Goytisolo, un escritor extraterritorial
El premio reconoce la obra literaria y la trayectoria intelectual del autor barcelonés El jurado, presidido por Carlos Fuentes, destaca la “renovación estilística” de su obra literaria y su labor como puente entre la cultura europea y la islámica
Juan Goytisolo nació en Barcelona hace 81 años, se exilió en Francia a los 25, vive en Marruecos desde hace más de 40 y está de viaje en Venezuela ahora que un jurado reunido en México acaba de concederle el Premio Formentor de las Letras al conjunto de su obra. Pocas veces las circunstancias habrán subrayado tan claramente el carácter extraterritorial –y casi intempestivo- de un escritor.
Presidido por Carlos Fuentes, ganador de la edición del año pasado, y formado por los escritores Sergio Ramírez, Bárbara Jacobs, Julián Ríos, Basilio Baltasar, Jorge Volpi y Patricio Pron, el jurado ha premiado a Goytisolo “por la renovación estilística y por la maestría de su incomparable dominio expresivo”. También ha incidido en su “independencia de criterio” y en su labor como “interlocutor entre la cultura europea y la cultura islámica como intelectual que ha ayudado a modelar la conciencia de un Mediterráneo agitado por numerosos conflictos pero fundado sobre el patrimonio común de judíos, moros y cristianos”.
El Formentor -que se suma a premios como el Octavio Paz (2002), el Juan Rulfo (2004) o Nacional de las Letras Españolas (2008)- reconoce tanto la obra narrativa de Juan Goytisolo –que incluye clásicos contemporáneos como Señas de identidad o Makbara- como su trabajo ensayístico –de Contracorrientes a Crónicas sarracinas- . Una y otro son fruto del inconformismo de su autor: respecto a su propia obra y respecto a una lectura unívoca de la tradición española marcada artificialmente por la pureza de sangre. “Cada cual debe buscar su camino. Desconfío mucho de las clasificaciones de los profesores, de las generaciones. Cada escritor es una anomalía. Alguna vez me han dicho que era un escritor raro y siempre pienso que Cervantes se define a sí mismo como raro inventor. La literatura es el dominio de lo raro. Un creador ha de ser consciente de que hace algo nuevo. Si no, no merece la pena escribir. Aunque te arriesgues a la incomprensión”, declaró el escritor a este periódico cuando en 2008 se publicó su, hasta ahora, última novela El exiliado de aquí y allá (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, el sello en el que se están publicando también sus obras completas).
Juan Goytisolo presentará esta semana en Venezuela su ensayo Blanco White, El Español y la independencia de Hispanoamérica (Taurus), su renovada aproximación a la figura de José María Blanco White (1775-1841), para el autor de Juan sin tierra, “nuestro escritor más importante de la primera mitad del sigo XIX”, un librepensador comprometido con la independencia de las repúblicas americanas que llegó exiliado a Londres cuando la ciudad era “una especie de Estado Mayor de la revolución americana”. Allí el intelectual sevillano y su periódico, El Español, desarrollaron una labor que más tarde reconocería hasta el propio Simón Bolívar. “Las noticias que llegaban de México, las enviaba a Caracas; las de Caracas, a Buenos Aires”, recordaba al comentar su ensayo el propio Goytisolo, que antes de viajar a Venezuela mostraba su interés por presentar precisamente allí un libro consagrado a alguien que hace doscientos años avisó a los recién independizados de los peligros que les acechaban: del subdesarrollo económico a las diferencias sociales pasando por el caciquismo y el caudillismo.
Blanco White forma parte junto a Francisco Delicado, Fernando de Rojas o Américo Castro del particular árbol genealógico de Juan Goytisolo, un árbol cuyas raíces beben más del cruce de culturas que de la ortodoxia histórica y literaria. Goytisolo se estrenó como novelista en 1954 con Juegos de manos, una novela que, como la siguiente –Duelo en el paraíso-, lo sitúo entre las grandes promesas del realismo social de la época. En 1966, sin embargo, rompió con aquel prometedor futuro y publicó Señas de identidad, considerada por él mismo como su primera obra madura. Luego vendrían títulos como Don Julián, Juan sin tierra, Paisajes después de la batalla, Las virtudes del pájaro solitario, La saga de los Marx Carajicomedia o Telón de boca, novelas marcadas por un despliegue creativo que debe tanto a las vanguardias del siglo XX como al vuelo libre –mestizo y sin géneros- de la literatura medieval: ruptura del relato lineal, flujo de conciencia, alternancia de voces y personas verbales, mezcla de narración, poesía y reflexión y collage de registros lingüísticos: ya vengan estos del catecismo, de la publicidad, Internet, la mística o el panfleto político.
Esa trayectoria es la que acaba de reconocer el jurado del Premio Formentor, un galardón que el año pasado renació con el nombre del galardón que en 1961 impulsó la editorial española Seix Barral con la colaboración de una decena de sellos extranjeros. Aquella distinción tenía dos modalidades: el Prix International de Littérature y el Premio Formentor. Uno reconocía a un autor de resonancia mundial: Beckett y Borges abrieron un palmarés que luego engrosarían Saul Bellow y Witold Gombrowicz . El otro se concedía a una novela presentada por alguno de los editores convocantes y luego era publicada por todos los demás. Fue el caso de Juan García Hortelano o Jorge Semprún.
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