Javier Pradera en tiempos de preTransición
La noticia de la muerte de Javier nos ha golpeado en plena vorágine mediática de la jornada electoral, y en la misma fecha en que aparecía en el periódico su último y potente artículo. Me limitaré, en este recuerdo, a señalar dos episodios en los que quedó fuertemente reflejada la personalidad, generosidad y sabiduría de Javier, en dos ámbitos que confluyeron cronológicamente en aquel convulso e inolvidable verano-otoño de 1975. Es decir, en tiempos previos a la Transición y al nacimiento de EL PAÍS.
En aquellas fechas, Javier, como director literario de Alianza, tenía entre sus responsabilidades y decisiones pendientes una muy concreta: la valoración de mi primer libro de sociología militar, con vistas a su posible publicación. Su papeleta no era pequeña. Aquel libro, en aquellas fechas, era dinamita pura, pues incluía, entre otras cosas, mi propuesta, aunque cuidadosamente razonada, de introducir en el ordenamiento jurídico de nuestras Fuerzas Armadas el derecho de desobediencia frente a las órdenes delictivas (hoy asumido, pero entonces legalmente rechazado). El jurado calificador que había otorgado a aquella obra uno de los premios Ejército de 1974 no se percató en principio de su verdadero contenido, pero a posteriori recibí la indicación de que debía someterlo a la autoridad militar correspondiente. Cosa que, amparándome en el premio recibido y en la cobertura de Javier, conseguí evitar. Estábamos en aquellos tremendos meses de la segunda mitad de 1975: atentados de ETA y del FRAP, nueva ley antiterrorista, juicio sumarísimo de El Goloso, fusilamientos de septiembre, sangrienta aparición del GRAPO, última enfermedad del dictador.
En aquel contexto, la atrevida decisión de Javier -cálidamente apoyada por José Ortega- consistió en incluir mi libro en su prestigiosa colección de bolsillo. Ello situó mi ensayo en una página concreta de su catálogo cuyos nombres me cortaron la respiración: desde Freud y Goethe hasta Joyce y Stendhal, pasando por Melville, Borges y Machado, todos ellos en la misma página por delante y por detrás de mi nombre. Inaudita compañía para mi ópera prima. Nadie hubiera podido prestar a mi obra un blindaje de mayor solidez.
Fue precisamente en aquellos mismos meses, y en aquel mismo tenso y complejo contexto pretransicional, cuando se produjo el otro episodio al que me refiero. El entonces príncipe Juan Carlos se hallaba en una compleja e incómoda situación. La enfermedad que había sufrido el general Franco el año anterior había dado lugar a que este le designara jefe del Estado a título provisional, pero recuperó después el poder al restablecerse lo suficiente. Ante la posibilidad de que esto volviese a suceder, dada la nueva situación de gravedad del dictador, y preocupado por el desairado papel de "quita y pon" que esto significaría para él, el entonces príncipe decidió efectuar una consulta delicada y no precisamente sencilla. A tal efecto encargó a un hombre de su plena confianza, el duque de Arión, establecer clandestinamente y con la máxima precaución un contacto con la Unión Militar Democrática. Se trataba de consultar y tantear la posibilidad de si aquella organización militar antifranquista, la UMD, estaba en condiciones de apoyar su posición en caso de que él tuviera necesidad de oponerse a una nueva recuperación del poder por parte del dictador. El duque, a efectos de cumplir su delicado encargo, buscó un eficaz contacto, y ese no fue otro que Javier Pradera.
Javier, a su vez, contactó conmigo. No le resultó difícil, pues en aquel momento convergían en mí dos factores concurrentes. Por una parte, eran frecuentes los contactos lógicos que él, como editor, mantenía entonces conmigo, como autor de una obra en proceso preparatorio de publicación. Por otra parte, yo había asumido la defensa de uno de los oficiales procesados de la UMD, lo que justificaba mis frecuentes contactos con este en la prisión. Ni Javier ni yo conocíamos entonces el objetivo de aquel contacto, simplemente se nos pedía que colaborásemos a establecerlo. A tal efecto me explicó de quién venía la petición, encargándome que informara de ello a mi defendido, con objeto de que este, a su vez, hiciera llegar el encargo a los responsables no encarcelados de la organización. Así se hizo.
La organización designó a uno de sus miembros más calificados, que se desplazó desde Barcelona a Madrid, a efectos de mantener el contacto solicitado, aunque desconociendo todavía su finalidad. Con todas las precauciones exigidas por el hecho de hallarse las familias de los procesados, así como sus defensores, sometidos a permanente control telefónico, se efectuó el contacto entre el duque y el representante de la UMD. El encuentro secreto, facilitado por Javier, se materializó precisamente en una de las instalaciones industriales de Alianza Editorial. Se acordó que el tema, dado su carácter, sería debatido en el seno de la organización, y que posteriormente se efectuaría otro encuentro similar.
Ese segundo encuentro no llegó a producirse nunca, pues en el intervalo el dictador se agravó y falleció. Pero Javier, una vez más, demostró su capacidad de riesgo, de inteligencia, y de conspiración en favor de la democracia. Cualidades que, como luchador antifranquista, ya tenía acreditadas desde muchos años atrás.
Prudencio García es profesor del Instituto Gutiérrez Mellado de la UNED. Fellow del IUS de Chicago
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