Guten Morgen, Herr Präsident!
Notaba yo que los ectoplasmas estaban así como aburridos, que después de la kermés, con lo bien que nos lo pasamos a pesar de la turra de Por consiguiente, ya no habíamos tenido otro momento de auténtico desahogo, que aunque los incorpóreos aguantamos lo que nos echen, en ocasiones necesitamos algún momento de parranda, que también tenemos nuestra vesiculita. Ya, ya sé, que los humanos dicen corazoncito, pero qué quieren, nosotros decimos vesiculita. Desde tiempo inmemorial, que ya en los libros de los nigromantes… Así que los reuní, que andaban tirados por ahí, Fito ya un puro céfiro, Ecto con la nariz hecha polvo de intentar ayudarse a tocar la Bagatelle sans tonalitéde Listz en el piano, Por consiguiente hablando consigo mismo, Azorín regañando a la silla y Om asomado a la ventana viendo las nubes.
Les di tal alegría que los que podían hacerlo, ya saben la triste situación de Fito y Ecto, dieron saltos de alegría, si a lo que hizo Om se le puede llamar salto. Un ligero movimiento de rodillas. Suficiente para su estilo.
—¡¡¡¡Hoy va a tener Mariano clases de alemán!!!, les anuncié con tono eufórico.
—¡¡¡Bien, otro más!!!, gritaron.
Y es que habíamos sido testigos de cuando Felipe, Aznar y Zapatero no tuvieron más remedio que dar clases de inglés. Oigan, qué risas. Leopoldo era otra cosa, que él hablaba, o eso decía, inglés, francés, italiano, alemán y portugués. Adolfo, no: el español y el por teléfono, me susurra Fito…
Habían tomado la decisión de las clases tras un despacho con García Margallo, que ya le había advertido al presidente de que Angela Merkel estaba de un humor de perros, que lo de Hollande —So ein Scheissfranzosensozi!!! (¡¡¡Ese gabacho socialdemócrata de mierda!!!)— conseguía sacarla de quicio y no estaba dispuesta a ceder ni una décima con España, Faule Hunde!!! Immer nur Flamenco und Siesta!!! (¡¡¡Malditos vagos, venga de flamenco y siesta!!!).
—Procura, le decía Margallo, poner tu mejor sonrisa y decirle un par de cosas en alemán. Poco, para que ella vea el esfuerzo… Que así lo hacía yo cuando vendía telas país por país, que si una sonrisita, que si un qué guapa está usted, qué bien le sienta el amarillo…
—Oye, Margallo, dado que el presidente soy yo, y el ministro de Exteriores, tú, ¿por qué no te pones a mi lado y vas diciendo tú mismo esas cosas?
—No, no, tiene que ser el presidente quien hable, para que impresiones a la Merkel esta que nos tiene con la soga al cuello, oye, qué agobio.
—¿Y si se lo decimos a Wert? ¿Ese no sabía no sé cuántos idiomas?
—Aquí estoy, presidente, que ha sido invocar mi nombre y como un reloj siempre a tu disposición. Por cierto, sabes ese del alemán, el francés y el español que…
—Quita, quita, que con chistes le vas a ir tú a la Merkel, que Sarkozy quiso hacer una broma y casi le tira la jarra a la cabeza… Hala, hala, dejadme solo, que una vez más me voy a sacrificar por todos los españoles. Incluso por Rubalcaba. Que entre la profesora…
Y rezongaba: “Quién me mandará a mí ser presidente de nada, con lo que bien que se debe estar con este calorcito en Santa Pola…”.
Así que nos arrellanamos con tranquilidad —bueno, Ecto ya saben hasta qué tranquilidad llega— dispuestos a asistir al espectáculo.
—Guten Morgen, Herr Präsident (Buenos días, señor presidente), dijo la profesora, que se la habían buscado un poquito entrada en carnes, rubia y con el pelo cortado a tazón, para que Mariano se fuera acostumbrando. Sonreía. Pero era de mentira. Como frau Merkel.
—Wie oft muss Ich Ihnen sagen dass Sie Trottel sind? (¿Cuántas veces voy a tener que repetirle que es usted un zote?), se aprovechaba frau de que Rajoy la miraba sin entender nada y un punto compungido, que ya se daba cuenta él de que aquello no era su fuerte.
