El enemigo en casa
Lo que llama la atención del festival de Estambul no es solo su calidad y su duración. Es envidiable ver qué curiosidad muestra su masivo público joven por las películas propias
¿Es cierto que el Gobierno español ha castigado al cine español y hasta las series españolas de la televisión? Así expresan su curiosidad algunos colegas periodistas durante el festival internacional de cine de Estambul. No del todo, se les responde. Los del gobierno han decidido herir al cine, ojalá no sea de muerte, aunque por su parte el ministro de Hacienda empieza a ocuparse curiosamente de los sueldos de actores y presentadores de la tele. Pero a lo que ahora se disponen a meter la tijera más seriamente es a la sanidad y la educación gratuitas... Los periodistas quieren información directa y se interesan con preocupación.
El de Estambul es seguramente de todos los festivales el de mayor duración, 16 días, y en él cabe de todo, aunque haya pocas películas españolas y todas ellas esta vez fuera de concurso. Este año han sido Katmandu, un espejo en el cielo, de Iciar Bollain, Blackthorn, de Mateo Gil, La voz dormida de Benito Zambrano y el largometraje de animación Arrugas, dirigido por Ignacio Ferreras, ninguna de las cuales contribuye especialmente a dar imagen de la actualidad de nuestro país, lo que también podría decirse de las películas turcas vistas aquí este año. Estas parecen coincidir entre sí por su incursión en el mundo rural y por mostrar cómo el pasado reciente incide en la actualidad. Hay abundancia de personajes atormentados por sus herencias: el anciano que ha olvidado la lengua autóctona de su madre, obligado como estuvo él a hablar solo en turco; el joven que indaga sobre su hermano desaparecido en la guerrilla; el hombre que intenta recuperar el paisaje de su infancia, hoy destrozado por depredadores políticos y financieros, o la familia de campo que se defiende de unos nómadas a los que culpan de sus desdichas ignorando que es dentro de casa donde tienen al autentico enemigo...
Lo que llama la atención del festival de Estambul no es solo su calidad y su duración. Es envidiable ver qué curiosidad muestra su masivo público joven por las películas propias, casi todas precedidas por éxitos o presencias en festivales, y cómo esa curiosidad se extiende a periodistas, compradores y programadores culturales de medio mundo. Lo que en España se hace dividiendo la oferta entre varias ciudades y festivales, en Turquía se ofrece de un golpe y para todos a la vez, lo que parece más eficaz. Siempre se puede aprender, incluso de lugares inesperados.
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