Sanguijuelas políticas
Política y fantasía, entretenimiento e Historia, nunca van de la mano en esta película producida por Tim Burton. Son agua y aceite
Que durante el histórico mandato del primer presidente negro de Estados Unidos se produzca una película titulada Abraham Lincoln, cazador de vampiros, ensalzadora de la figura del mandatario que abolió la esclavitud, y en la que buena parte de los sudistas racistas durante la Guerra Civil estadounidense encarnan el mal más absoluto bajo la figura de chupasangres que quieren hacerse con el poder del país no deja de tener su gracia (inicial). Que la película esté dirigida por un ruso, Timur Bekmambetov, que debe su fama a otra película sobre una de esas apocalípticas batallas entre el Bien y el Mal vampírico, Guardianes de la noche, aunque ambientada en la Rusia contemporánea, quizá complete el sarcasmo. Sin embargo, política y fantasía, entretenimiento e Historia, efervescencia y trascendencia, nunca van de la mano en esta película producida por Tim Burton. Son agua y aceite.
Más allá de su ambientación y de su personaje protagonista, ni una sola frase, ni una sola secuencia de Abraham Lincoln… escapa de las habituales películas de fantasía juvenil en torno al terror y, sobre todo, el cine de acción. Y si semejante planteamiento no sirve para elevar el listón de los cuatro lugares comunes acerca de los ángeles y los demonios, la venganza, el poder, las incontables secuencias de artes marciales para amantes de los videojuegos de lucha y unas tres dimensiones que poco aportan, mejor hubiera sido no apuntar tan alto para luego esconder la mano, como también ocurre con ese epílogo contemporáneo en el que se da a entender, sin ser del todo valientes, que George W. Bush y Barack Obama conforman los nuevos ejes del Mal y el Bien.
ABRAHAM LINCOLN, CAZADOR DE VAMPIROS
Dirección: Timur Bekmambetov.
Intérpretes: Benjamin Walker, Dominic Cooper, Rufus Sewell.
Género: fantasía. EE UU, 2012.
Duración: 105 minutos.
Babelia
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