Anita
Rajoy mostró reflejos al invitar en audiencia al presidente ecuatoriano Rafael Correa de escala en Murcia. Y también fue un acierto que Ana Pastor le grabara una entrevista en domingo para Los desayunos. Se logró una magnífica expresión de la riqueza televisiva. Deberían relajarse los dirigentes conservadores españoles en su empeño de emborronar todo lo bueno que los informativos de TVE han logrado en la pasada legislatura. La entrevista a un líder de la izquierda latinoamericana, con un país en crecimiento y un discurso articulado, evidenció que detrás del interrogatorio incisivo no hay manipulación ideológica, sino sencillamente aspiración a la inteligencia crítica.
Correa encaró con comodidad las primeras cuestiones. La desmadrada política hipotecaria española le ofreció un perfecto balcón para afirmar que son más importantes las personas que el capital. También se refirió con acidez a las cumbres internacionales cargadas de estériles tópicos bienintencionados. Ana Pastor, que le permitió hasta tres veces que la llamara Anita antes de recordarle su nombre exacto, condujo a Correa hasta el lugar donde la imagen cristalina se enturbia.
Estamos acostumbrados a medir a los líderes de la izquierda populista con un rasero crítico mucho más exigente que a dirigentes conservadores que esquilmaron sus países bajo el silencio internacional. Y aunque Correa denuncie que cinco de los siete medios principales de Ecuador estaban en manos de bancos y afirme que sus plumas responden a intereses comerciales, su discurso antimediático suena tan peligroso como el de los candidatos republicanos en EE UU cuando se refieren con desprecio a CNN, New York Times o Washington Post, salvo que ellos no se atreven a legislar en su contra. Es cierto que las brutales acusaciones contra él merecían un juicio reparador, pero pretender que la crítica es siempre una estrategia interesada es negar el principio democrático de control del poder. La empresa privada tiene derecho a poseer prensa, como también la existencia de medios públicos equilibra un negocio que nadie se atreve a analizar en profundidad. La entrevista fue vibrante y en un perfecto ejemplo de cómo ha de conducirse, el invitado descarriló por sí mismo, cuando recuperó el Anita fruto de la frustración y de un hipertrofiado sentido de la autoridad.
Babelia
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