Cuentos de niñas perpetuas
Marcel Schwob escribió 'El libro de Monelle' tras la muerte de una niña prostituta a la que amó
Marcel Schwob amó la infancia perpetua. Tanto su biografía como su literatura se inclinan con terquedad hacia el terreno de quienes viven con más comodidad en la fantasía de los niños que en el realismo de la madurez. Su biografía fue corta -murió a los 38 años en París- y movida. “Fue maestro en fugas y experto en desertar de cualquier aire estable”, escribió sobre él Enrique Vila-Matas. De mayor siguió dejándose llevar por deseos infantiles. Vila-Matas recuerda que la conmoción que le ocasionó la lectura de La isla del tesoro, de Robert L. Stevenson, le empujó a visitar la tumba polinesia del escritor (detalló la experiencia en el diario Viaje a Samoa) que tan hondo le había marcado.
Pero es en El libro de Monelle, que acaba de reeditar Demipage, donde su canto a la infancia perdida con voz nostálgica, imaginativa, misteriosa y dolorida desvela su amor por esa fase embrionaria en la que está todo y nada. En algún momento de su corta vida Marcel Schwob (Chaville, Hauts-de-Seine, 1867-París, 1905), que había nacido en el seno de una familia judía acomodada, se enamoró de una menor llamada Louise que se prostituía en un barrio obrero. Ella murió en 1893. El escritor buscó sosiego en la literatura, en la suya y en la de otros. El libro de Monelle es un conjunto de relatos poéticos y fantásticos protagonizados por niñas que podrían haber sido Louise. Está también repleto de guiños a sus maestros y personajes literarios: Cenicienta, Robinson Crusoe, Aladino o Blancanieves.
Las pequeñas protagonistas sueñan con príncipes azules, no quieren crecer, se aventuran por mundos exóticos, traman tragedias, derrochan inocencia, se regodean con la sangre y se sacrifican en vano. Niñas con deseos y perversiones de adultas. Pequeñas que no quieren ser mayores. “No deseaban nada más que la ignorancia perpetua”, escribe Schwob.
El libro de Monelle fue acumulando devotos lectores mientras pasaba de mano en mano. Borges afirmó que los seguidores de Schwob se esparcían por todo el mundo en una suerte de “pequeñas comunidades secretas”. Por supuesto él, que describía su Historia universal de la infamia como “una copia rebajada” de las Vidas imaginarias de Schwob, se autoincluía en esa logia de iniciados, donde conviven vivos y muertos como Leopoldo María Panero, Enrique Vila-Matas o Luis Alberto de Cuenca.
Borges afirmaba que los seguidores de Schwob formaban "pequeñas comunidades secretas"
A la comunidad clandestina se sumó en plena adolescencia la poeta Luna Miguel. Tenía 15 años. “Había leído Lolita y Alicia en el país de las maravillas, y mi madre me dijo ‘espera porque aún no has leído nada’. Y me dio El libro de Monelle, es uno de sus libros favoritos”. Le atrapó esa mezcla de prosa poética y mundos ingenuos y oscuros que construye el escritor francés. Lo ha releído una y otra vez, cambiando arbitrariamente sus preferencias en cada reencuentro. Ha elevado a Monelle a los altares, junto a Dolores Haze y Alicia Lidell. Por encima de Dolores Haze y Alicia Lidell. No es de extrañar que su devoción haya culminado en una ofrenda editorial: ha traducido y prologado la actual edición de Demipage. “Monelle es una especie de heroína literaria de mi adolescencia”, declara.
Entre los cuentos de Monelle, elige Cinco anillos de oro, donde se narra la historia de Jeanie, prometida con un marinero que nunca regresa y al que sale a buscar ignorándolo casi todo sobre los hombres, los caminos, los puertos y las “casas pintadas de amarillo y azul con cabezas africanas e imágenes de pájaros de pico rojo. De noche, grandes farolas bailaban ante sus puertas donde acudían hombres que parecían ebrios”.
Sostiene Vila-Matas que Marcel Schwob aparenta ser un autor menor. “Pero”, añade, “no hay que olvidar que las apariencias se las pasó siempre por el forro”. Y también los convencionalismos sobre la vida. “Nosotros”, se lee en El libro de Monelle, “mentimos a todo el que viene con nosotros, para que sea feliz”.
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