El sexo de las vampiras
La moda vampírica contagia incluso al cine de autor. Dennis Gansel aprovecha el insaciable interés para intentar llevar la tendencia a su propio terreno
La moda vampírica contagia incluso al cine de autor. Somos la noche, película del alemán Dennis Gansel, director de la sugestiva parábola política La ola (2008), aprovecha el insaciable interés del gran público por la estética presuntamente sofisticada de las incesantes producciones (y libros) recientes con vampiros como protagonistas, para intentar llevar la tendencia a su propio terreno: un discurso social con el consumismo y el feminismo como ejes centrales que, sin embargo, se queda en tierra de nadie. Quizá acabe resultando demasiado compleja (aun sin serlo) para el consumidor de multisalas que se deje llevar por su cartel sexy y su lema (Inmortales. Insaciables), mientras que al amante del cine de versión original le puede acabar sabiendo a poco su mensaje de contemporaneidad inmerso en unos personajes plenamente modernos a pesar de tener cientos de años.
SOMOS LA NOCHE
Dirección: Dennis Gansel. Intérpretes: Karoline Herfurth, Nina Hoss, Jennifer Ulrich, Anna Fischer, Max Riemelt. Género: fantasía. Alemania, 2010. Duración: 95 minutos.
En Somos la noche el vampirismo está vetado a los hombres por decisión propia de las mujeres, que nunca muerden a machos para poder seguir formando club tan exclusivo, y que han llevado a la cúspide su poder de emancipación, ejemplificado en el asalto nocturno de centros comerciales de lujo para salir cargadas de bolsas de marca, en la continua ingesta de psicotrópicos, en beber, comer y fornicar en abundancia, siempre con gustos elevados y en un ambiente de after perpetuo. Además, como ellas mismas predican: “¡Y sin quedarse embarazadas!”. Un ideario que, en principio, promete al menos un camino alejado de los convencionalismos, pero que se va desmoronando conforme avanza la historia. Algo que, en menor medida también le ocurría a La ola, alegoría del IV Reich ambientada en un instituto del siglo XXI, que empezaba como un tiro, pero que, solo en parte, quedaba diluida por los vaivenes dramáticos en la transformación de su führer profesoral.
Así, aunque en Somos la noche hay algunas imágenes con cierta potencia, se desperdicia el personaje más atractivo en su confluencia entre pasado exitoso y presente melancólico (el de una actriz de cine mudo que, sobra decirlo, se mantiene esplendorosa en su juventud y que, en el mejor momento del relato, acude a un asilo de ancianos para despedirse de su hija moribunda), y la película queda atrapada en su propia maraña doctrinal, tan confusa como un adolescente que no sabe cómo salir del armario. De otro modo no se explica que la película esté comandada por una relación amorosa heterosexual que nada parece interesar visualmente al director, y una estética (filo)gay que arrasa en el apartado erótico y en el de la imagen. Como si el fondo, una mujer que debe elegir entre un amor inmortal y una vida inmortal, y la forma, una estilosa apoteosis del roce homosexual, fuera cada una por su lado.
Babelia
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