A la carrera
No se dan cuenta los políticos del patético efecto que produce verlos dar rodeos absurdos para sortear los micrófonos
En las películas clásicas de Hollywood, cuando el protagonista es abordado por una nube de periodistas que preguntan a la vez de forma ininteligible, se detiene y posa ante los flashes aunque sea para decir: "No voy a hacer declaraciones". Al menos sale digno en la foto.
No deben darse cuenta nuestros representantes políticos del patético efecto que produce verlos correr o dar rodeos absurdos para sortear los micrófonos. Ninguna escena peor que la de los guardaespaldas y asesores abriéndoles paso a codazos. Rajoy protagonizó una rocambolesca huida del Senado por el garaje mientras los mercados zurraban a España; no fue tranquilizador. Bárcenas, a quien siempre abordan buscando taxi, pegó un sprint al salir del juzgado que los periodistas no pudieron seguir, porque les dio la risa, y eso fue antes de la peineta.
Hemos visto hacer quiebros sin abrir la boca incluso a Rubalcaba, que otras veces es quien busca los micrófonos, mientras el voto de sus diputados catalanes amenazaba con arruinar el crédito que le queda. Rosa Díez cruzó a toda prisa el patio del Congreso para evitar comentar los disparates nada inocentes sobre la violencia machista que tuiteaba Toni Cantó. Y vimos a Cospedal regateando en la calle a un reportero, aunque luego dio esa conferencia de prensa en que se enredó en respuestas balbuceantes y contradictorias que nos confundieron aun más.
No es que los medios vivamos de la declaración del político: ese no es ni de lejos el material más valioso que manejamos. Pero al sufrido ciudadano le consolará que su elegido dé la cara, porque eso está incluido en su sueldo (el A, no piensen mal).
Son tiempos de intentos estériles de centralizar la información, de portavoces-escudo, de pretendidas ruedas de prensa sin preguntas, de imágenes editadas por la fuente, de reparto del minutaje entre los partidos, de discursos tras una pantalla de plasma. Pretenden el control de lo incontrolable cuando más libre y rápida es la reacción del gobernado, en las redes o en la calle, cuando hay un clamor por la transparencia. Lo sensato sería detenerse a explicarnos qué pasa y a dónde vamos, admitir los errores, iniciar la limpieza, hacer pedagogía. Eso sería liderazgo. El que se echa en falta.
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