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OBITUARIO

Carlo Rambaldi, mago de los efectos especiales

El artesano italiano fue el creador de E.T., Alien y King Kong

Carlo Rambaldi, creador de efectos especiales, 'padre' de ET.
Carlo Rambaldi, creador de efectos especiales, 'padre' de ET. GREGORIO BORGIA (AP)

Carlo Rambaldi, artista y artesano, creador del extraterrestre más amado en el mundo, murió en la tarde del viernes, con casi 87 años. Había nacido el 15 de septiembre de 1925 en un pueblo de la provincia de Ferrara (norte de Italia) y murió casi olvidado en la canícula sureña, allí donde Italia parece tender la mano a Sicilia, en aquella Calabria que había elegido hace diez años como residencia, tras vivir muchos años en Los Ángeles. “Se fue el Gepeto de E.T.”, recordó emocionado su amigo, el director Steven Spielberg, para quien realizó aquel niño viejo, sabio y dulce, que en 1982 le valió el tercer Oscar. Antes, la estatuilla había llegado por los efectos especiales de King Kong (1976) y Alien (1979).

Rambaldi se diplomó en la Academia de Bellas Artes de Bolonia en 1952. Arrancó su carrera profesional como pintor y escultor; por casualidad empezó a estudiar a los animales, a intentar retratar sus expresiones, a esbozar, borrar y volver a dibujar sus músculos, fauces y movimientos. En los años sesenta descubrió que podía poner aquel don al servicio del séptimo arte. Era la época de oro del cine italiano, de los estudios de Cinecittà: Rambaldi se mudó a Roma, donde se rodaban las grandes producciones, a menudo con dinero estadounidense y siempre con la maestría de los artesanos locales. En aquel periodo, construyó un dragón de 16 metros para la película Sigfrido, participó en la creación de La odisea o de Cleopatra. Los perros que aparecían seccionados en el cortometraje Una lucertola con la pelle di donna (1971) le salieron tan creíbles que el director del corto, Lucio Fulci, fue denunciado por crueldad contra los animales. Rambaldi tuvo que acudir al juzgado para demostrar que se trataba únicamente de criaturas mecánicas. Trabajó durante mucho tiempo en el cine de horror, sobre todo con Mario Bava y Dario Argento: creó la ciudad infernal donde este último, considerado el maestro italiano del género, ambientó Rojo oscuro (1975), entre objetos de sabor gótico que nada tienen que envidiar a las fantasías hipertecnológicas que se ruedan en la actualidad.

Las experiencias romanas le sirvieron para saltar a la meca del cine: Hollywood. John Guillermin le llamó en 1976 para realizar el remake de King Kong. “Aquella bestia de 12 metros que tuvimos que asesinar en una noche”, admitiría años más tarde Rambaldi, “es la criatura que recuerdo con más cariño”. Quizá porque por aquella montaña peluda, torpe y humanísima le llegó el primer Oscar. El segundo, tres años más tarde, fue por la aterradora criatura que creara para Alien, de Ridley Scott.

Entre ambos filmes, otro grande de la ciencia-ficción se había cruzado su camino: en 1977, Steven Spielberg le encargó la realización de los extraterrestres de Encuentros en la tercera fase. “Así que, cuando decidí rodar E.T., la primera persona a la que llamé fue a Rambaldi”, recordaba el director estadounidense en declaraciones al diario La Repubblica. “¿Cuánto tiempo necesitas?’, le pregunté. ‘Nueve meses’, contestó. ‘Te doy seis’, repliqué, y pactamos. Él se puso a trabajar 20 horas al día, me enseñaba los bocetos, los modelos en barro... nunca hubo un momento de tensión, nunca dijo: ‘Esto no se puede hacer’. Entregó E.T. con dos semanas de antelación y cobró solo un millón de dólares. Carlo era un visionario, un profesional como pocos, pero también un amigo y una persona simpatiquísima”.

Aquel muñeco de arrugas y ojos de gato, que sabe ganarse la complicidad de los niños terrestres y que los adultos quieren enjaular, protagonizó un milagro de la historia del cine con 10 millones de presupuesto y más de 200 ganados. Entre los bastidores de aquel éxito —admite el mismo Spielberg— estaba Rambaldi.

El titiritero que construía sus muñecos con lápiz, barro y el ingenio práctico de un artesano miraba con cierto recelo las innovaciones de la era digital: “Se perdió la magia, como cuando un prestidigitador revela sus trucos al público. Ahora todos los chavales pueden crear efectos especiales con el ordenador”. Quién sabe cómo habrá seguido el aterrizaje del robot Curiosity, el prodigio tecnológico que explora la última frontera del misterio. Aquel mundo lejano al que E.T. quería llamar por teléfono. Y hacia el cual se encaminaba Roy Neary (Richard Dreyfuss) en el final de Encuentros en la tercera fase.

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