Terremoto (sangriento) en Sitges
Nicolas López propone en el festival 'Aftershock' Es un drama apañado pero algo cargante protagonizado por Eli Roth
Sitges aprovechaba que hoy es sábado, día de asueto, para programar una de esas películas que apasionaran a los fans de estómago resuelto que consideran la serie B una especie de religión con sus propias deidades. El filme en cuestión, Aftershock, es la historia de tres amiguetes de vacaciones en Chile que deciden dedicar sus esfuerzos (como acostumbra a pasar en estos casos) al noble arte del ligoteo, buscando señoritas interesadas en pasar un buen rato. Finalmente el grupo triunfa en sus humildes intenciones y convence a tres féminas de buen ver para que se unan a ellos para explorar el lado alegre de la vida. La cuestión es que cuando la panda está en plena ebullición en un club un gigantesco terremoto se lleva por delante el local, las vacaciones y los planes del personal. A partir de ahí empieza la auténtica odisea (francamente, los treinta minutos que el filme malgasta en enseñarnos lo tremendamente básicos que son sus personajes no pueden ser anotados en la cuenta de beneficios del filme) donde todos tratan de sobrevivir al caos más absoluto, una especie de infierno low-cost lleno de violadores, mercaderes de la muerte y tipejos que matarían a su madre por una silla plegable.
Al frente de este proyecto, una especie de versión desmejorada y embrutecida de los pequeños clásicos de catástrofes de los setenta y los ochenta no está otro que Eli Roth, el inexplicable gurú salido del torture porn (aquel subgenero consistente en asistir con todo lujo de detalles al tormento del tonto de turno), responsable de filmes apreciables como Cabin fever y de memeces del tamaño de Hostel. Roth, actor de mínimos con dos o tres registros (más dos que tres), es el presunto culpable de una trama de medio pelo donde la única gracia reside en saber quién va morir cuándo. La película (muy entretenida, digámoslo todo) se ahoga en su propia sangre, y cuando realmente toca pisar fuerte en el género y meter a los protagonistas en el horror desencadenado se encuentra con la apatía total del público. Después de todo, ¿a quién demonios le importa lo que les pase a un grupo de indocumentados que se han pasado media película soltando chistes malos y mirando por encima del hombro al patio de butacas?
Con el pobre Roth incapaz de tirar del carro Nicolás Lopez (el director) le pone al menos un poco de salsa al asunto y se viste un ratito de Roger Corman para sacarle jugo a cada dólar invertido. Así es como con 10 millones consigue un producto bastante apañado, divertido en ocasiones, cargante en otras, pero digno al menos de un pase en una televisión de pago un viernes noche, con o sin palomitas (depende del sistema digestivo-aprehensivo de cada uno). Si nos pusiéramos hiper-explicativos podríamos cuestionar –como acostumbra a suceder- la mirada condescendiente del filme con el paisaje humano chileno, algo por otro lado habitual en muchas producciones estadounidenses que en cuanto se alejan cien kilómetros de casa tienden a ponerse las gafas del tercer mundo y ver todo lo que se mueve a su alrededor como un reflejo de lo primitivos e inmovilistas que son los pueblerinos del lugar.
A pesar de ello, y porque este es un festival poco ceremonioso y amante de los excesos, Aftershock es una gran apuesta para esos tiempos muertos en los que apetece ver algo descacharrante, una burrada a sangre y fuego. Para esos momentos en los que buscamos algo que enlace directamente con el tipo desnortado que todos llevamos dentro, la película de López es el aperitivo perfecto. Eso y el final del filme, un auténtico festival de disparates, aseguran al aficionado con buenas tragaderas la clase de diversión que – de cuando en cuando- sienta bien meterse entre pecho y espalda. La serie B sigue viva, al menos eso parece.
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