Margherita Morreale, sabiduría y modestia del hispanismo
Esta italiana fue premio Nebrija de la Universidad de Salamanca, 'honoris causa' de la de Barcelona y miembro de la Real Academia Española y de la Argentina de Letras
El pasado 18 de septiembre murió a los 90 años de edad la hispanista Margherita Morreale, referente del hispanismo italiano de la segunda mitad del siglo XX y una de las grandes especialistas del humanismo y los temas italoespañoles de la época del Renacimiento. Destacó sobre todo en el estudio de la Biblia vernácula en España.
Conocí a Margherita en el Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas celebrado en Venecia en 1980. Ella era ya una figura académica, y yo, que tenía referencias de la profesora Morreale por Dámaso Alonso, acudí a escucharla en la sesión en que intervenía, sesión que era una más de las muchísimas sin especial relieve que ofrecen este tipo de congresos masivos, donde conviven la sabiduría, la ignorancia y el atrevimiento en amalgama inextricable. Presidía otra gran figura del hispanismo del siglo XX, el británico Alan Deyermond (1932-2009). Margherita estaba azorada por la gran cantidad de público que había acudido y que no cabía en el aula, a pesar de que tantos congresistas habían sucumbido a las bellezas de la ciudad, competidora desleal de la dedicación erudita. Dijo de manera entrecortada: “No puedo comprender cómo este tipo de trabajo pueda interesar a tanta gente”. Deyermond la interrumpió: “Si se dice erudición medieval, acuden pocos, pero si se dice Margherita Morreale, a la vista está el resultado”.
Ese fue su estilo siempre. Hacía trabajos serios, pulcros, cuidadísimos, a los que nunca atribuía importancia alguna. En cambio, se interesaba por lo que estaban haciendo los colegas, les pedía sus originales y se los devolvía con observaciones sabias y sinceras: jamás entró en su cálculo aceptar la inexactitud para evitar herir la vanidad ajena. Así la vi en la Brown University cuando el congreso de Providence de tres años más tarde, y así siguió en todas las ocasiones en que nos encontramos, siempre que venía por Madrid y visitaba, inevitablemente, la biblioteca del Centro de Humanidades del CSIC.
Su trayectoria ha sido amplia y exitosa. En América enseñó en la Universidad Católica de Washington, en la John Hopkins y en la de Stanford. Luego, de vuelta a Italia, fue catedrática en Bari y, finalmente, durante largos años, en Padua. Fue Premio Nebrija de la Universidad de Salamanca, doctora honoris causa por la Universidad de Barcelona, miembro correspondiente de la Real Academia Española y de la Academia Argentina de Letras, así como también miembro de la Hispanic Society, el Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti y la Accademia dei Lincei.
Pero hay cosas de esta Margherita, modesta aunque no tímida, que solamente pudieron conocer las personas que la trataron. Aquel verano había ido yo a impartir una conferencia a Málaga en el curso que dirigía Manuel Alvar. Margherita se enteró, fue a escucharme y me invitó a almorzar el día siguiente en un chiringuito de la playa de El Palo, en la que, vestidos casi de terno académico, hablábamos tiempo y tiempo de retóricas latinas del siglo XVI, rodeados de gente en bañador que trasegaba sangría y engullía pescaíto frito mientras cantaba a voz en grito el repertorio más consabido de la copla. En un momento dado en que la conversación era imposible por el ruido, Margherita se disculpó: “No podemos ir a tomar café al chalet porque está llenísimo de gitanos”. ¿De gitanos? La profesora Morreale había cedido la mansión familiar que había heredado en El Palo para que vivieran en ella gratuitamente por temporadas familias desheredadas que, de otra forma, no hubieran podido pasar nunca una temporada en la playa.
Miguel Ángel Garrido Gallardo es filólogo e investigador del CSIC.
Babelia
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