Y para ella misma: Wie ist es möglich dass dieser Herr keine drei Sätze in einer verständliche, allmählich nicht so schelchte undeutliche Deutsche Sprache sagenkann? (“¿Será posible que no consiga que este señor articule tres frases en un alemán no digo ya bueno, no, simplemente humano?”).
—A ver, señor presidente, no se me ponga nervioso. Guten Morgen, meine liebe Freundin Angela… (Buenos días, querida amiga Angela…).
—No, qué va, si yo no me pongo nervioso, doña Herta Frankel…
—¡¡¡Feuchtwanger, Herta Feuchtwanger!!!
—Pues eso, Herta Frankel…
¿Cómo no acordarnos de los tiempos pasados? El primero en comentarlo fue Por consiguiente. Como era habitual. ¿Os acordáis?, dijo.
—Jau du yu du, les decían los profesores, altamente respetuosos ante la alta categoría del alumno.
—Jaudúyú, decía Felipe.
—No, no, Jaudúyú, no, le decían con delicadeza. Es Jau du yu du, presidente.
—Pues eso, decía él, Jaudúyú…
Por consiguiente y yo nos las pasábamos de muerte viendo los sudores de los profesores y cómo se le iba torciendo el gesto a Felipe, que con todo lo que había que hacer, que si construir Europa, que si arreglar Latinoamérica, que si inaugurar la Expo, hacer el AVE, conseguir los Juegos para Barcelona y que si tal y que si cual, no iba a perder el tiempo con el duyú. Así que llamó a Julio Feo.
—¡¡¡Fuera, no quiero más english!!! Hablo en francés —o eso que hablo yo— y se acabó. El que no me entienda que oiga al intérprete, que para eso nos cuestan una panocha, para que hablen ellos, que si no, encima se dedican a cachondearse de nosotros.
Y Julio Feo, que me acuerdo muy bien de lo mal encarado que era, feliz de dar un grito a alguien.
—Usted, profesor de inglés, a la puta calle…
Con Aznar fue aún más divertido, que a pesar de que Azorín es como es, más bien sieso y con permanente cara de ajo pocho, no puede evitar ponerse colorado ante el desastre que era su jefe.
—He dicho Jáuduyu, y no me gustaría tener que repetirlo más, profesor. Jáuduyu. Y ya.
Pero el colorado de Azorín se troca enseguida en un carcajeo contagioso cuando recordamos que estos presidentes nos han dado muy pocas ocasiones de soltar el muelle de la risa, aquella vez que salió muy serio a aquella rueda de prensa, que había estado con su amigo George Bush y nos dijo aquello de ‘Estamooouuuus trabajandoooouuuu en elloooouuuu…’. Porque tampoco es que Aznar se manejara con excesiva fluidez en el idioma de Shakespeare…
—¿En qué idioma habla y qué está diciendo ese señor bajito de bigote?, preguntó Rupert Murdoch el día que se conocieron.
—Dice que está muy contento de conocerle, señor. Y está intentando hablar inglés.
—Ya. Inglés. Que no se esfuerce más, pobre. Que me hable por señas. A lo mejor le entiendo algo…
¿Dice algo Om? Nada. Pero también asistimos a sus clases. Eran más distendidas, que se las daba algún amigo jugando al baloncesto.
—¡Uj, ag, huy!
—¿Has dicho alguna frase en inglés o es que estás cansado?
Bien es verdad que lo necesitaba poco, porque lo suyo no eran las relaciones con la Casa Blanca, para qué engañarnos, que era hablarle de Washington y le daban como retortijones…
¿Y Mariano?, preguntan los ectoplasmas, que ellos no asisten a reuniones con mandatarios extranjeros, que los tengo a raya, que cada uno en su casa y yo en las de todos.
Está estudiando, les digo. Lo de Guten Morgen a lo mejor se lo acaba aprendiendo. Pero con tiempo. Que tampoco esto es un aquí te pillo y aquí te mato…
O sea, que como todos, me dice Por consiguiente. Se esfuerza poco, recrimina Azorín mientras hace unas flexiones. Qué nube más bonita, aporta Om.
Mañana, siguiente capítulo: Una aglomeración de espías.
Babelia
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