Acoso escolar kazajo y parloteo coreano
Emmanuelle Bercot ha decidido extraer los múltiples e intensos sentimientos que es capaz de expresar la aparentemente fría y distante Catherine Deneuve
River Phoenix tuvo la desgracia de que una sobredosis le enviara al cementerio mientras asistía a un concierto en Los Ángeles de su colega Johnny Depp. Tenía 23 años pero llevaba una carrera tan precoz como prometedora. El gran público le identificaba con el Indiana adolescente de La última cruzada, pero también se había incrustado poderosamente en la retina de la cinefilia con sus interpretaciones en Stand by me, La costa de los mosquitos, Mi Idaho privado y Esa cosa llamada amor.
En el momento de su defunción estaba rodando Dark blood, que se quedó sin su protagonista y consecuentemente nunca fue estrenada. El director George Sluizer se las ha ingeniado 20 años después para remontar el material del que disponía, avisando a los espectadores con su voz en off de lo que ocurre en la trama cuando faltan secuencias. Creo que no le ha hecho un favor a la memoria de River Phoenix ni a sí mismo. La historia de un actor y su esposa que al perderse en un desierto contaminado por las pruebas nucleares se encuentran milagrosamente con un joven tan apocalíptico como tronado que vive en soledad en ese desierto y fabrica muñecos indios de vudú es una notable y pintoresca tontería. La interpretación de Phoenix, que parece tan desquiciado como su inverosímil personaje, tampoco ayuda a engrandecer su mito. Descanse en paz.
Creo que nunca había visto cine de Kazajistán. Y como estoy lleno de prejuicios con causa hacia el exotismo, esperaba con ligero mosqueo Lecciones de armonía, dirigida por Emir Baigazin, por lo que la sorpresa que me ha provocado resulta aún más grata. Es una de las películas más aceptables e inquietantes que ha ofrecido la sección oficial. Se centra de forma veraz, tensa y compleja en esa cosa tan internacional como repulsiva del acoso escolar, en las lacerantes e interminables novatadas que sufre un chaval extraño con el que se ceban los matones habituales. Es turbadora, da un poco de miedo.
Sin embargo, la que no te provoca ni frío ni calor es la película coreana Nobody’s daughter Haewon (ya sé que este cine ha dejado de ser exótico, que todos los festivales se esfuerzan hasta el delirio por exhibir en su programación variadas muestras de la cinematografía coreana), dirigida por Hong Sang-soo. Tiene un parecido alarmante con ese cine europeo protagonizado exhaustivamente por la palabra, en el que los personajes no paran ni un segundo de hablar de cosas sensibles y trascendentes. En este caso es una estudiante con múltiples incertidumbres que no solo se enrolla parloteando incansablemente con su madre, sus amigos, su novio, su profesor, sino que también lo hace con los desconocidos con los que se cruza en sus paseos. Salgo con dolor de cabeza ante tanta verborrea inútil.
Hace unos años el cine francés homenajeó a Gérard Depardieu, una de sus glorias nacionales (ignoro si ese amor hacia tan intocable leyenda va a continuar en Francia después de que por una prosaica cuestión de impuestos Depardieu haya decidido hacerse ruso), con una película que adoptaba el género del cine de carretera y que carecía de la más mínima gracia aunque lo pretendiera. Narraba el viaje hacia su pasado de un carnicero al que acaban de despedir de su trabajo. Elle s’en va me recuerda en su factura y en su espíritu a aquel tributo a Depardieu. La protagoniza en todos sus planos otro mito del cine francés llamado Catherine Deneuve y el guion también elige ese género tan socorrido de las road movies. Deneuve no viaja sin rumbo porque se haya quedado sin trabajo sino porque su amante la ha abandonado y se siente muy harta y vacía con la vida que lleva. Pero todo tiene solución. Es una historia tan edulcorada como olvidable, en la que la directora Emmanuelle Bercot ha decidido extraer los múltiples e intensos sentimientos que es capaz de expresar la aparentemente fría y distante madame Deneuve.
Después de llevar diez fatigosos días visionando tanto cine con inútiles pretensiones de autoría, uno de los escasos momentos de diversión en Berlín me lo ha proporcionado la película de animación The croods, exhibida fuera de concurso. No sé si voy a sentir idéntico jolgorio cuando vuelva a verla en Madrid, pero en esta Berlinale se agradece infinito que algo te entretenga y te haga reír. The croods, rodada en tres dimensiones que aquí no parecen superfluas, está protagonizada por una familia cavernícola que gracias al descubrimiento del fuego y de que pueden encontrar paisajes luminosos en la tierra si abandonan la oscura seguridad que les ofrece su cueva, van a intentar vivir en vez de limitarse a la estricta supervivencia. Sospecho que los niños lo van a pasar muy bien con ella y que para los adultos que les acompañen no va a suponer una tortura, como ocurre a veces con el cine de animación previsible y sensiblero.
Babelia
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