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LEANDRO, EL FANTASMA DE LA MONCLOA
Columna
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Cañete, de aprendizaje en Atenas

José María Izquierdo
FERNANDO VICENTE

Ahora lo importante es conseguir meter el comando espía en Atenas. Tenemos que lograrlo como sea.

El presidente se puso serio.

—La empresa es vital: hay que llegar a las tripas de los hospitales griegos para saber cómo se cose a los pacientes con heridas de 10 centímetros sin hilo y sin tijeras… no, vendas tampoco…, y a ver cómo se trata a los que blasfeman contra el plan de ajuste de Bruselas. Sobre todo a esos. Luego me hacen un buen informe para que podamos poner en marcha en España esas valiosas técnicas en los hospitales públicos, que la vida es dura, todos tenemos que sufrir —unos más que otros, también es verdad—, los bancos centrales aprietan y además ahogan, y ya está bien de tanto mimo, que si escáneres, sondas y otras zarandajas, que hasta les cambiamos las sábanas a diario…

—¡Y hasta les damos medicinas que curan enfermedades!, dijo Ana Mato, escandalizada.

—¡Ah!, ¿Es que hay medicinas que no curan, monina?, contestó Ana Pastor, que para eso es médica y le tenía una manía a la Mato que para qué.

—¡Y hierbitas, les damos muchas hierbitas!, insistía Ana Mato.

Estaba muy animado el presidente Rajoy, que su gurú de cabecera, Arriola, con él yo me las tenía tiesas, que me parecía un fantasma, y cuando un fantasma de verdad dice de alguien físico que es un fantasma, ustedes ya saben lo que quiere decir el fantasma fetén. Pues Arriola, digo, que había venido a una cena de matrimonios, aprovechó con rapidez entrenada un momento en el que se calló Celia Villalobos, por atragantarse con un espeto de sardinas, o similar, para decirle a Mariano que cuanto más burro fuera mejor le saldrían las encuestas…

—Oye, mano de santo. Y si les recortas a los votantes cuestiones primordiales, como el hospital de su padre, tanto mejor. A más miedo, más tranquilos, que aquí no se mueve ni dios, acojonados como están, que no saben si mañana les vamos a bajar el sueldo o subirles el metro. O las dos cosas, que para qué cortarnos… Van a culpar a Zapatero y a Rubalcaba…

De ahí —de ahí y de cuatro cubatas, todo hay que decirlo— surgió la idea de los hospitales griegos.

—Oye, que si ellos ya han pasado por estas, lo mismo sacamos algo de cómo han sobrevivido…

Y ahí.

—Quiten, quiten. Mato no, que ya saben que se atropella un poco cuando habla en público…

—Pues anda que en privado…

—Calla, Pastor, calla. Decía que ya he decidido que vayáis Arias Cañete y tú misma. Más que nada para que nos enteremos de algo.

—¿Y por qué Arias?

—Pero, hombre, ¿no te has dado cuenta? Si es igualito a Demis Roussos. Le pones una túnica, le tiñes el pelo, y ya. A ver, Miguel, cántanos algo, que es por el bien de la patria…

—… Quiero bailar contigo esta canción, canta, ríe, baila, hazme soñar!!! Y espera, espera, que esta otra me queda muy bien: ¡¡¡Adiós, amor, adiós, no tienes que llorar…!!!

Es que se embalaba.

—Y si las quieres en inglés, en inglés, que ya sabes cómo me las gasto: ¡¡¡Goodbye, my love, goodbye, goodbye and au revoir!!!

—Muy bien, Miguel, muy bien. Ensaya un poquito más, anda, que ese gorgorito final…

—Hombre, yo hubiera preferido Juanito Valderrama, pero si es por España…

El comandante del Centro Nacional de Inteligencia al que se le encomendó la misión lo preparó todo en un santiamén.

—Les hemos hecho una documentación falsa a nombre de Tomás Roussos, que siempre podrá decir que es un primo español que tiene Demis. El de Ana Pastor es el de verdad. Les hemos puesto que son un cantante flamenco…

—¡Eso, eso, Juanito Valderrama!: ¡¡¡Un coro de serafines hay en el altar mayor, que está mi niña tomando su primera comunión!!!

—… Y su doctora personal.

