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Luz sobre los prisioneros del remo

La restauración de los Libros de Galeras (1624-1748) descubre biografías de esclavos y presos La sodomía se pagaba en la Edad Moderna con diez años de remo forzoso

Tereixa Constenla
Modelo de galera menor o galeota en el Museo Naval y, abajo, cédula real de 1642 que libera a un galeote.
Modelo de galera menor o galeota en el Museo Naval y, abajo, cédula real de 1642 que libera a un galeote. ULY MARTÍN (ARCHIVO DEL MUSEO NAVAL)

En 1690 el precio estándar de un esclavo era de 1500 reales de vellón. De un esclavo capaz de remar a la intemperie horas, días, semanas. A Maraut, "hijo de Yusuf, moreno, de boca pequeña y labios gruesos, verruga en la cabeza sobre la oreja, mancha en la oreja derecha, señal de herida en la misma mano", pese a sus 22 años, sin embargo, se le vendió en 400 reales por “inútil”.

Impedirse, inutilizarse en combate, debió ayudar al insigne Cervantes a eludir un destino similar al de Maraut tras ser apresado (el trasiego en el Mediterráneo era estresante: muchos barcos y pocos amigos) cuando regresaba a España después de sobrevivir a un sinfín de episodios bélicos y al mayor combate de galeras de la historia: la batalla de Lepanto (1571).

Las peripecias de Cervantes -cinco años de cautiverio en Argel- no figuran en los 25 Libros de Galeras que conserva la Armada porque abarcan registros posteriores (1624-1748), donde figuran esclavos, presos forzados y "gente de cabo" (soldados y marineros) enrolados. La restauración de estos gigantescos volúmenes aportará valiosa información para historiadores de la Edad Moderna: escritas con los circunloquios de entonces permiten atisbar biografías populares al servicio de políticas regias. “Cuando el rey necesitaba remeros incentivaba las condenas a galeras”, indica Carmen Terés, directora técnica de los archivos navales de la Armada.

Los galeotes comían y dormían en el asiento al que iban encadenados

Maraut fue uno de los miles de esclavos del rey, la energía bruta que propulsaba por el Mediterráneo unas embarcaciones casi planas, ideales para la escaramuza costera. Ignoramos si mejoró la vida de Maraut al dejar la galera, pero resultaba difícil empeorar las condiciones de navegación. Un grillete le mantenía atado a su asiento, donde comía, dormía y evacuaba lo que fuese menester. Iba descalzo y rapado para facilitar su identificación en caso de fuga y evitar la acampada de piojos. A los esclavos no les aguardaba más horizonte que el mar, el combate con barcos de (probables) compatriotas turcos o berberiscos y cierta opción de irse al fondo del Mediterráneo encadenados a su bamboleante prisión. “El error es tratar de juzgar aquella época con nuestro punto de vista. En el siglo XVI la preocupación más importante de la gente era comer. A veces se dice que se reconocía una galera por el olor que la precedía, pero en aquella época casi nadie se lavaba”, aclara Pedro Fondevila, secretario de la cátedra de Historia Naval de la Universidad de Murcia.

Los galeotes recibían a diario un pan cocido y endurecido llamado bizcocho, un potaje de habas y su ración de agua. Las esperanzas de liberación eran mínimas. Solo si los suyos ganaban un combate o eran intercambiados por presos españoles. La historia del argelino Amete fue excepcional. Felipe IV le concedió la libertad el 11 de mayo de 1642 en un alarde de moderada magnanimidad: “Ha más de 24 años que me sirve al remo y que se halla de edad de más de 70 y sin poder continuarlo, suplicándome le haga merced de mandar y, quedando otro esclavo para que lo haga por él, sea puesto en libertad”.

Felipe IV liberó a un argelino de 70 años, esclavizado más de dos décadas

En los Libros de Galeras se asentaba el nombre, los rasgos más sobresalientes y hechos notables como su liberación o su fallecimiento. Más que esclavos abundaban los presidiarios comunes. “En España había menos esclavos que en los barcos franceses o turcos”, precisa Pedro Coll, subdirector de los archivos navales. De los 25 libros, 18 corresponden a presos forzados, tres a esclavos y cuatro a soldados y marineros.

Los tomos son una lupa que acerca a la sociedad de los siglos XVII y XVIII, más inclemente con delitos monetarios o ciertas prácticas sexuales que con el asesinato. Francisco Giménez, “gitano, natural de la tierra del Segura, hijo de Sebastián Moreno, cortadas ambas orejas”, fue condenado por un crimen a ocho años de galeras. Pero Juan de Morales, de 35 años, “natural de Utrera, hijo de Pedro, buena constitución, blanco, ojos azules”, le endosaron 200 azotes y 10 años de galeras por “el pecado nefando”. O sea: sodomía.

El catalán Josep Almarall fue castigado a remar cuatro años “por haber desflorado a María Rosa Borrell” el 13 de enero de 1727. Mucho más grave le resultó al tribunal el impulso del “carirredondo” Francisco Thomas Carnero, un malagueño de 18 años, condenado a 10 de galeras “por causa de bestialidad que cometió con una burra”.

Dos siglos de festín para los insectos

Durante más de dos siglos, los 25 Libros Generales de Galeras se han conservado en Cartagena en unas condiciones de humedad y temperatura pésimas (los tomos han sido pasto de toda suerte de hongos, bacterias e insectos bibliófagos). Además, el formato —de grandes dimensiones: 42 x 28 centímetros y casi diez centímetros de grosor— y el peso provocaron, según las expertas del Instituto del Patrimonio Cultural de España que participaron en la restauración, María del Carmen Hidalgo y Rebeca Benito, “deterioros de tipo mecánico”.

Hasta el momento se han restaurado 11 volúmenes, que se conservan en el Museo Naval de la Armada, por un total de 160.000 euros. A la financiación han contribuido el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, el BBVA y la Asociación de Amigos del Museo Naval. La recuperación, en la que participa también la empresa Barbachano y Beny, es un proceso laborioso. Las hojas son de papel de fibras de lino y cáñamo, aglutinadas con cola animal y encuadernadas en piel (alguna en madera). Antes de la restauración, cada libro se documenta y analiza. Luego se desmonta hoja a hoja, se limpia la suciedad superficial y se inicia el proceso de injerto de papel. La reconstrucción de la encuadernación sigue fielmente los pasos del original, incluido el cosido manual de los cuadernillos.

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Portugal desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera de temas sociales en Andalucía en EL PAÍS y en el diario IDEAL. Es autora de 'Cuaderno de urgencias', un libro de amor y duelo, y 'Abril es un país', sobre la Revolución de los Claveles.

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