso del libro está dedicado a esas cien películas emblemáticas (falta un índice de esos títulos, un error que debería ser subsanado, y fotogramas de los largometrajes). Cada título tiene su ficha técnica y artística, y además del sinopsis un análisis de la ideología y el mensaje que aporta. Ahí hay hueco para La ciudad no es para mí, Operación Plus Ultra, El padre Manolo, Los chicos del Preu, Las cuatro bodas de Marisol, Las que tienen que servir, Sor Citroën, ¡Cómo está el servicio!, El turismo es un gran invento, Las Leandras, Soltera y madre en la vida, El astronauta, Cateto a babor, No desearás al vecino del quinto, ¡Vente a Alemania, Pepe!, Dos chicas de revista, Adiós, cigüeña, adiós, Guapo heredero busca esposa, París bien vale una moza, Lo verde empieza en los Pirineos, Los nuevos españoles, Tocata y fuga de Lolita, Un lujo a su alcance.. y tantas y tantas otras, en un listado que se cierra con Nadiuska y su Zorrita Martínez.
El libro se cierra con sus dos mejores aportaciones: dos estudios, uno titulado Tradición contra modernidad: tiempo, espacio e instituciones en el cine de barrio, en el que se analiza el conflicto provocado por el cambio, las tensiones que nacen del choque campo y ciudad, lo foráneo en el imaginario colectivo, y el orgullo patrio; y otro que ahonda en la familia como núcleo de ese cine de barrio.
Que esas películas han quedado impresas en el imaginario español queda claro con el éxito del programa Cine de barrio en TVE-1, que ha vivido durante años de estos títulos con buenas cifras de audiencia.A la gente les atrae: puede que por culpa de la añoranza que siempre difumina en positivo recuerdos de años negativos, de censura y de dictadura, de una ideología en blanco y negro. O porque habla de cómo son, somos, los españoles, acentuando hasta la burla los tópicos que cumplimos bastantes veces a rajatabla.
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