—La que me espera, oí decir a Ana Pastor…

Me metí en el avión porque nunca había estado en Grecia. Siempre me había dado mucha pereza, que para antigüedades ya estaba yo mismo, que ni recuerdo cuándo empecé a ser un fantasma. Lo mismo soy contemporáneo del Partenón, tantos siglos deambulando… Me llevé a Azorín, para que hiciera juego con el paisaje. Por lo pedregoso, digo. Despegaba el avión y se oyó una canción…

—¡¡¡Y adiós mi España querida, dentro de mi alma te llevo metida, y aunque soy un emigrante, jamás en la vida yo podré olvidarte!!!

—Y mientras los pasajeros prorrumpían en un estruendoso y coordinado olé, yo capté a la Pastor:

—La que me ha hecho el presidente… No me nombra ministra de Sanidad y ahora tengo que acompañar a este…

…Y es que la ministra de Fomento estaba más que quemada, que en los últimos meses se había dedicado en cuerpo y alma a hacer la catedral de Zamora con palillos, a ver si así al menos la nombraban madrina de las fiestas, que no tenía ni para media hora de trabajo… a la semana. Montoro no la dejaba gastar ni un duro, que la tenía a raya…

—Ya te autoricé el camino rural que me pediste…

—Pero si era de 26 metros…

—Ya, ya, pero hasta te di un crédito extraordinario de 12 euros para que pusieras un cartelito…

—Pues me costó 20 el rotulador y tuve que poner ocho de mi sueldo…

En el Hospital General de Ática, 40 grados a la sombra, les recibieron muy bien.

—Así que quiere ver el hospital a ver si se ingresa para perder unos kilitos… Pues eso lo tenemos chupado, que ya hemos decidido dar de comer medio plátano a cada paciente, a ver si llegan hasta octubre, cuando caerán más euros del BCE… Oiga, y ahora que le miro, es usted igualito a un tipo que canta trikitrikitriki…

—Me lo dicen mucho, sí…

—La barba, Arias, que se te mueve, oí a Ana Pastor que le susurraba al ministro…

—Pues aquí tenemos una de nuestras mejores salas, estaba diciendo uno de los jefes del hospital ante un solar de cemento que parecía el parking, que es donde aplicamos a los enfermos uno de nuestros tratamientos de fama mundial, la solterapia, que en griego la llamamos helioterapia, que ya suena de otra manera.

—¿Y cómo funciona?, preguntó Ana Pastor en su condición de especialista.

—Nada, fácil. Los sacas aquí, a la solana, y ya. Son 46 grados con el cemento, así que al que no se le seca la herida para qué vamos a seguir…

En una sala más pequeña había seis o siete enfermos. Y un frigorífico.

—Con estos ensayamos la técnica que aquí denominamos la crioterapia de Pericles. Estamos en fase de experimentación, pero tiene buena pinta. Les metes la cabeza y así están seis o siete horas. Por lo menos se quedan sin habla.

—¿Y alguna otra técnica?

—Sí, bueno, antes utilizábamos las risoterapia, pero llegó un tipo de Bruselas y nos preguntó que de qué nos estábamos riendo… Y es verdad: ¿de qué nos podemos reír? Así que lo cambiamos por la lloroterapia, pero no es lo mismo. Queríamos probar la mentaralamadredeangelamerkelterapia, pero aún no hemos empezado…

A las operaciones sin bisturí ni hilo ni desinfectantes ni vendas no entraron, que ya habían visto suficiente.

Antes de despedirnos, Yorgos Aristopoulos, el director, nos recibió muy amablemente y nos llevó a un aparte: ¿Y no tendrán ustedes una aspirinita por ahí? Por cierto, ¿le han dicho alguna vez que es usted igualito que Demis Roussos?…

Volvimos a España. Azorín, el pobre me preguntaba: Oye, Leandro, ¿y no podías haberme traído a otro viaje más alegre, que vuelvo con el cuerpo del revés?...

En cuanto le dieron el parte a Mariano…

—¡¡¡Me voy a hacer un rosario con tus dientes de marfil!!!

—¡Basta, Miguel, basta!, gritó Ana Pastor, que ya no podía más.

… El presidente les mandó a ver a Montoro. “Corriendo”, dijo concretamente.

—A ver, Pastor. Que sumar tú sabes. Mil, tres mil, setenta mil, doce, quince, ochocientos mil… ¡Cinco millones que nos vamos a ahorrar, y eso solo con lo de los plátanos! Que si la solterapia usamos… Primero, que lo prueben en Andalucía.

Informaron a Ana Mato.

—¡Qué guay!, dijo.

Mañana, siguiente capítulo: El caso del cuchillo asesino.

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